Hace algunos días se conoció en Chile la noticia de la muerte de Tony Nicklinson, un ingeniero civil inglés de 50 años quien, desde el año 2005 y producto de un derrame cerebral, estaba paralítico del cuello hacia abajo, aunque con el intelecto intacto.
Cuando comprendió que aquello no cambiaría, y que “solo podía ir peor”, se dio dos años de reflexión sobre su futuro. En el año 2007 solicitó que se le retirara la medicación y que no le trataran si empeoraba.Y empezó a luchar para tener el derecho a suicidarse. “No hoy, quizás tampoco mañana, pero seguramente pronto”.
Tony Nicklinson no quería matarse, quería saber que podría morir cuando él quisiera, pero por su condición no se podía suicidar sin la ayuda de alguien. Su caso fue llevado a los tribunales en varias oportunidades con poco éxito, ya que la ley británica prohibe esa ayuda.
En su defensa ante los jueces Nicklinson dio a conocer que sufría “una constante y extrema angustia mental sabiendo que no tengo una vía de escape realista” y cuestionaba que le impusieran opiniones de personas que no vivían su condición, incluyendo gente de la iglesia: “ dejen la religión fuera de este debate porque es un asunto secular”.
Junto con esto denunció que “la ley discrimina a los discapacitados físicos al no dejarles hacer algo que los demás sí pueden : elegir, libre y conscientemente, dejar de vivir”.
Su muerte, por causas naturales, trajo nuevamente al primer plano la discusión sobre las opciones personales por una muerte digna.Recientemente, Argentina se sumó a otros países (Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Suiza y Colombia) al legislar sobre una “muerte digna”,abriendo de esta forma el camino para que una persona decida su “buen morir”.
La reciente ley chilena sobre derechos y deberes de los pacientes permite que un paciente rechace un tratamiento “en forma libre, voluntaria, expresa e informada”, pero descarta en forma taxativa la eutanasia o procedimientos que “aceleren la muerte”.
En general, quienes se oponen a la eutanasia ponen el acento en el valor irrenunciable de la vida humana , apoyándose en aspectos religiosos, morales y éticos .Dentro de este grupo está la Asociación Médica Mundial quien reiteradamente se ha expresado en forma negativa hacia la eutanasia, considerando que ella viola las normas éticas de la profesión, e instando a sus miembros a abstenerse de practicarla.
Pese a la oposición de las entidades rectoras del quehacer médico, algunas encuestas muestran que los médicos que tratan enfermos terminales, en casi un 50% estarían dispuestos a participar en alguna manera de eutanasia por pedido de sus pacientes.Este tema, al igual que el del aborto, requiere en nuestro país de una discusión seria e informada, en la que junto a las posiciones jurídicas, religiosas, éticas, morales y políticas, incorpore la opinión de quienes padecen condiciones insoportables de vida.
Como dice el filosofo español Jesús Mosterin, al defender la competencia de cada individuo para decidir sobre el fin de su vida biológica: “El ideal posible para cada uno de nosotros no es la inmortalidad, sino la buena muerte, elegida sin dolor, rodeados de nuestros seres queridos y asistidos por un médico competente”.