Ha muerto Juan Enrique Vega. Sucumbió a una crisis cardíaca, a los 69 años. Juan Enrique ocupó cargos públicos como embajador en Cuba con el Presidente Allende y en Naciones Unidas en Ginebra con el Presidente Lagos, y en el Consejo de TVN con el Presidente Frei. Esto suena a rasgos burocráticos, tan alejados de la personalidad de Juan Enrique.
En efecto, fue sobre todo un intelectual muy destacado y significativo en la trayectoria de la izquierda chilena y sus vicisitudes. Fue uno de los fundadores del Mapu y uno de sus dirigentes históricos, y se sumó luego a la renovación socialista desde su exilio en México, en donde compartí con él inolvidables jornadas.
Siempre su opinión fue incisiva, desprendida y lúcida. Era un analista fino y culto de las complejidades de la época y de las tendencias políticas contemporáneas. La inteligencia, y la lucidez a veces pesimista, no tiene porqué opacar la voluntad del que tiene y mantiene convicciones.
Juan Enrique no buscó acomodos. Se dice de quienes militaron en el Mapu que tienen una capacidad especial de adaptarse al poder, lo que efectivamente ocurre de manera notoria con algunos que tienen la mala costumbre de justificar sus propias decisiones y renuncias más o menos respetables por supuestas circunstancias generales.
Pero no me gustan las simplificaciones y puedo dar fe -aunque provengo de la izquierda laica- de que es el caso sólo de unos pocos, y con una resonancia en los medios equivalente a su acercamiento al campo conservador.
El acomodo al poder es tan antiguo como la condición humana y no es privativo de ningún grupo particular. Puedo dar fe de que Juan Enrique, como muchos de sus amigos de generación, se mantuvo hasta el final de su vida fiel a sus convicciones, a su izquierdismo de razón pero sobre todo de corazón y pasión, que presumo venía desde sus correrías de dirigente de los estudiantes secundarios a fines de los años 1950 y del Liceo Aplicación, en el que hizo sus primeras armas políticas.
Juan Enrique no era de los que privilegiaba protagonismos. Fue capaz de mantener una posición propia, aunque significase renunciar a la condición de embajador en Ginebra, para mantenerse fiel a sus convicciones, en este caso a propósito de un proyecto de resolución sobre la política de Estados Unidos en Irak en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en 2003.
No buscó posiciones fáciles y siguió ganándose la vida, no sin dificultades, y por largo tiempo fuera de Chile, como investigador social. Nunca dejó de ejercer la crítica razonada con los valores propios de un “intelectual de izquierda”, figura hoy tan desvalorizada.
Pero Juan Enrique Vega fue sobre todo un entrañable ser humano, divertido, sarcástico, irreverente, leal compañero, un padre y abuelo que adoraba a sus hijos y nietos, solitario pero muy amigo de sus amigos, especialmente con los que compartió una vida de compromiso político.
Esa irreverencia le significó a veces el aislamiento,pero nunca dejó de ser respetado.
A muchos, aunque personalmente lo conocí mucho más tarde, nos hará falta su actitud y su amistad en las vicisitudes y batallas que seguirán viniendo.