La ciudad de Santiago está contaminada. Su emplazamiento poco ayuda, pues los vientos llevan la polución a topar con los cinturones de cerros, altos cerros, que rodean la urbe.
Más complicado se ha tornado todo al experimentar la capital un crecimiento desmesurado, que ha significado que las mejores tierras agrícolas de Chile hayan sido pavimentadas.
Donde antes se absorbía el agua que caía, ahora corre y se va, hacia canales, hacia ríos, perdiéndose no sólo el riego natural, sino que alterando el ciclo de evaporación y por lo tanto afectando la secuencia normal de lluvias.
Le echamos la culpa al niño y a la niña, olvidando que los responsables somos los propios santiaguinos que olvidamos el respeto que se debe a la madre naturaleza.
Santiago, siendo una ciudad hermosa, padece de un atochamiento insoportable, tanto de autos, como de personas y de construcciones.
Mal construida, agrupa a los ricos a un lado y a los pobres a otro, generando problemas de flujo vehicular y extremando la duración de los viajes en las horas de inicio y fin del trabajo.
Por supuesto, las universidades empiezan a las mismas horas, en lugar de postergar horarios, para permitir alivianar las calles.
Muchas industrias, muchos autos, se levanta polvo, hay muchas estufas a leña (con todos los demás riesgos que eso tiene), todo concentrándose en una ciudad que crece desmesuradamente y que seguirá creciendo, pues se acaba de aprobar una ampliación del radio urbano, para que los últimos terrenos agrícolas se conviertan en poblaciones y calles.
Con más de seis millones de habitantes, los servicios metropolitanos parecen no existir, pues de los problemas de la ciudad se ocupan los ministros de Estado. Cada asunto metropolitano es visto por las máximas autoridades, quienes parecen olvidar que su interés debe ser todo el país.
¿Se puede hacer algo? Muchos dudan, pero mi propuesta es sencilla aunque cara. Santiago debe dejar de ser la capital de Chile y dejar de ser la sede del poder ejecutivo y de los servicios de carácter nacional.
Emplazar la capital en lugares hermosos como Peñuelas o Placilla, pueden permitir que allí se construyan no sólo las oficinas de los servicios nacionales, los ministerios y del Presidente, sino que además sus alojamientos, de modo que vivan allí mismo (así se cumpliría el sueño de tantos presidentes de tenerlos 24 horas cerca suyo) y estarían al lado del Congreso.
De inmediato se producirá un desplazamiento de los focos de atención hacia otras zonas y un fortalecimiento de las autoridades metropolitanas. Sólo empezar una obra de esta magnitud ya produciría cambios de importancia.
Lo mío es una sugerencia más. Puede haber otras, pero lo claro es que Santiago ya no aguanta más y el país ya no aguanta más el centralismo.