Mis declaraciones “no fumemos opio”, en que fundamento mi opinión sobre que la clave del cambio constitucional está en el reemplazo del sistema binominal y que la idea de una Asamblea Constituyente no es un tema del “orden del día”, provocaron inmediatamente un debate necesario para el país; mas allá de interpretaciones estridentes de escaso valor, espero que el intercambio de opiniones pueda seguir en profundidad, ya que la transformación institucional del país es un factor decisivo de nuestro futuro.
Reitero que la llave para abrir el camino hacia reformas que se hagan cargo de los desafíos del “modelo” concentrador y ultra mercadista, radica en el sistema electoral binominal que sobre representa a la minoría identificada con dicha concepción de la sociedad que se ha deslegitimado por sus elevados niveles de segregación y desigualdad.
La permanencia del binominal es la causa esencial del desconocimiento de la mayoría nacional que requiere nuevas opciones socio-económicas y de la perpetuación de intereses corporativos minoritarios.
Sin embargo, hay que ser categóricos, sin estabilidad democrática el país no podrá progresar y si cayera en un periodo de desgobierno, los intereses que se impondrán serán los de aquellos grupos fácticamente más poderosos y no los de los sectores más humildes.
Las reformas de fondo requieren un escenario de fortaleza institucional que las haga posible. Si no se crean esas condiciones, si se cae en el consignismo y la dispersión, tales objetivos cruciales para el desarrollo social no se alcanzaran.
Asimismo, hay que ser categóricos en señalar, que el bloqueo de cambios que conllevan mayor inclusión social y accesos crecientes a mayor justicia, o sea, la imposición de las concepciones ultra conservadoras, poderosísimas en el escenario actual, significarán estancamiento y aumento de la tensión social. La ausencia de cambios puede devenir de alto costo para el país.
Hay que actuar prontamente, de manera que la estabilidad no pase a convertirse en estancamiento. Ello demanda unidad y no dispersión y un liderazgo nacional a la altura del desafío planteado.
Sacar el binominal del lugar central que hoy ocupa, es parte del proceso para reformar la Constitución y encarar la desigualdad, con vistas a modificar el modelo imperante y frenar una preocupante evolución de una fractura social que deteriora la paz social. Es, precisamente, un avanzado Programa reformador la base que debiese sostener la alternativa presidencial del próximo periodo.
Desde este perspectiva, una mayoría política dotada de un amplio respaldo ciudadano conlleva la capacidad de realizar los cambios necesarios sin efectos institucionales imprevisibles; aquellos de los cuales después de ocurridos sus más entusiastas impulsores se arrepienten.
Dicho directamente, una nueva Constitución es una tarea posible desde la evolución de la propia institucionalidad, consagrando aquellos valores democráticos esenciales de pluralismo y respeto a la dignidad de la persona humana que se han enraizado profundamente en la nación chilena.
Reconstituyendo la mayoría nacional que ha sostenido, desde 1988, la reimplantación de la democracia, es como se repone una alternativa de gobierno que avance en las transformaciones necesarias para el país. Ello no se puede pasar por alto, algunos actúan dejando de lado por completo la realidad, incluso ignorando que quien está hoy, a la cabeza del país, es la derecha.
Mi convicción es que los vaticinios de ultra radicalismo no se sostienen y pasan raudamente al derrotismo, es cosa de ver como se señala que no hay mística ni perspectivas.
La derecha estimula todo aquello que desorganiza a la oposición, sea triunfalista o pesimista, mientras más “puntúa” sea la propuesta mejor, su estrategia apunta a recrear las incertidumbres y temores que distancian a significativos sectores sociales de las fuerzas de izquierda. Aun más, si en un arrebato de maximalismo, la izquierda se auto aislara, el aplauso que esa conducta recibiría desde su poderío mediático, sería estruendoso.
La derecha quiere que nada cambie. Pero, Chile requiere cambios, un inmovilismo político que prolongue un Estado subsidiario impotente ante la desigualdad y sus efectos puede ser altamente riesgoso para la estabilidad democrática futura.
Ese designio es el que debemos derrotar. Con una mayoría nacional potente lo debemos evitar.
Entonces, no hay que desviarse de la tarea fundamental de construir las mayorías necesarias para reemplazar el binominal y abrir paso a las reformas económicas y sociales pendientes.
No hay que rendirse, la transformación progresista de la democracia chilena es posible.