Algunas personas tienen la capacidad de olvidar las vivencias negativas e incluso episodios trágicos para quedarse con lo positivo o inventarse paraísos allí donde no los hubo. Más crudo lo tienen aquellos que graban en su cerebro lo grato, lo sublime y lo infame por partes iguales.
Al primer grupo debe pertenecer el diputado de Renovación Nacional Alberto Cardemil y todos aquellos que aseguran sin pestañear que nunca supieron que durante la dictadura en Chile se detenía ilegalmente, se torturaba, se ejecutaba y se hacían desaparecer personas. Y como si se tratara de un guión aprendido en sesión continua argumentan que “siempre creyeron que se trataba de falsos rumores que propagaban los comunistas “.
Estos desmemoriados e incrédulos pueden llegar al extremo de no reconocer -como es el caso de este parlamentario- los cometidos realizados al servicio de la dictadura en una etapa que consideramos que fue crucial en sus vidas. El olvido es de tal magnitud que son capaces de no reconocer sus huellas en los documentos que confirman su ciega fidelidad al régimen-como es el caso de Cardemil.
Según leo, la amnesia del parlamentario llega hasta el punto de no reconocer -como los documentos indican- que cuando ocupaba uno de los muchos cargos de confianza del gobierno militar colaboró con autoridades castrenses para vigilar, espiar e infiltrar un organismo defensor de los derechos humanos, con la gravedad de que uno de los miembros de esa institución fue asesinado en un operativo represivo que conmovió a la nación.
Preocupa que, una vez más, los chilenos nos hemos tenido que enterar de los alcances de la implicación de civiles en acciones de la policía secreta de la dictadura por indagaciones de una agencia informativa internacional,que golpearon también aquí en España.
Lo que resulta incomprensible es que algunos afirmen ahora que la relación de civiles en operativos de la dictadura de Pinochet “era conocida” desde mucho antes que se desclasificaran estos documentos que permanecían a buen recaudo. Como muchos más.
Creo que ha llegado la hora de que los propios chilenos desempolven archivos hasta ahora vedados para que escriban, reescriban y enseñen la historia de Chile de la segunda mitad del siglo XX sin tergiversaciones, sin manipulaciones y sin censura.
Es momento de rebelarse ante tanto secretismo y poner en buenas manos lo que se nos ha ocultado.Ahora toca enfrentar el pasado sin luces ni sombras. Todavía hay quienes tienen algo que contar, por ínfimo que sea. Nos guste o no.
A finales de 1973, cuando Chile vivía en permanente toque de queda, con tanques en las calles y allanamientos durante las 24 horas del día, los periodistas que todavía no éramos sospechosos para la dictadura conocíamos lo que ocurría en el país. Bastaba acercarse a la sede de los Tribunales de Justicia para constatar como los jueces archivaban sin rubor las peticiones de amparo por cientos de personas que se encontraban en paradero desconocido.
Las colas interminables ante la puerta principal del ministerio de Defensa eran un reclamo ineludible para cualquier periodista dispuesto a indagar las razones de la angustia reflejada en los rostros de hombres y mujeres, de todas las edades y condición social, que esperaban información del hijo, el padre, la hermana o el compañero del que nada se sabía y al que sacaron de casa o del lugar de trabajo de manera violenta un grupo de gente armada y prepotente no identificado.
Entonces ya se sabía que el Estadio Nacional no era precisamente escenario de competiciones deportivas sino una cárcel para “extremistas, marxistas, comunistas, miristas, allendistas o upelientos”- según el lenguaje al uso de los golpistas y sus seguidores.
Porque en la represión, la entonces Junta Militar – Pinochet no había llegado aún a lo más alto- contó con colaboradores civiles férreos que fueron fieles durante los 17 años de dictadura. Hubo esbirros y soplones de todos los rangos siempre al acecho del enemigo.
Por ejemplo, los profesionales que contribuyeron a difundir las falsas listas de personas a las que fusilarían los de la UP una vez se hicieran con el poder absoluto:medio Chile aseguraba haber visto su nombre en ese listado. Los que de verdad sabían de listas llegaron el 11 de septiembre de 1973. ¡Y vaya lo preparado que estaban!
Conocí a un reportero policial que al ver un cartel donde aparecía la foto de la periodista Gladys Díaz señalada como “mirista peligrosa” no tuvo reparo en informar a los funcionarios de Investigaciones los lugares donde él la veía con frecuencia y el color de la peluca y de los anteojos con los que se camuflaba.
Había otro periodista, de humanidad voluminosa y de sonrisa permanente de Judas, que denunciaba a sus colegas del diario en el que trabajaba, y que conmovidos por la situación reunían dinero y alimentos para los compañeros caídos en desgracia , que se quedaron cesantes el mismo día del golpe.
Este mismo periodista-delator asistiría habitualmente a las ruedas de prensa de los altos mandos de la dictadura con la misión de hacer LA PREGUNTA que el gobierno quería difundir y de este modo anular a cualquier otro periodista que se atreviera a poner en apuros al portavoz o vocero de turno.
También recuerdo a una conocida periodista, columnista política en sus años de gloria, que vino a Europa a mostrar una imagen amable del gobierno militar. En Madrid, en conferencia de prensa, esta colaboradora del dictador dijo que eran mentiras difundidas por los comunistas (como si la mayoría de los chilenos fueran del PC) que en Chile se asesinara a los opositores o que en el río Mapocho flotaran los cadáveres de ejecutados.
Los civiles serviles y aduladores sumaron miles durante la dictadura. Es probable que algunos se hayan arrepentido. Otros, como se sabe, ocupan hoy cargos importantes, incluso de elección popular, o cumplen servicios en embajadas.
Ellos son los que nada sabían y nada recuerdan. Hasta que llegue alguien que les refresque la memoria y los ponga en su sitio.
La historia reciente de Chile aún está por ser escrita.Esos civiles ¿dormirán tranquilos?