Ya aprobada la ley anti-discriminación, estando encarcelados y procesados los más probables asesinos de Daniel Zamudio, corremos el riesgo de sentirnos con la conciencia tranquila como sociedad. Implícitamente los medios hegemónicos que pautean la agenda y la esfera pública, nos invitarán, hasta nuevo aviso, a dar vuelta la página de la discriminación y la violencia. Ya hemos tenido nuestra víctima propiciatoria.
Esta actitud es tan antigua como la civilización judeocristiana misma. En Israel se estableció la costumbre de elegir dos machos cabríos. Uno era ofrendado a Yahvé y el otro, cargado con todas las culpas del pueblo judío, se entregaba al demonio Azazel. El chivo expiatorio era abandonado en mitad del desierto, objeto de insultos y pedradas y se le dejaba morir de sed o devorado por las bestias.
Hoy en Chile podríamos estar frente a una expresión más remozada, mediática y, algo más racional, de este viejo ritual. Y, atención, no sólo frente al tema de la discriminación que ocupó por algunas semanas a las audiencias.
Aparentemente los inculpados del homicidio son efectivamente responsables de la muerte de Zamudio y de ser así probado, obviamente, merecen castigo penal. Sin embargo, hay algo en el tratamiento que la sociedad chilena le ha dado a este crimen horroroso, que recuerda este antiguo rito.
Las biografías de Patricio Ahumada, Alejandro Angulo, Raúl Flores y Fabián Mora nos describen un Chile violento hasta la obscenidad. Entonces, y lamentablemente por esta tentación malsana que advertimos, el hecho que los inculpados pertenezcan al grupo de “los marginados entre los marginados” hace que la sanción social sea unánime, fácil y expedita. Simplemente, se les lapida, los tildamos de “irracionales” y, como sociedad, nos lavamos las manos.
Si queremos vivir en una sociedad pluralista, debemos pensar a fondo lo que eso significa, promover cambios culturales de envergadura y crear instituciones que debieran afectar radicalmente nuestro “chilean way of life” (como señalarían algunos de nuestros globalizados, bilingües y cosmopolitas líderes de opinión).
Seguir actuando como lo hemos hecho por años, frente a éste y otros problemas públicos, más temprano que tarde nos llevará a informarnos por los medios de nuevos brotes de “irracional” violencia.
Nos preocupa el simplismo y la confusión que nubla la esfera pública chilena.Reiteradamente vemos que en ella se mezclan el concepto de tolerancia con el de indiferencia o respeto a la dignidad de la persona y se muestran como sinónimos homofobia, racismo, fundamentalismo, mientras se omite la exclusión social como un elemento que también está presente.
Contra la intolerancia, pluralismo e igualdad
Una buena sociedad supone la práctica del pluralismo. Esta es aquella en que la diversidad, el cambio y el disenso son vistos como fenómenos sociales positivos. El pluralismo social supone evitar toda concentración del poder en una sola persona, grupo o institución.
Además, exige que las asociaciones que la integran sean voluntarias y abiertas donde distintas personas puedan convivir en diversas organizaciones. El pluralismo político se basa en el consenso en torno a los valores de la democracia y a los procedimientos para dirimir pacíficamente las diferencias. Para que exista pluralismo todos los integrantes de una comunidad deben renunciar a hacer daño al otro, deben respetarse recíprocamente y dar razón de sus dichos o actos cuando señalan que algo es intolerable.
La tolerancia supone, para ser virtud y no debilidad, creer en la existencia de verdades objetivas, que se renuncia a imponer por respeto al otro y en atención a otros valores prudencialmente aquilatados como la humildad ante nuestras propias limitaciones. Ella supone “ciertos principios morales absolutos: el respeto a los demás”, al decir de Norberto Bobbio. Razón por la que la intolerancia debe descartarse de nuestras costumbres y creencias.
La primera clave para lograr una sociedad pluralista es integrar a sus miembros en colegios, barrios y organizaciones sociales multicolores. Una sociedad segregada es por definición, intolerable e intolerante. Expertos sostienen que las sociedades con menos conflictos apuestan a desarrollar vínculos cruzados de todo tipo.
Lo segundo, es un deber humanista y democrático, combatir los altos niveles de inseguridad ciudadana que afectan a nuestra región. Una democracia que no es capaz de garantizar derechos civiles elementales como la vida, la integridad física y la propiedad es un régimen político que no es digno de apoyo activo y es difícil que consiga la lealtad masiva.
Lo tercero es que una democracia que no garantiza los derechos sociales no sólo incuba malestar ciudadano, populismo demagógico y violencia política, sino también crimen y delincuencia propios de la desintegración social.
La intolerancia y la violencia ultra subjetiva tienen hondas raíces en las injusticias sociales que nos agobian. Un millón, de cuatro millones de jóvenes, declaran que su vida está marcada por no tener trabajo ni estudio.
Por ello, uno de los grandes desafíos de Chile es construir una sociedad en la que las grandes mayorías puedan disfrutar crecientemente -y de manera segura- de los bienes humanos básicos. Ello significa que nuestros ciudadanos tienen expectativas obvias no sólo de crecimiento económico y de mayor equidad, sino que también desean que no existan amenazas a lo ya conseguido.
También, que el crimen la intolerancia y la violencia no destruyan las instituciones y la convivencia social, requisitos básicos para asegurar el proceso al desarrollo.
Mientras no hagamos esto seguiremos viviendo en una barbarie en que nuestras sociedades segregan, expulsan y marginan a sus integrantes.
En suma, para vivir en una sociedad pluralista, debemos practicar la igualdad y la justicia.Estos son requisitos obvios de la inclusión social.
De otro modo, la violencia siempre será una posibilidad. Eso es lo que vimos con horror al informarnos del hecho y de las circunstancias del homicidio de Daniel Zamudio.
Co autor de este artículo es nuestro columnista, Eduardo Saffirio S.
Leer versión extendida en: http://www.asuntospublicos.cl/2012/08/discriminacion-desigualdad-y-violencia-el-homicidio-de-daniel-zamudio/