Cuenta la historia de Chile, que la fundación de Santiago el año 1541, se emplazó al sur de la ribera del río Mapocho, entre el curso de éste y un brazo seco que más tarde formaría la cañada o alameda de la ciudad. Es en este vértice, donde ambos ríos se separan y dan forma a la isla, que siglos más tarde, en 1875, el intendente Vicuña Mackenna mandará a construir la Plaza de la Serena: para ordenar y enriquecer la urbanidad de Santiago.
A pocos pasos, el monumento al guerrillero Manuel Rodríguez, de la escultora chilena Blanca Merino. La plaza simbolizará desde aquellos tiempos, los esfuerzos de ordenamiento y planificación urbana de la capital; no debe sorprender entonces, que por ella pase el camino de cintura que establece la frontera entre la ciudad propia y la ciudad bárbara.
Lugar de conmemoraciones y disputa por parte de héroes, arcángeles y muchedumbres… la plaza será durante años objeto de cambios en su fisonomía y su nombre. A 400 años del descubrimiento de América, se anuncia este devenir siempre cambiante; la plaza es refaccionada, ampliada y rebautizada con el nombre de Plaza Colón.
En 1910, para el primer bicentenario de la República, la colonia italiana dona a la ciudad de Santiago el Monumento al Genio de la Libertad del artista Roberto Negri.
Es entonces que el lugar es denominado Plaza Italia. El monumento, alegoría a la libertad de la joven República, muestra a un ángel que levanta una antorcha mientras acaricia el lomo del felino que lo acompaña en su marcha hacia la emancipación. El monumento permanece hasta 1928 en el centro de la plaza, antes de ser desplazado por la escultura del General Baquedano, héroe de la Guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia. Al General y su caballo se lo ubica entonces del lado Sur Oriente de la plaza, al frente de la desaparecida Estación Ferroviaria Pirque.
Hoy, ambos monumentos se emplazan de manera casi paralela, entre el río Mapocho y el parque Bustamente. Así comienza una confusión nominal que hasta la actualidad permite que sea indistintamente denominada como Plaza Italia o Plaza Baquedano.
Lo cierto es que la historia de Plaza Italia, es la historia de un derrotero en el cual las imágenes y monumentos institucionales se suceden en busca de la construcción de una memoria oficial e institucional centrada en los referentes propios de la historia nacional. Sin embargo, no es sino hasta los años treinta, con la estampida de las élites desde el centro hacia el oriente de la ciudad, que Plaza Italia deja de ser sólo un hito histórico institucional, y se vuelve frontera simbólica de una ciudad fragmentada de los de arriba y los de abajo, de los barrios altos y los barrios pobres; el punto cero desde donde la ciudad se orienta. A la disputa por la instalación de monumentos de conmemoración de la Nación, se le añade el referente territorial y simbólico de la fragmentación urbana.
Plaza Italia – ombligo entre el oriente y el poniente -, ya no solo ordena la ciudad, sino que además se convierte en referente obligado para las muchedumbres que desde uno y otro punto de la ciudad acuden a ella para conmemorar y protestar.
Plaza Italia se vuelve entonces, el espacio público que congrega al citadino y ciudadano en su diversidad.
Confluencia espontánea que paradojalmente no encontramos frente al Palacio de la Moneda, ni en la Plaza de la Ciudadanía, ni en la Plaza de Armas o la Catedral de Santiago. Situada en el cruce de las avenidas Providencia, Alameda y Vicuña Mackenna y Pio Nonno, Plaza Italia se constituye en frontera y escenario para manifestaciones espontáneas de un pueblo que así como conmemora y festeja, también reclama: por el retorno de la democracia, por el triunfo del NO, por los derechos de las mujeres, por la muerte del dictador, por la despenalización de la marihuana, por los derechos de la Diversidad Sexual, por los ataques del ejército israelí en la Franja de Gaza, por la memoria de un joven neonazi asesinado, por el triunfo por goleada de Chile sobre Bolivia, por la revolución pingüina, por la clasificación a un mundial, por el derecho a la educación pública, por el día del trabajador, por un presidente electo, por la matanza de Santa María de Iquique…
A Plaza Italia se acude cuando la celebración se desea colectiva, abierta, disruptiva del orden y del tránsito urbano, rápida, fugaz y siempre presta a su disolución en la huída.
Plaza Italia convoca como ágora que da sentido al movimiento, a las voces y a los gestos de muchedumbres siempre difusas. Las fracturas sociales adquieren en este territorio –siempre abierto en sus cuatro vías de escape – la posibilidad de expresión y catarsis. En Plaza Italia, la urbanidad se hace partícipe de un espectáculo, que le devuelve – por algunos minutos u horas – la ilusión de la comunidad perdida; y en un mismo movimiento, las evidencias de su imposibilidad.
Por un momento, las identidades urbanas se abren y se muestran en la fiesta y el dolor del estar ahí con todos y entre todos. Hasta que el gesto de destrucción y vandalismo, nos recuerda la imposibilidad de representación y superación de esa frontera histórica que es la comunidad de la distancia y los desiguales. Plaza Italia nace y perdura en su ambigua condición de territorio de encuentro y disputa.
Plaza Italia, en estos términos, es la invitación siempre abierta para que los de arriba y los de abajo, imaginen y concelebren otras posibilidades de existencia urbana y democrática.
La dramatización colectiva nos recuerda que el drama urbano está en la calle, y que a pesar del orden, del control y de la planificación, la condición de lo urbano es el movimiento y el conflicto.
Como bien nos recuerda Humberto Giannini (2008), pasamos por la calle, no estamos en ella. Y justamente estar en la calle significa quedar expuestos a los riesgos de la contingencia que la calle simboliza. Acudir a la calle y a la plaza es siempre riesgo de extravío en esa muchedumbre que acude para mostrar, convencer, ofrecer, ofrecerse, amenazar, seducir, confundir y perder a aquel que iba distraídamente por lo suyo.
La calle constituye el ámbito de la absoluta igualación ontológica entre los que van y vienen por ella. Es, por tanto, el lugar privilegiado de la ciudadanía.
En una ciudad segregada como la nuestra, ocupar la calle es un gesto de valentía, de hacer correr la imaginación y de ofrecerse a una alteridad que en los fragmentos de nuestra ciudad dispersa no encontraremos. En Plaza Italia -ombligo y punto de confluencia -, se condensa la esencia de nuestra condición urbana.
Podremos alegar que esta muchedumbre difusa, apasionada y desorganizada que acude a Plaza Italia para participar y conmemorar, a menudo queda a medio camino entre la manifestación espectacular y el acto efímero. Pero lo que no podemos negar, es que a la plaza siempre se regresa, una y otra vez. Porque el gesto colectivo y espontáneo prevalece sobre el orden establecido; y convierte ese momento en una festividad que dibuja un espacio y un tiempo de libertad y expresión de aquello que la desgarra. En este escenario siempre abierto, que es Plaza Italia, la alteración del orden urbano cotidiano y la visibilización de actores y sus gestos, constituyen una invitación a poner en escena nuevas y diversas imágenes y sentidos.
Es este momento el que otorga a Plaza Italia su carácter de espacio público, entendido como espacio siempre en pugna, siempre en construcción, siempre en conquista y disputa por parte de citadinos que impugnan el propio lugar en su ciudad.
Bibliografía uvignaud, Jean, 1970, Espectáculo y Sociedad, Ed.Tiempo Nuevo, Caracas.Giannini, Humberto, 2008, Una ciudad para el paso humano, En: Maximiliano Figueroa, Entrevista, Rev. Pensamiento Contemporáneo, N°116, sept,oct,nov, pp.95-98.Salazar, Criss, 2008, El monumento de la Colonia Italiana: Triste reflejo de nuestra bicentenaria independencia, http://urbatorium.blogspot.com