El fallecimiento del padre o de la madre propios, aparte de ser extremadamente doloroso, conlleva muchas y diversas dificultades, algunas de las cuales obligan a realizar engorrosos trámites por oficinas fiscales y particulares, como es el caso de tramitar una posesión efectiva.
Creo que a nadie le agrada verse envuelto en trámites, que significan ir de una ventanilla a otra, explicando una y otra vez, tratando de ser claro, amable y breve, una situación personal que requiere de aprobaciones, timbres y firmas de jefaturas, a veces insufribles por la paciencia y constancia que es preciso tener en estas ocasiones para dejar todo en regla y no incurrir en faltas ni omisiones.
La sola palabra “trámite” ya basta para provocar nerviosismo e insomnio (al menos en lo que a mi persona respecta) y mucho peor si esos trámites se deben realizar en oficinas fiscales.
De inmediato se me presenta el rostro de una persona adusta y poco cordial que comenzará a exigirme el único documento que no tengo a mano y eso significará ir a otra ventanilla y explicar la misma historia, después de hacer pacientemente una fila interminable.
¡Insufrible! Sin duda, todos hemos vivido experiencias similares. Pero cuando recibimos una buena atención de parte de un funcionario fiscal, no siempre dejamos constancia de ello. Por eso pensé que debía escribir este comentario, ya que por primera vez en mi vida de ciudadano contribuyente me correspondió recibir una atención extraordinariamente cordial y eficiente en una repartición pública. Me dije: esto debe ser divulgado. Y es lo que intentaré realizar a continuación, porque “nobleza obliga”.
Una fría mañana invernal, mis dos hermanas y yo debimos concurrir al Servicio de Impuestos Internos de Las Condes, ubicado en un cómodo edificio de calle General del Canto en la comuna de Providencia, a poner en orden unos documentos relacionados con la posesión efectiva que estábamos tramitando.
Una contadora amiga nos había explicado cómo debíamos hacer el trámite (¡qué terrible palabra!) y nos confortó diciéndonos que en ese servicio recibiríamos una muy buena atención de parte de todo su personal, desde la máxima jefatura hasta el encargado de recepción.
Sinceramente yo pensé que lo decía para darnos ánimo y nunca lo tomé al pie de la letra, pero desde que ingresamos a ese servicio comenzamos a comprobar la validez de la recomendación.
Al traspasar la mampara de ingreso, ya se respira un aire de cordialidad, de buena disposición y de eficiencia, lo que no ocurre habitualmente en otras reparticiones estatales.¡Digno de elogio, entonces!
Los funcionarios escuchan con atención la situación que se les presenta, acogen con amabilidad, incluso con una expresión facial simpática, y gestionan con agilidad la parte del trámite que les compete. Saludan y se despiden con tanta cordialidad que sorprende.
Y si uno observa a su alrededor, verá a muchas personas realizando sus gestiones con tranquilidad y con tanto agrado que pareciera que son todos amigos entre sí o, al menos, conocidos.
¿Qué explicación puede tener esta escena casi irreal? ¿Cómo se ha logrado impregnar a todo un numeroso personal de una ejemplar actitud de servicio público?¿Quién ha logrado transmitir este espíritu de eficiencia al interior del servicio?
No tengo respuestas para estas interrogantes, pero sí muchos elogios para todo el personal de esta repartición del SII y para su jefatura, todos ellos dignos de ser imitados por tantos otros servicios y funcionarios estatales que distan de parecerse.¿Será muy difícil imitarlos o pedirles la receta? Ellos están demostrando que la función pública puede ser realizada de una manera superior, como debe ser.
Reconocer esta calidad de servicio público es para mí un deber de nobleza.
Otro tema.
Al regresar de esa agradable experiencia ciudadana, tomamos el metro de la Línea 1 y nos percatamos de que algunas estaciones habían sido remodeladas recientemente.
Lo advirtió una pasajera de nuestro entorno y eso dio inicio a una breve conversación espontánea entre algunos pasajeros del mismo vagón: “Me gustaba más la decoración anterior. Era más llamativa, de colores llamativos que la identificaban de inmediato”, dijo una señora y rápidamente todos estuvimos de acuerdo con su apreciación.
“¿Por qué habrán tomado la decisión de remodelar estas estaciones, si estaban bien?”, comentó otro pasajero. Y estuvimos de acuerdo. Entonces me puse a buscar una respuesta satisfactoria para esas preguntas y hasta el momento no la he encontrado.
Entonces, ante esta incapacidad mía, opto por remitirlas abiertamente a las autoridades del Metro, haciendo uso de lo dispuesto en la Ley de Transparencia.
Aquí van: ¿qué necesidad había de cambiar la cerámica mural de algunas estaciones de la Línea 1, si se veían bien y antes tenían un mejor diseño que el actual?
¿Cuánto dinero habrá costado esa remodelación?
¿Por qué no fue invertido en, por ejemplo, dotar de escaleras mecánicas a otras estaciones donde son necesarias o en realizar reparaciones que son evidentes en otras estaciones de esa misma línea o del resto?
Porque entiendo que una inversión debe ser justificada, ya que los recursos económicos son siempre escasos. Como usuarios del Metro, merecemos una explicación.