No debe haber sido nada cómoda la posición en que quedaron los diputados Cristián Monckeberg y Pedro Browne al término de su exposición sobre el proyecto de ley que pretende aumentar el número de diputados de 120 a 136 (que podría abrir la posibilidad de modificar el binominal), en la comisión política ampliada de Renovación Nacional de la semana pasada.
Sin bien en el encuentro se decidió seguir trabajando a favor de las reformas políticas que incluyen la modificación al sistema electoral, también se acordó pedir a la mesa de la Cámara Baja postergar la votación hasta que RN consensuara una fórmula específica de modificación al binominal.
Cuesta creer que pasados cinco meses desde que Renovación Nacional sorprendiera a la UDI y al oficialismo -y la DC, a sus socios concertacionistas- con el acuerdo más audaz sobre reformas políticas de los últimos años, que el partido aún no logre arribar a un consenso interno en la materia.
Desde la DC echan al agua a sus compañeros de “affaire” político, argumentando que en las conversaciones entre ambos partidos no ha habido propuestas que no impliquen aumento de diputados, por lo que el diputado Jorge Burgos les pide coherencia.
Puede resultar impopular aumentar el número de diputados, dada la profunda crisis de representación y confianza en la que se encuentran las instituciones políticas, particularmente el Parlamento. Al acusar a los liberales que impulsan este proyecto de buscar aumentar los cupos parlamentarios porque algunos temen no ser reelectos, Carlos Larraín echa mano justamente a ese argumento.
Puede ser cierto que el propio Presidente Piñera debió recular con las mentadas reformas al binominal (después de haber convocado incluso a los/a ex Presidentes/a, en una suerte de acuerdo nacional a los que le encanta invocar) producto de las presiones de la UDI, y que los gremialistas y sus 39 escaños en la Cámara Baja advirtieron a RN que de seguir en esa línea la Alianza podría quebrarse. Pero Larraín y su muñeca política no son fáciles de aminalar.
Lo que en realidad le molesta a Don Carlos es que la iniciativa legislativa con más posibilidades de superar los veinte intentos anteriores fallidos de cambiar el binominal, provenga de los diputados liberales, disidentes, díscolos o de “la montonera”, como los ha calificado despectivamente el senador Espina.
Que la comisión política de RN haya solicitado a los parlamentarios que se abstengan de votar (por el momento) en una materia que el propio partido impulsó a principios de año, aún cuando ello le significó un tirón de orejas de La Moneda y el odio de los gremialistas, resulta impresentable.
Especialmente cuando la estrategia convenida fue pedir a la mesa de la Cámara Baja que preside Nicolás Monckeberg, postergar la votación hasta que haya acuerdo interno en la fórmula de consenso, evidenciando de paso cómo las presiones de un partido pueden hacer desaparecer un tema fundamental de la tabla.
Después del revés sufrido en la comisión política, seguramente Monckeberg, Cristián, se cuestionó si haber negociado su participación en la mesa directiva del partido para tener presencia liberal en la dirección conservadora de Carlos Larraín (que fue reelecta con 85% de los votos), había valido la pena.
Pero desde el otro lado de la familia, Monckeberg, Nicolás (primo en segundo grado de Cristián), daría el golpe en su calidad de Presidente de la Cámara de Diputados además de coautor del proyecto de ley en cuestión, al afirmar que pondrá en tabla el proyecto para votación hoy martes. En la habilidad que seguramente da la Presidencia de la Cámara Baja, el propio Nicolás antes había tranquilizado a la UDI, asegurándole que cualquier acuerdo en materia electoral pasaría por ellos.
Los liberales sostienen que el partido no tiene atribuciones para fijar la tabla de la Cámara y puesto el proyecto en ella y sin orden de partido mediante, los/as diputados/as liberales pueden aprobar el proyecto. Punto para “la montonera”.
Si el Presidente de la República, por un extraño mandato de Renovación Nacional debió dejar la militancia al asumir la primera magistratura, a escala menor, el Presidente de la Cámara, entiende que en su cargo no puede recibir instrucciones de partido.
La persistencia de RN en una reforma al binominal –tanto con el énfasis y ritmo de los liberales como con la extraña argumentación de la comisión política que lo posterga, pero lo reafirma-, finalmente dan cuenta de que, aunque poderosa, la postura de la UDI se va quedando aislada en este nuevo escenario en que esta reforma se convirtió en el “trendic topic” de la agenda política.
De otro modo no se explica el interés de la dirección de RN de desmarcarse de la UDI, diferenciándose de ella no sólo en las reformas políticas, sino también en el salario mínimo (aunque finalmente pueda terminar sucumbiendo ante la línea gubernamental), lo que pone al propio Larraín como díscolo ante el discurso oficialista.
Si los gremialistas lograron en veinte ocasiones anteriores truncar las reformas políticas necesarias para superar las reglas del juego de la dictadura, esta vez la mayoría de 60% en la Encuesta CEP y el 63,2% de los encuestados por la Universidad Mayor que declararon estar a favor de modificar el binominal, puede hacer la diferencia.
Tal vez por ello la senadora Lily Pérez sostiene con tanta seguridad que si la UDI no se suma a la propuesta, “el Gobierno igual tiene los votos para sacar adelante una reforma al sistema electoral binominal”.
La UDI no podrá oponerse indefinidamente al Presidente, a sus socios de RN, a la Concertación y, especialmente, a la ciudadanía que le verá las caras en las municipales de octubre, si no quiere asumir el costo político de ser la única fuerza que se resiste a los cambios, porque se ve descaradamente beneficiada por no hacerlos.
Habrá que ver hacia qué lado cargan la balanza los diputados independientes y de dónde podrán salir los 6 votos que faltan para alcanzar los 72 necesarios para alcanzar los 3/5.
Es de esperar que la UDI no convenza al gobierno de poner nuevas urgencias legislativas que atrasen la votación del polémico proyecto, estrategia usada anteriormente para ir alargando artificialmente los tiempos de espera de los proyectos que se busca bypasear en los intrincados laberintos del Congreso Nacional.
Si fuera así, el segundo plato ya se está horneando y tal vez tenga mejor sabor: desarchivar el proyecto de ley de reforma constitucional del 2005 para insistir en la estrategia contra el binominal. En una de ésas, en este momento político el horno sí esté para bollos.