Al albergue para migrantes centroamericanos donde estoy como voluntario llegan todos los días cientos de personas. Descansan, comen, se bañan, lavan su ropa, y comparten sus sueños.
Es un lugar de solidaridad donde se encuentran hondureños, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos, mexicanos, una gringa y un chileno; algunos como migrantes y otros como voluntarios.
Todos los que entramos aquí soñamos un continente americano donde los blancos, indígenas, mestizos y negros podamos vivir como hermanos, sin policías migratorias que te digan dónde puedes o no puedes trabajar, según el color de tu piel, el acento con que hablas o el lugar donde naciste.
Sin pasaporte ni visa, como cantábamos en los 90 sobre los espaldas mojadas. Dicho en palabras del economista Andrés Velasco: “donde los liberales permitan que circule la fuerza de trabajo, tal como quieren que circule el capital”.
Tenemos un cuaderno en el albergue donde los que quieran pueden dejar su testimonio escrito. Quiero compartirles un breve texto de Carlos Sánchez, hermano evangélico, el cual corregí en lo formal, no en el contenido que es textual.
Soy Carlos, de Honduras, y no hay mejor lugar en dónde dejar parte de este sueño americano, que hablando en este texto, para entender un poco más la historia de la que puedes estar siendo tú también.
Soñar, diría yo, es el empuje del alma a la superficie de la vida. Es la única manera de mantener en la superficie todo tipo de anhelo. Es por eso que ser inmigrante, más que una aventura, es una daga clavada en el corazón, puesto que estar fuera de casa y de los tuyos, podría ser uno de los gritos más infortunados que deja el silencio.
Se sale por vivir un poco mejor, pero es más que soñar. Es empezar una pesadilla sin necesidad de soñar.
No sé por qué la humanidad se empeña en hacerles la vida imposible a otros.Nosotros mismos hemos hecho fronteras, dividimos las tierras, separamos los colores, etc.
La humanidad ha inventado todo tipo de cosas, pero ha dejado a un lado el verdadero significado de la vida de otros. Estamos tan ocupados, que los niños no suelen ser la máxima prioridad de estas cosas. La gente emigra, sale de estas tierras y a quién le importa. El pobre no se hizo más que para ser un número más, visto sin importancia y despojado de derechos. Carlos Sánchez. Tierra Blanca, Veracruz, México. 30 de Junio 2012.
Comparto este texto de Carlos con la esperanza de que hermanos peruanos, colombianos o haitianos, que llegan por cientos a Chile, que viven en diminutas piezas de empleada doméstica en el pueblito llamado Las Condes, o hacinados en Meiggs, General Velásquez y Toro Mazote, encuentren un corazón hospitalario en los chilenos, como se jactaban Los Huasos Quincheros.
Colombia, Haití y Honduras están viviendo situaciones de crisis humanitaria de esas que estamos acostumbrados a creer que sólo se dan en África. Países como Argentina, Brasil, Chile y Uruguay podrían ser destino para muchos refugiados si ensancháramos un poquito más el corazón.