Me abisma y me alarma el mal uso del lenguaje con el que se informa y se comenta respecto del tema de las universidades, la educación y el lucro, pues ello no contribuye más que a confusiones. Me inquieta la falta de rigor para plantear los temas y me asusta el ideologismo con el que se debate, sustentando los argumentos en descalificaciones respecto de los contendientes.
La falta de realismo o de proyecto por parte de quienes discuten, se deja ver en las expresiones públicas de uno y otro bando.
Me encantan las ideologías, los sueños y las utopías, pero cuando legislamos o gobernamos debemos hacerlo pensando en las mayorías y no sólo en nuestros deseos.
Por cierto que lo ideal parece ser una sociedad en la que las personas sólo se muevan por el amor y el deseo de que todos seamos felices. Siendo así, el único lucro (“ganancia o provecho que se saca de algo”, al decir del diccionario) sería la felicidad y la satisfacción plena de todas las necesidades por y para todos los integrantes de la sociedad.
Pero, los seres humanos vivimos en esta realidad social y debemos ajustar nuestra mirada en una articulación entre el objetivo querido, la forma de conseguirlo y las posibilidades reales de avanzar en esa dirección.
Cuando se dictó la ley orgánica de educación (fue llamada de “enseñanza”, revelando la ideología autoritaria de entonces), se replicó una norma del decreto ley de Pinochet por el cual se reformó el sistema universitario, facilitando la creación de nuevas entidades de educación superior y particularmente universidades, en el sentido de que las nuevas instituciones podían ser personas jurídicas de cualquiera naturaleza, salvo las universidades, pues éstas debían ser personas jurídicas SIN FINES DE LUCRO.
Es decir, se prohibió – sin establecer sanción alguna para la infracción – que quienes formaran una universidad no debían buscar beneficios para sí mismos, salvo por cierto la satisfacción emocional, afectiva o espiritual de haber formado una institución de educación superior.
Lo que está prohibido es el lucro de los que ponen el dinero. La universidad siempre tiene afán de lucro, pues la entidad universitaria debe tener excedentes para generar nuevas inversiones, mejorar la infraestructura, incrementar los cuerpos docentes.
Surgen preguntas. La primera es para saber por qué se hizo esta diferenciación entre las universidades y las demás instituciones de educación superior.
La segunda es para tratar de comprender por qué razón un ciudadano, un inversionista, un grupo económico, un personaje con dinero y bienes, va a destinar sus recursos personales a formar una universidad. Si acaso no hay posibilidades de recuperar la inversión ni de obtener utilidades, las razones deben estar situadas sólo en el ámbito ideológico o moral, dejando el campo libre para que exclusivamente los que tienen intereses religiosos, políticos o de satisfacción de intereses no confesados destinen su dinero a ello.
Yo entiendo que un ciudadano pueda donar dinero a tareas de beneficencia, pero no en los montos que exige una universidad, sin contar con los esfuerzos personales que reviste el hecho de fundar una institución de educación superior. “Quiero pasar a la historia, dejar mi nombre como benefactor”, dirá alguien. Pero ello deja entregado sólo a una circunstancia muy particular la iniciativa en el campo de la inversión educacional.
Lo otro es dejarlo todo en manos del Estado.
Separemos entonces. Ya sabemos que cuando una norma no tiene asidero, es muy difícil que ella sea algo más que letra muerta. Pero, por cierto, eso se debe controlar. Es necesario, entonces, que mientras exista una norma, por absurda que sea, se la trate de respetar.
Lo otro, es que nos sinceremos y lleguemos a la convicción de que es muy difícil que los particulares pongan sus recursos en la educación superior si acaso no es posible recuperar su inversión y obtener rentabilidad.
Estoy convencido de que sería un gran aporte de recursos a la educación lo que se podría obtener si se permitiera la inversión con lucro, como en otros campos del quehacer nacional, por lo menos mientras exista esta sociedad con este modelo y no hayamos alcanzado los estándares de la sociedad soñada. Con controles (más que en las sociedades deportivas, por cierto), con beneficios tributarios si los excedentes se reinvierten (y sólo si es así), con evaluaciones académicas por entidades estatales, con trasparencia en todos los niveles.
El lucro no hace desmerecer el funcionamiento de una entidad superior. Puede ser incluso lo contrario: si alguien quiere tener grandes rendimientos económicos debe hacer una buena empresa y ello, en el campo del conocimiento y de la educación, tiene parámetros claros.
Mientras no haya incentivos ni controles, seguiremos viendo los espectáculos lamentables de universidades insolventes, con mala infraestructura, docentes mal pagados, poco esfuerzo de innovación. En una sociedad como la que tenemos hoy, hay que entusiasmar a los particulares para que inviertan en educación, como única forma de allegar recursos y esfuerzos y estimular la calidad institucional.
Porque está demostrado que el hecho de que las universidades sean del Estado no garantizan nada en materia de calidad institucional. Ya tenemos suficientes ejemplos de eso.
Hay que discutir el tema con sinceridad, con propuestas claras y concretas, con realismo, sin perder de vista que lo queremos es que la educación superior, incluida la universitaria, sea de calidad y las instituciones constituyan un aporte al país.
Teniendo esa meta clara, ciertos ideologismos y consignas pueden quedar de lado.