El homenaje a Krassnoff organizado por el alcalde Labbé tendrá su segunda parte el 10 de junio en el Teatro Caupolicán: esta vez el distinguido será Augusto Pinochet.
¿Qué diferencia a Krassnoff de Pinochet? ¿Por qué la reacción de la sociedad chilena tendría que ser distinta en un caso del otro? ¿No cometió sus crímenes el primero, al amparo y bajo las órdenes del otro?
Se dirá que Krassnoff fue procesado y condenado por la justicia, mientras que sobre Pinochet no pesa sanción legal alguna. Es cierto, pero no es menos cierto que aquello se debe a la fáctica impunidad –cómodamente aceptada por cierto- de que él gozó hasta su arresto en Londres, no a la ausencia de crímenes contra la humanidad y desfalcos al erario público que lo inculpen. De hecho, murió siendo procesado.
La reivindicación de los nombres de los perpetradores de los crímenes de la Dictadura presentándolos como héroes solitarios e incomprendidos, víctimas de circunstancias históricas que los obligaron a cometer “excesos”, pero siempre en nombre de un bien superior, es algo que violenta gravemente la conciencia democrática.
Se nos ha pretendido presentar a torturadores como seres idealistas gracias a cuyo empeño el país goza hoy de paz. Se nos pretende mostrar un Pinochet heroico y magnánimo, olvidando sus crímenes y sus millones mal habidos.
Por otra parte, cuando ocurren este tipo de hechos, la memoria de las víctimas sufre una violenta agresión. La alabanza del crimen y la apología de la violencia que esconden estos homenajes no debieran ser tolerados en nuestro país, no debieran caer en la indiferencia de las autoridades públicas ni ser tratados con complacencia por parte de los medios de comunicación y los partidos políticos democráticos.
La sociedad tiene un deber de memoria al que no puede renunciar. Las víctimas no están obligadas a ese deber de memoria ya que ellas requieren sobre todo sanarse y superar los efectos destructivos del trauma. Pero ellas no pueden sanarse si no ven que la sociedad asume su deber, su memoria, relega al olvido su experiencia, convierte en vano su sufrimiento y banaliza su dolor.
Ante la indiferencia de la sociedad, no es imposible que se abra el camino de la violencia.
Se dirá probablemente que en una democracia a los pinochetistas les asisten los mismos derechos que al resto de los ciudadanos, esto es, entre otros a reunirse y expresarse libremente.
Habría que decir que, por definición, la democracia no es el reino de la libertad absoluta, sino un modo de convivencia en que nuestra libertad encuentra el límite en el respeto al otro.
La sociedad no puede admitir la negación de los crímenes cometidos, el derecho a alabar las violaciones a los derechos humanos o el fomento del odio entre los chilenos.