31 may 2012

Chile en el espejo

Mucho se ha escrito e interpretado sobre el discurso presidencial del pasado 21 de mayo, esta columna no pretende referirse nuevamente al contenido del mensaje, sino reflexionar acerca del tipo de país que ven nuestras autoridades.

El discurso del Presidente reflejaba un Chile próspero, pujante, de soluciones a la mano para prácticamente todos los problemas, ejemplificado en una familia “tipo” benefactora de los programas sociales disponible.

Poco se mencionó de las largas esperas en los hospitales, de los niños más vulnerables que llegan a cuarto básico sin entender lo que leen, de los profesores que se forman en nuestras universidades y egresan sin necesariamente poder resolver ejercicios matemáticos simples, de las alarmantes cifras de obesidad y sedentarismo que tienen ya a un tercio de los niños de 6 años con hipertensión o pre diabetes, de las familias sin casa, de la lentitud de la reconstrucción, de los cesantes ilustrados o de los esfuerzos que hacen mucho chilenos para llegar a fin de mes con 180 mil pesos.

Y esa es la pregunta clave. ¿Cuántos chilenos se sintieron parte del Chile del Presidente?¿De qué Chile somos? ¿Del discurso presidencial o del que aún tiene una infinidad de problemas estructurales y que, a pesar de ser parte de la OCDE, está lejos de países realmente desarrollados?

Cuando uno narra un Chile sin mayores dificultades lo que está haciendo no es más que invisibilizar la realidad. Y es precisamente la falta de realidad de la clase política, lo que hace que la ciudadanía confíe cada vez menos en sus autoridades.

La visión de país que tiene nuestra clase gobernante, está directamente relacionada con las políticas públicas que pueden impulsar, y por ende, con la capacidad de dar solución concreta a los problemas reales del país.

La dicotomía que hoy existe entre el Chile real y el Chile que quisiéramos ser, es abismante. Es cierto que en los últimos 20 años se ha avanzando más que en ningún otro período de la historia reciente de nuestro país. Pero aún hay temas pendientes y deudas profundas por solucionar; la distribución de la riqueza, la desigualdad, el acceso a la salud, la vivienda y educación de calidad. Chile requiere un urgente cambio cualitativo.

Es tan importante el contacto real de las autoridades con las necesidades del país, que de lo contrario gobernar se transforma en una toma de decisiones fría y objetiva, sin el pulso de lo que realmente le importa a la ciudadanía. Y ahí es cuando se produce ese alejamiento cada vez más profundo entre la clase política y la sociedad.

La ciudadanía está pidiendo a gritos representatividad y autoridades conectadas con sus problemas.

En poco más de cinco meses, por primera vez veremos si la ciudadanía voluntariamente irá a las urnas a elegir a sus autoridades comunales; seguramente aquellos que estén más conectados con las necesidades del electorado, serán quienes triunfen.

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