La noticia de la muerte de Bin Laden suscitó múltiples reacciones en todo el mundo. Mientras una mayoría aplaudía el éxito de la acción militar que acabó con uno de los más despiadados terroristas, unos pocos -como los extremistas palestinos del Hamas- lamentaban su muerte. Sin embargo de inmediato afiebradas mentes y escépticos personajes comenzaron a elucubrar todo tipo de teorías conspirativas buscando poner en duda la operación.
Coincidentemente algo parecido ocurrió tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. El humo y el polvo del derrumbe de las Torres Gemelas todavía no se disipaba cuando las teorías conspirativas respecto de qué fue lo que “realmente” ocurrió ese día comenzaron a recorrer el mundo. Probablemente muchos de los mismos que hoy desenfadadamente pretenden cuestionar la muerte de Osama Bin Laden, en aquel entonces buscaron explicarlo como un “autoatentado” de los EEUU y de los sectores neoconservadores de ese país.
¿Qué hay detrás de ello?
Como con precisión lo describió en inglés y en menos de 140 caracteres en su cuenta de twitter el embajador del Reino Unido en Chile, Jon Benjamín, a pocas horas de conocerse la noticia, existe una sola cosa que a la que uno puede siempre apostar sobre seguro: quienes odian a los norteamericanos, inmediatamente comenzaran a inventar ridículas teorías de conspiración sobre la muerte de Osama Bin Laden.
En otras palabras un sentimiento antiestadounidense -que muchos denominan antiamericanismo- está presente en algunos miembros de nuestra sociedad y lleva a estos a generar las más increíbles hipótesis. Estados Unidos ha sido siempre objeto de una mezcla de amor y odio, de envidia y desprecio, por parte del resto del planeta. Ello se vio acrecentado con la caída del bloque comunista, que dejo a EEUU como única superpotencia mundial.
Autores como Jean-François Revel en su libro L’obsession antiaméricaine desnudan muchas de las falacias que se esconden detrás de este sentimiento antiamericano. En sus palabras, la principal razón de ser del antiamericanismo es la de ennegrecer el liberalismo en su encarnación suprema: los EEUU. Por su parte en América Latina, el autor Carlos Rangel en su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” afirma que las corrientes afectivas están regidas por un rencor muy antiguo, el de la América que ha fracasado contra la América que ha triunfado.
Con todo, el antiamericanismo es, la mayoría de las veces, un prejuicio de las minorías políticas, culturales y religiosas selectas mucho más que un sentimiento popular. De hecho en muchas sociedades no democráticas, especialmente en medio oriente, es difícil distinguir hasta qué punto las manifestaciones antiamericanas sean espontáneas y no organizadas por el poder autoritario gobernante.
El fallecido escritor J.D. Salinger en su clásica novela “El guardián entre el centeno” describió la sensación de ahogo vital de un adolescente que no encuentra su camino en el mundo adulto. El adolescente desmenuza sus pensamientos acerca de todo lo que le rodea, haciendo de su existencia, un continuo alegato contra la hipocresía y la falsedad que impera en las relaciones interpersonales de la sociedad moderna. En alguna medida los Estados Unidos es hoy ese adolescente.
Así, en momentos en que tratamos de entender los alcances e importancia -ciertamente simbólica- de la exitosa operación militar que acabo con Osama Bin Laden, coronando la compleja y asimétrica guerra que enfrenta al mundo con el terrorismo jihadista, en lugar de hacernos eco de oscuras teorías de conspiración debemos recordar a los más de tres mil muertos inocentes de aquel fatídico 11 de septiembre de 2001 y a tantos otros que han muerto a manos de grupos fundamentalistas como Hezbollah y Hamas. Sólo la magnitud de la barbarie puede ayudarnos a no prestar atención a absurdas conspiraciones y entender que si bien es cierto la libertad, los DDHH, la democracia y el estado de derecho no son valores exclusivos de los EEUU, ni Occidente, sino que son valores universales, nadie como los EEUU ha hecho tanto por promover los mismos.
Es ello lo que le valió ser objetivo del terrorismo fundamentalista, y quizás sea ello lo que quienes hoy inventan conspiraciones o cuestionan la legitimidad de la operación militar que abatió no a un civil inocente, sino a un combatiente jihadista, no quieren aceptar. Mal que mal, la narrativa de sus vidas está construida en base a un irracional odio antiestadounidense.