Sorprenderá a muchos las tensiones por las que atraviesan los partidos de centroizquierda en estos momentos. La Concertación es criticada casi por costumbre nacional pero, con todo, es parte fundamental del escenario político. Lo bueno que se le reconoce saldrá ahora a flote, porque siempre estuvo ahí, aun cuando nunca se lo mencionara.
¿Qué es entonces lo que ha pasado? ¿Se ha producido una disolución? ¿Es un episodio coyuntural con duración de un día o de una semana? Creo que a las dos interrogantes anteriores se puede contestar con un no.
La centroizquierda no puede desaparecer como alternativa política, puesto que ni sus menos visionarios representantes pueden alterar el hecho que la mayoría del país se ve representada por este espacio. La derecha no es la opción preferida para la mayor parte de nuestros compatriotas. Pero tampoco es cierto que lo que ocurre ahora sea el acto displicente de líderes mal enfocados que gustan de llamar la atención de la prensa.
Lo que ocurre es que ha llegado el momento de decidirse por una alternativa de fondo y eso se ha de hacer no solo de labios hacia afuera. Siempre se ha podido optar entre constituir una mayoría de centro izquierda, o bien, en la izquierda se puede intentar establecer un polo lo suficientemente poderoso como para copar todo el ámbito disponible más allá del actual oficialismo.
Finalmente, esto se expresó en una decisión puntual pero gravitante. Pareciera ser secundaria y no lo es en absoluto.
Siempre se ha discutido sobre qué es la Concertación. Para algunos de nosotros es una alianza estratégica de largo plazo entre el centro y la izquierda para darle gobierno al país.No todos piensan igual. Pero como sea, nadie nunca puso en duda que ha sido, a lo menos, un pacto electoral.
Esto se expresa en la práctica, en que los socios de la coalición privilegian el acuerdo para presentarse juntos a las elecciones. A veces, pueden presentarse en más de una lista, pero siempre se trata de los mismos socios.
Ahora se ha llegado a algo diferente. Dos socios han decidido unirse a un tercero para mejorar sus opciones de elegir concejales. Es una ventaja que se adquiere producto de la forma como opera la cifra repartidora en una elección municipal: la lista que obtiene más votos elije más miembros del Concejo. ¿A costa de quien? A costa de sus otros socios.
Es eso lo que ha ocurrido pura y sencillamente, y cuando ocurre, lo que hay que hacer es reconocerlo. Sin embargo, decisiones como esta no se toman sin medir las consecuencias.
Desde la Concertación quienes le dan el pase a este acuerdo buscan la ampliación del conglomerado, algo que creen indispensable para amoldarse a los nuevos tiempos. Pero ampliar significa mantener lo que se tiene y agregar a otros a un acuerdo más amplio. En caso contrario lo que se realiza en la práctica es sustituir socios. Este es el riesgo… o la oportunidad, dependiendo de cómo se le mire.
En el fondo está el tema de la opción básica entre una centroizquierda unida o un polo de izquierda reforzado.
En el caso del PC, estamos hablando de otra cosa. Es bien sabido que este partido quiere, en la próxima elección, ganar más alcaldías, obtener una cantidad superior de concejales y, luego, llegar a acuerdo parlamentario y, finalmente, incorporarse a un futuro gobierno.
Su dirigencia cree que, con los pasos que ha dado hasta ahora, se encuentra más cerca de obtener sus objetivos. Si esto es lo que se busca, se puede sostener que se ha cometido un error estratégico, respecto de las propias metas que se ha trazado.
Por primera vez en medio siglo el PDC dio el acuerdo para un pacto por omisión con el PC, pese al alto costo que ello pudiera tener. La condición para una buena relación era y es, me consta, el no inmiscuirse en los procesos internos de la Concertación. Por un mayor número de concejales (pan para hoy), se ha echado por la borda una relación de confianza recién iniciada. Y, en todas partes, cuando alguien desecha lo más importante por una ventaja secundaria, ha cometido un error de apreciación decisiva.
Esto denota una falta grave de cultura de coalición. Un conglomerado de mayoría no se conforma maximizando, a todo evento, la búsqueda de ventajas partidarias sino, precisamente, limitándolas en parte para que pueda existir un bien común compartido.
Por cierto, hay detrás de esta opción un cierto diagnóstico de cómo evolucionará el escenario político en el futuro próximo. Denota un amplio optimismo respecto de las propias posibilidades de crecimiento y un pronóstico adverso para los otros. Sobre ello ya tendremos tiempo y oportunidad de verificar certeza o desatino.
Pero este no es el fin de una historia sino el fin de un ciclo. Lo más cierto de todo es que quienes conforman la Concertación necesitan unos de otros para emprender grandes tareas nacionales, aunque no tal vez para practicar la política de la pequeña ventaja de coyuntura. Y como se necesitan, no es que haya caído una larga noche. Se trata de un paréntesis, necesario, tal vez.
Los partidos de la centroizquierda están compitiendo entre sí. Esa es la verdad. Cuando cambien las cosas luego de la elección de octubre próximo, está por verse. Si los pesos específicos de los partidos no sufren variaciones dramáticas, será más fácil retomar el trabajo conjunto a plenitud.
Lo que no cambiará es la necesidad que tienen unos de otros. Hoy y mañana este es el dato fundamental. El camino del reencuentro consiste en recuperar el comportamiento de coalición.
Hoy se compite, pero mañana habrá que converger. Es parte del ajuste a un nuevo escenario político. Hay que apreciar el movimiento completo, más que reaccionar al acontecimiento del día. Más que nunca es necesaria la prudencia en la acción y la mesura en el decir.