Desde la masacre de Chicago el mundo conmemora el Día Internacional de los Trabajadores. Más bien dicho, el mundo recuerda a los que murieron por la brutalidad capitalista.
La pregunta que todos los años nos hacemos ¿han variado las condiciones de los trabajadores en el mundo entero? Probablemente si contestáramos que no, estaríamos cometiendo un error objetivo. Pero si hacemos un análisis más profundo en a lo menos la mitad de los países del mundo y en sectores muy amplios en cada caso se están manteniendo situaciones similares.
En aquella época en que se produce la masacre, el agravio a los trabajadores y sus derechos era brutal, ostensible, abierto, sin escrúpulos y no deja espacio a disquisiciones filosóficas o matemáticas o de economía con que se mira desde ahora la situación de los trabajadores y muy especialmente del “Trabajo” frente al “Capital”.
Hoy las diferencias entre ambos sectores siguen siendo inmensas al punto que no menos del 65 % de las utilidades e ingresos significan ganancias para el Capital y no más del 35% queda en manos de los Trabajadores.
Hoy, conforme a las nuevas normas para analizar el tema las diferencias se hacen más sutilmente pero igualmente perniciosas e injustas.
Hoy se mide en términos de oportunidades, en términos de rendimiento o de relaciones entre el trabajo realizado y el objetivo logrado.
Hoy se mide en cuales son los márgenes de utilidades de los grandes y pequeños empresarios o del trabajador de la tierra y la agricultura y los que trabajan desde el aparato financiero para lograr cada vez más con los préstamos usurarios del modelo económico actual.
La otra pregunta que nos haremos hoy 1° de mayo será como siempre también ¿Ha mejorado la situación de los trabajadores en Chile? ¿Ha mejorado lo suficiente?
En mi perspectiva de largo alcance a lo menos a través de los gobiernos de González Videla hasta llegar al Presidente Sebastián Piñera, a través de medios económicos, políticos y sociales para cambiar la sociedad chilena, tampoco podríamos objetar el avance.
Desde el modelo de inquilinaje de 1950 al modelo de contratación de hoy no se puede comparar puesto que claramente hoy existen mejorías importantes.
Sin embargo, excluida la dictadura que sostuvo el mismo sector político que hoy está en el Gobierno, se mantienen diferencias inequitativas, más allá de lo razonable, casi obscenas e inaceptables en la visión cristiana, humanista que nos soporta en nuestras ideas.
Desde el punto de vista cuantitativo nadie podría sostener justicieramente una sociedad donde conviven poseedores de un patrimonio de hasta 5 mil millones de dólares con un patrimonio que no supera los 10 millonesde pesos como es el caso de la inmensa mayoría de los que ganan el sueldo mínimo o están jubilados de manera corriente.
Pero si miramos también la situación de los trabajadores chilenos en una perspectiva más profunda ellos son mirados peyorativamente por la clase social dirigente.
Ellos son minimizados en cuanto al rol que cumplen en el desarrollo del país. Quiérase o no los dueños de la riqueza nacieron en su inmensa mayoría en esa misma riqueza que se hereda hasta formar una costra, con mentalidad de costra, y con capacidad de arremeter contra los derechos de los trabajadores sin asco.
La diferencia en contra de los trabajadores del país es también falta de su propia unidad y de su propio convencimiento de lo que ellos son. A veces pareciera que prefieren entenderse con patrones sin solidaridad en vez de resguardar el bien de todos.
Lo que pasa en Chile en materia social y en materia de bienestar es una deuda de la que todos somos responsables.
Del mundo financiero que protege ganancias ilegítimas, como el anatocismo, del mundo político porque no hemos tenido la fuerza suficiente para romper ataduras aún en los partidos más progresistas, porque la fronda aristocrática financiera que gobierna Chile no tiene conmiseración y auténtico afán de cambio y de justicia sino de simple asistencialismo. También de las organizaciones sindicales que desgraciadamente tergiversan su rol sindical con su rol partidario.
Pero más allá de todas estas disquisiciones levantemos el alma y nuestras fuerzas personales.
Levantemos la bandera de los trabajadores pero sobre todo levantemos la bandera de la unidad de las organizaciones y de cada uno de los que viven de su trabajo.
No más personalismos.
No más disociación entre ellos.
No más multiplicidad de organizaciones.
Los adversarios no son los demás trabajadores sino el capital y el capitalismo reinante.
Así lo habría deseado nuestra querida amiga María Rozas que ya no está entre nosotros, ClotarioBlest, Manuel Bustos o Tucapel Jiménez que se fueron antes.