Hablar sobre reforma tributaria pasó de ser algo inentendible y ajeno, a ser algo más concreto y familiar para el común de los chilenos, el debate se ha posicionado en distintos círculos de influencia hasta llegar a las cúspides políticas.
Más aún, existe relativo consenso entre los sectores menos ortodoxos (que afortunadamente son la mayoría) con respecto a la necesidad de impulsar una reforma tributaria estructural, que corrija las arbitrariedades de un sistema tributario que por ejemplo, discrimina entre la tributación del capital y del trabajo, lo cual expande la brecha de desigualdad en vez de reducirla como se esperaría de un sistema tributario progresivo.
Sin embargo y en contraposición a lo anterior, no he escuchado a ningún progresista hablar sobre productividad económica, y si le preguntamos al chileno promedio acerca de este término probablemente lo usará como sinónimo de crecimiento económico, variable que por lo demás ha perdido progresivamente valoración ciudadana.
Ahora bien, ¿Por qué mezclar estos dos conceptos que a primera vista podrían ser vistos incluso como contrapuestos?
Básicamente, porque “no da lo mismo que torta se reparta”, es decir, no da lo mismo alcanzar una carga tributaria del 26% (como la tienen en promedio los países de la OECD) con un PIB per cápita de US$15.000 que con uno de US$23.000 (monto con el cual se considera a un país como desarrollado). Y en esto la productividad juega un rol central.
En términos prácticos, la mayor recaudación tributaria producto del mayor PIB, sería equivalente a lo que se recaudaría bajo el PIB actual con una carga tributaria cercana al 40%, es decir, lo necesario para financiar 5 veces la gratuidad de la educación en todos sus niveles.
¿Por qué se habla de Productividad y no de Crecimiento, si pasar de un PIB per cápita de US$15.000 a uno de US$23.000 es crecer?
La razón radica en que desde una perspectiva económica-clásica, un país crece por aumentos de capital, aumentos de trabajo y/o aumentos de la productividad.
Observándose que, 1) Los países que han dado el salto cuantitativo hacia el desarrollo, han sido aquellos que lograron expandir la productividad de manera permanente a través del tiempo y 2) En Chile los aportes de capital y trabajo se han mantenido relativamente estables en los últimos años, mientras que la productividad ha retrocedido hasta el punto de restar crecimiento al país. Hecho que la convierte en la variable de interés.
Si bien el concepto de productividad es un tanto abstracto, una buena forma de entenderlo es “la manera en que una economía logra producir más, con exactamente los mismos recursos”. Luego, la pregunta es: ¿cuáles son las causas de la baja Productividad en Chile?
Como es común en economía las causas son múltiples, siendo las principales a mí entender:
1. Empresas pequeñas y alto grado de informalidad: ambas características son comunes en la economía chilena y sinónimo de baja productividad.
2. Restricciones de crédito: la falta de crédito impide a las empresas más productivas expandirse, y a las menos productivas acceder a los cambios tecnológicos necesarios para incrementar su productividad.
3. Regalías del Sistema Tributario por tamaño de firma y alta evasión: las regalías a la pequeña empresa ponen incentivos para que éstas se mantengan en esta categoría, en vez de incrementar su productividad y así transformarse en firmas medianas. Por su parte, la evasión implica que no son los proyectos más productivos los que se expanden, sino los que sacan ventajas del sistema tributario.
4. Baja inversión en Investigación & Desarrollo y fallas de coordinación en la Innovación: ambos procesos son el sustento primordial de la productividad. Sin embargo, Chile invierte aproximadamente 1% del PIB en Investigación y Desarrollo, y las políticas industriales para solucionar las fallas de coordinación, propias del proceso innovativo, son al menos débiles.
5. Link contraproducente entre beneficios sociales y empleo: entregar beneficios sociales a quienes no están cubiertos, dada su condición laboral, sólo genera incentivos a la informalidad y mermas de productividad. La protección social no debe ser función del status, empleado o desempleado, de las personas.
Bajo este diagnóstico sería razonable proponer, políticas públicas que corrijan los incentivos adversos a la informalidad, la creación de un banco nacional de desarrollo que permita la universalidad del crédito, una reforma tributaria integral que considere el efecto del sistema impositivo sobre la productividad, aumentar la inversión en investigación y desarrollo de forma progresiva, que el estado provea bienes públicos claves para minimizar las fallas de coordinación y generar externalidades positivas en el proceso innovativo, avanzar hacia beneficios sociales universales (salud, previsión, educación) y no vincular este tipo de servicios a la condición laboral de los individuos.
Sin embargo, ninguna medida aislada será significativa si la productividad económica no se define como una política de Estado, y la sociedad, especialmente los empresarios, no le otorgan la valoración debida.