Las primarias de la Concertación han sido criticadas por la derecha y la izquierda, aunque nadie se ha atrevido a decir que este ejercicio representa menos democracia. Estas elecciones ha sido un acto de mayor legitimidad que cualquier otro de los que realizan los críticos para elegir a los suyos. Con sus debilidades, las inéditas primarias para elegir candidatos al gobierno local, ha señalado un rumbo para el sistema político chileno actual.
Sin votación no hay democracia. Poca o mucha, la votación de los ciudadanos es el fundamento del Estado democrático. Acudir libremente a mostrar una preferencia, a tomar un opción por un candidato es lo que los chilenos tienen que empezar a hacer para cambiar el estado de cosas.
Un estado de cosas que el propio Arzobispo de Santiago -un dirigente más bien conservador- ha señalado como insatisfactorio e incómodo para mucha gente. Su diagnóstico se basa en la percepción de desconfianza que tiene la población hacia la autoridad, las instituciones, e incluso, las intenciones de la clase dirigente nacional.
Un factor ha sido el abuso que se ha evidenciados con los nuevos gobernantes. Lo señala la grandilocuencia de sus discursos hasta el escalamiento de los conflictos sociales. ¿Dónde está la excelencia prometida? Los ejecutivos de empresa que han llegado al gobierno encuentran límites en sus propios intereses para desarrollar planes en beneficio de los ciudadanos.
La Concertación por su parte no ha renovado sus cuadros dirigentes. Se mantienen muchos y con el mismo discurso. Todavía son nominados los ex en directorios públicos.
Sumida en las ambiciones de sus dirigentes y abandonando los deberes de facilitar acuerdos razonables o crear alternativas viables, partidos y parlamentarios son cuestionados por sus propias bases.
En realidad, la única novedad que puede mostrar la Concertación desde la derrota es la organización de sus primarias municipales, abiertas a todos los ciudadanos que quisieron acudir.
Pero ello no basta, de ninguna manera, porque también hay demandas largamente anheladas desde los inicios de la democracia y que aún permanecen sin respuesta.
Aysén ha mostrado la promesa incumplida de la regionalización; Zamudio, la intolerancia conservadora; el movimiento estudiantil, la impotencia de la educación; los senadores designados por los partidos, el exceso institucional.Sumados, todos estos factores críticos apuntan al conjunto de la clase dirigente del país.
Hay algo que falta en los políticos. Una visión inspiradora del país. Alguien tiene que responder por lo que antiguamente se llamaba el “alma” de la ciudad. Por cierto, no fue sino el cardenal Raúl Silva Henríquez el último dignatario en hablar del alma de Chile. Un alma hecha de libertad, orden y fe verdadera, según sus palabras.
Ahora, en el nuevo siglo, tenemos que encontrar el alma perdida de la democracia chilena.
Después de todo, cabe preguntarnos quién nos librará de la opresión que ejerce una minoría fuerte y privilegiada contra una mayoría débil y pobre. La Polar es solo un ejemplo. Algo que se repite con los bancos, los concesionarios de servicios públicos, las clínicas privadas.
Se requiere de una nueva política. Ésta no se puede hacer sin que la gente esté atenta a lo que pasa e involucrada con sus representantes.
Al final, todos van a seguir el ejemplo de las primarias, porque si los ciudadanos se comprometen con sus candidatos resulta no solo más democracia, sino mayor legitimidad de la política. Por eso, las primarias no son irrelevantes, al contrario, son la promesa de un nuevo comienzo.