Hace algunos años, cuando un grupo de académicos esperábamos subir a un avión, un rector preguntó a otro si podía recomendarle a un profesor del área de ingeniería para cubrir una jornada completa en su universidad. El interpelado, a su vez, le preguntó por el perfil del candidato. El rector respondió: “Lo que más me importa es que sea buena persona”.
La sorprendente declaración no debe asombrarnos. No quiere decir que no importen las condiciones profesionales y técnicas; pero se necesita mucho más para calificar.
Esa diferencia que hace posible la selección de personal académico puede extrapolarse a todo proceso de captación de recursos humanos en cualquier organización.
En los últimos años se da el nombre de habilidades blandas al conjunto de condiciones personales asociadas a la actitud frente al trabajo, la responsabilidad, el compromiso, el modo de relacionarse con el mundo, la capacidad de adaptación, de trabajo con otros; la resiliencia, la resolución de conflictos, la empatía, el respeto, la tolerancia; saber escuchar, saber decir, demostrar congruencia con valores como la solidaridad, la verdad y la justicia, entre otros aspectos de la conducta.
La creciente valoración de las habilidades blandas responde a una conciencia nueva –aunque no tan nueva en el fondo- de que lo que se espera de un trabajador, en cualquier nivel, es integridad ética. ¡Qué buena noticia!
Tanto más, las habilidades blandas representan un desafío para la educación y, especialmente, para la formación de profesores.
Son éstos los principales responsables de asegurar procesos integrados, donde los niños y jóvenes accedan al suministro actitudinal de buenos modelos humanos.
Por cierto, estos procesos se inician con la familia, pero el aseguramiento debe provenir de la escuela. El profesor debe ser un agente neutralizador de la entropía psicosocial, del influjo de los medios de comunicación, de los pares, de la cultura marginal de la droga y el alcoholismo, de la violencia. Tamaña tarea.
Mientras pensamos en estas cosas, en el debate actual sobre la educación de calidad, se sigue concentrando la atención casi exclusivamente en la dimensión cognitiva de los aprendizajes. Prueba de ello, a modo de ejemplo, son las pruebas estandarizadas del tipo SIMCE que miden lo que miden, pero que no dan cuenta de todas las dimensiones de lo educativo, dentro de las cuales se encuentran las habilidades blandas.
Por eso, es justo el reclamo de los profesores cuando se los juzga parcialmente, sin considerar que mucho de su quehacer apunta precisamente a esos otros aspectos.
Creo que esto no aparece con claridad en el proyecto de Ley que establece el sistema de promoción y desarrollo profesional docente del sector municipal, próximamente a discutirse en el Parlamento. Sería un gran avance para el desarrollo del país que así fuera. Un grave error si se ignorara.