Quienes nacimos entre finales de los 80´ y principios de los 90´ podemos considerarnos parte de la generación limbo, dado que crecimos entre las cenizas de la dictadura y los albores de la democracia.
Nuestra generación se caracteriza por no tener arraigados los traumas de la dictadura (lo que no significa que ésta sea irrelevante para la elaboración de nuestro pensamiento crítico) y por haber dejado de lado el “no estoy ni ahí” de los jóvenes noventeros; probablemente el quiebre estructural que significó pasar de dictadura a democracia para quienes vivieron ambos periodos los hizo ser más conformistas, ya que claramente un país democrático, con libertades civiles, con buenos índices económicos y donde el poder adquisitivo de las personas crecía constantemente, era el paraíso en comparación con los 17 años anteriores.
Sin embargo, nosotros no vivimos la rigurosidad de la dictadura, por lo cual sólo conocemos un estado de la materia y es el que cuestionamos hoy cuando nos encaminamos hacia el mundo laboral.
¿Acaso no es justo que cada generación vaya moldeando la sociedad en la que quiere vivir acorde al contexto de los tiempos?
Justamente es esto lo que la ciudadanía, comandada por la generación limbo, comenzó el 2011.
Un proceso revisionista sobre la sociedad que tenemos, para avanzar hacia la sociedad que queremos. ¿Los resultados preliminares? Un rotundo rechazo al “establishment”.
Todas las encuestas muestran que la ciudadanía no respalda el sistema político, el sistema económico-tributario, el sistema educacional, ni las políticas ambientales, es decir, se necesita una cirugía mayor.
¿Pero acaso es esto una sorpresa? Claro que no, ¿qué se podría esperar de una sociedad donde su carta Gantt fue impuesta y no consensuada?
Así es, la constitución de Jaime Guzmán y el descriterio de algunas políticas liberalizadoras de los Chicago Boys tienen su símil en la novela “Crónica de una muerte anunciada”, sabemos que tienen que morir pero aún no somos capaces de desconectarlas del ventilador artificial de una sociedad despolitizada.
Desde mi modesta opinión como joven economista perteneciente a la generación limbo, creo que las turbulencias sociales que experimentan hoy Chile y el mundo son producto en gran parte del injusto sistema económico imperante. Hecho que trataré de explicar a continuación.
Así como la economía está sujeta a ciclos económicos, la historia económica nos muestra ser una especie de gran rueda donde en un instante estás arriba y tiempo después en el fondo, la fuerza que impulsa esta rueda son los llamados paradigmas (que coloquialmente podríamos llamar modas),donde los contextos y protagonistas son distintos pero la dinámica es similar.
El paradigma desde al menos 30 años a la fecha se llama libre mercado y uno de sus principales exponentes es Chile, país que es tomado generalmente como ejemplo dado sus increíbles resultados económicos, los cuales si bien son sorprendentes en su etapa de recuperación pos crisis de la deuda de 1981 no alcanzan los estándares que presentaba el país en la etapa previa a la liberalización (o etapa de sustitución de importaciones), donde tanto el crecimiento del PIB como del PIB per cápita eran superiores a los mostrados por Chile en la década dorada del 90´.
Ahora bien, si analizamos el desempeño en términos distributivos observamos que el puzzle no se presenta mejor; es cierto que el porcentaje de personas por debajo de la línea de la pobreza ha disminuido pero las brechas entre pobres y ricos han aumentado considerablemente.
Bajo este marco aún nos preguntamos ¿Qué causa todas estas turbulencias sociales? (no sólo en Chile, sino en todo el mundo)
La respuesta parece evidente, las personas comunes y corrientes que trabajan diariamente hasta 16 horas para tener una vida digna abrieron los ojos y se cansaron de las injusticias del sistema.
No es que de la noche a la mañana se hayan convertido en revolucionarios o en comunistas, es simplemente que el elástico de la paciencia e indiferencia se cortó al ver como les “robaban” en sus caras (los rescates financieros se realizan con los impuestos de todos los ciudadanos), como debían endeudarse por años para adquirir un derecho humano como es la educación (lo que es peor sin ninguna garantía de calidad) e incluso ver como personas morían por no tener el dinero suficiente para acceder a un sistema de salud simplemente humano (toleramos por años el famoso cheque en garantía).
Pues bien parece que la rueda está girando, movida esta vez por la conciencia de las personas que claman por un “New Deal”, tal y como ocurriera en Estados Unidos pos la gran depresión de 1929, en donde el estado vele por quienes no pueden defenderse por sí mismos y la economía no quede al alero de esta utópica mano invisible que asigna eficientemente cual dios reparte riquezas a sus feligreses.
¿Un Estado de Bienestar para Chile?