El verano ha estado marcado por la protesta ciudadana en la Región de Aysén. Tal como en 2011 los estudiantes universitarios y secundarios, o quienes se oponían a la construcción de mega centrales hidroeléctricas precisamente en la zona que está movilizada, la gente, los ciudadanos de a pie, sin esperar la tradicional intermediación de la política, han salido a las calles.
Gente que está cansada de recibir promesas.Gente que ya no tolera la retórica habitual desde los centros del poder político y administrativo, que habla de planes, de medidas, de programas, sin que de verdad exista la voluntad política de resolver problemas que se arrastran desde hace tiempo.
Y como ha sido habitual en estos años, el gobierno ha mostrado su impericia a la hora de negociar. No se trata, como suelen argumentar sus representantes, de que hay que tratar a todos por igual y por lo tanto no se puede acceder a demandas de grupos de presión.
Eso es no reconocer la diversidad de Chile, por una parte, y, por otra, es desconocer las diferencias históricas de trato a distintas regiones y provincias. Es evidente que las demandas de los ayseninos no son las mismas que las de los talquinos, por poner un caso.
La lejanía y el aislamiento obligan a medidas proactivas que resuelvan problemas muy reales y concretos. En realidad, tratar a todos por igual implica, en este caso, tratar mejor a los habitantes de aquellas zonas que por la distancia y la quebrada geografía requieren de más recursos para vivir igual que los otros.
Pero además aquí se replantea el mismo asunto sobre el que conversamos tanto el año pasado.
Se trata de la nueva relación entre ciudadanía y política.
Se trata de la creciente toma de conciencia ciudadana sobre sus derechos.
Se trata de que los políticos tengamos que aprender a movernos sobre otras variables.
Un país más culto, con más tradición democrática; un país de gente que ha perdido el miedo; un país de gente que ya no quiere promesas vacías. Ese es el nuevo territorio, frente al que nos ha faltado visión y perspicacia.
Tenemos que volver al contacto con la gente para percibir ahí el pulso de lo que viene, para no ser sorprendidos nuevamente. Es nuestro deber como opositores, pero es tanto más el deber del oficialismo, que tiene las herramientas para responder a las demandas ciudadanas.
Y, por cierto, no podemos dejar que las mismas viejas estructuras soporten el nuevo paisaje. Hay que reformar el sistema político, para que nuevamente fluyan las demandas ciudadanas por los cauces institucionales, con libertad, con energía, con empuje.
La ciudadanía no se conforma con el voto. Hay que darle más y mejores herramientas para su expresión. Ese es el desafío de fondo, porque solo así evitaremos esos estallidos puntuales que acumulan tanta energía contenida. Solo así nuestra democracia será realmente inclusiva.