“La ley de incentivo al retiro, que trae consigo un beneficio económico para los trabajadores del Estado que se retiren de sus jornadas laborales, es una invitación elegante a relegarnos a nuestros hogares”.
Cifras oficiales hablan de 168 mil potenciales beneficiarios de la Ley de Incentivo al Retiro, medida a la que podrán acceder los empleados públicos que se encuentren en edad de jubilar o que estén dentro del plazo que caduca el año 2014, y que además, cumplan con el requisito de tener en su historial 20 años o más, continuos o discontinuos, al servicio del Estado. La idea es renovar los planteles.
Permítanme describir esta situación en tan sólo dos palabras: injusticia y discriminación.
Vamos por parte. Si bien, la medida es llamativa, por el incentivo económico, que fue negociado por las autoridades y los representantes gremiales, esta ley invita a replegarnos a nuestros hogares justo cuando la tendencia mundial es prolongar la vida laboral, debido a los avances en la medicina y a la mejoría de los estándares de vida, que hoy permiten llegar de mejor manera a la edad promedio de jubilación.
Esta medida discrimina, de manera elegante, pero discrimina, ya que nos manda a la casa a leer, y a estar sentados, mirando como el resto de nuestra vida nos pasa por delante de los ojos. “Queremos renovarlo, lo incentivamos a retirarse. Acá hay un monto de dinero”.
En otras palabras, nos están invitando a dejar de ser un aporte productivo a la sociedad y a llevarnos nuestros conocimientos y experiencias al tacho de la basura.
Y no me traten de convencer de que ésta es la manera que tiene el Estado para renovar las plantas de sus servicios públicos, si cada año se contrata a menos personal de manera formal y por el contrario, aumenta la dotación en empleos a contrata o externos, debilitando la estabilidad laboral que tanto caracteriza al sector público.
Esta es una ley de lobo con piel de oveja que se disfraza de positiva, cuando lo cierto es que nos manda a “descansar” en una edad donde de verdad podemos seguir aportando, sobre todo con nuestros contactos y experiencia.
En cuanto al beneficio ofrecido, además, este no es ni tan significativo, y en muchos casos, lo recibido se recupera en un período de dos a tres años de trabajo, donde la persona seguirá acumulando dinero para su jubilación, seguirá adquiriendo experiencia, aportando a su trabajo y se sentirá igual de considerado tanto por sus pares como por su familia.
Por otro lado, no es tan fácil invitar a jubilar en estos tiempos, donde el sistema de pensión es tan cuestionado y por sobre todo, teniendo como antecedente que quienes optan por esta decisión terminan recibiendo, en la mayoría de los casos, algo más de un tercio de su sueldo como trabajador.
Además, hay que considerar que quienes están jubilando actualmente, son las personas que no se han recuperado del todo las importantes caídas de los fondos de las AFP’s y sus pérdidas son millonarias, disminuyendo así considerablemente el monto final de su pensión. Con las cartas sobre la mesa ¿A quién motiva realmente esta medida?
Si bien, tarde o temprano nos tenemos que retirar de nuestros puestos de empleo, lo que está en discusión es el cómo y para ello, se debería pensar en una desvinculación gradual de los trabajadores, a través de programas que permitan heredar los conocimientos y experiencias a quienes vienen a reemplazarnos y con ello aprovechar la experiencia laboral de quienes han estado al servicio de la comunidad por tantos años.
Después de todo, los años no pasan en vano. Por algo en otras culturas los ancianos son protegidos y tomados como ejemplo.