Desde luego, excusen lectores de este sitio Web de Cooperativa por titular esta columna en inglés (So what? que en español significa ¿Y que?).
Pero, por esas circunstancias y oportunidades que nos provee la vida, tuve ocasión hace algunos años de enseñar en ese idioma, y en ocasiones utilizo en mis reflexiones ciertos giros de esa lengua.
Recuerdo que mis alumnos, que eran de pos grado y buenos y muy críticos lectores, muchas veces al final de las sesiones comentaban: so what?
Lo decían a propósito de nuestras lecturas de libros y artículos de sociólogos, politólogos, antropólogos, economistas, juristas, periodistas, intelectuales y políticos latinoamericanos que se caracterizaban por el tono quejumbroso de sus análisis de nuestra historia y realidad social, económica, política, cultural.
Al final de cuentas, sumando y restando, era como para ponerse a llorar – excepto que no era académicamente correcto hacerlo.
Ello porque de las lecturas se concluía que las diversas naciones-estado de nuestra múltiple y variada región latinoamericana terminaban por perfilarse como países de enorme potencial, que lo tenían prácticamente todo y no habían logrado nada, o casi nada, excepto la pobreza o miseria de la mayoría de sus infortunados habitantes.
Y, además, se extraía un largo y triste historial de violaciones a la dignidad y derechos fundamentales de la persona humana.
También percibíamos que, en nuestra atroz historia política, los países de nuestro Continente habían experimentado prácticamente de todo.
Desde nepotismos varios, oligarquías, dictaduras, regímenes militares, autoritarismos, populismos, totalitarismos, revoluciones, reformas frustradas, etcétera, hasta regímenes políticos democráticos representativos – poco representativos, generalmente.
Solamente nos faltaba instalar y experimentar con un gobierno de los teólogos –aunque algunos en su momento intentaron darle fundamento a un régimen político de ese tipo.
Ahora bien, cuando leo análisis generales recientes sobre Chile y lo que está ocurriendo en nuestro país de la indignación movilizada acompañada de una inveterada y ampliamente rechazada violencia, percibo que tiende a surgir el mismo cántico, las mismas críticas de hace cuarenta o cincuenta años atrás.
El diagnóstico también es similar, sino igual, y concluye que es preciso un cambio profundo en el ámbito económico, social, político, cultural.
Al final del día se trata del mismo o variaciones mínimas del discurso que escuché de joven y cada vez más me convenzo que tiende a tratarse y puede que sea un simple artilugio para llevar adelante una de las peores orientaciones e intenciones en la vida de interrelación política, aquella que grafico como “quítate tú para ponerme yo”.
Esa orientación e intención, conviene destacar, puede aplicarse a todos y cada uno de nosotros y a los políticos, partidos, gobernantes, opositores, ciudadanos organizados o no, cualquiera sea la ideología que se sustente.
De otro lado, considero que el desprestigio, desafección, rechazo, incluso rotundo y profundo de los políticos, de los partidos políticos, el Gobierno, la Oposición, las instituciones políticas – que considero sumamente riesgoso para un régimen político democrático- es motivado, en buena medida, en que ya nadie o casi nadie cree en el discurso basal a que aludo.
Porque al fin de cuentas la pregunta que yo -y creo que muchos otros- nos hacemos es ¿qué propone usted hacer, específicamente, para avanzar desde dónde estamos a una situación mejor sin que ocurra una involución a situaciones aún peores como aquellas de nuestro pasado?
En realidad la pregunta de qué hacer –como propuse en una columna anterior- es central a la política y a los políticos y hoy también debiéramos formularla a los ciudadanos indignados y movilizados.
Opino que en nuestro país existe capacidad para, sin emotividad, sin exaltaciones ni exabruptos, diseñar y proponer soluciones específicas, realistas, financiadas, consensuadas, sustentables en el tiempo, respetuosas con nuestro entorno y las personas y que mantengan y perfeccionen el régimen político democrático.
Si ponemos en acción tal capacidad entonces podremos comenzar a responder a aquella agresiva pregunta de mis alumnos, que anoté al comienzo de esta columna: so what?