Estamos a pocos días de que se conmemore un nuevo 27F y las miradas siguen estando lejos de la pregunta sobre cuáles son las lecciones que nos dejó el terremoto.
Son días en que las acusaciones van y vienen entre quienes eran las autoridades políticas, técnicas y militares de ese entonces. Parece que el hecho de encontrar culpables a quienes apuntar con el dedo nos dejará más tranquilos.
Sin embargo, ya es hora de que terminemos con la costumbre de buscar responsabilidades en terceros y enfoquemos nuestros esfuerzos en implementar soluciones efectivas que nos preparen para enfrentar una nueva catástrofe.
No podemos dejar que pase otro año y la discusión siga enfocándose en las culpas. Con el transcurrir del tiempo la voluntad política y ciudadana para hacer cualquier mejora se desgasta.
Por lo tanto, tenemos la oportunidad de superar ahora las carencias de nuestro sistema de emergencia. Asimismo, es momento de dejar de criticar lo que hicimos o estamos haciendo mal, es hora de preguntarnos qué podemos hacer mejor. En otras palabras, la mirada tiene que estar puesta en la mitad medio llena del vaso para completar lo que falta.
En el minuto del terremoto todos hicimos algo frente a la emergencia. La comunidad reaccionó y el mejor ejemplo de ello es que miles de personas no requirieron una alarma de tsunami para evacuar.
Es más quienes siempre han tenido un arraigo con el mar, como las familias pesqueras, innatamente saben cómo actuar. Eso nos muestra qué tan distintos podrían ser los resultandos si las comunidades estuviesen preparadas para enfrentar una catástrofe.
Así, la primera lección que nos dejó el terremoto es la importante necesidad de enseñar a los ciudadanos a cómo auto gestionarse durante las primeras 72 horas tras ocurrida una emergencia. Esto, hasta que las autoridades puedan apoyar el manejo de la catástrofe.
En términos simples, las familias, los vecinos, la comunidad debidamente organizada y entrenada, debe ser una extensión de los equipos profesionales de respuesta.
En una cultura centralizada, como la nuestra, siempre miramos y esperamos soluciones desde el gobierno central y sus autoridades nacionales.
Por lo mismo, ha pasado desapercibido el hecho de que los primeros en estar en terreno fueron los líderes locales, es decir, los alcaldes, carabineros, bomberos y profesionales de la salud.
Tanto nos hemos alejado de esta realidad que hasta hoy no existe ninguna reforma que fortalezca la capacidad de gestión de una emergencia por parte de los municipios. Por lo tanto, la segunda lección tiene que ver con empoderar a las autoridades locales.
Por ego, o tal vez por un afán de querer trascender en el tiempo, estamos siempre tratando de reinventar la rueda. Es momento de no seguir perdiendo energías.
Debemos mirar más allá de la cordillera, es decir, observar a los países líderes en materia de emergencia. Es necesario que busquemos las mejores prácticas a nivel internacional.
Una vez más naciones como Estados Unidos o Canadá llevan décadas implementando un sistema que permanentemente se hace más rico en materia de gestión de emergencias, justamente porque aprenden de los errores. Allí nada se deja en el aire, cuentan con registros de todas las lecciones aprendidas y cada uno de los procedimientos está normado y por escrito.
Para no lamentar centenares de fallecidos y el sufrimiento que genera una tragedia, debemos rescatar lo mejor que tenemos, es decir, la comunidad y los gobiernos locales. Desde ahí podremos construir un sistema enfocado en los ciudadanos y en salvar vidas.
En ello no aporta que como sociedad sigamos en la dinámica de buscar culpables. De eso se encarga la justicia. Es momento de dejar de preocuparnos, es minuto de ocuparnos en qué podemos hacer mejor.