Ha sido muy importante que la Concertación haya tomado resueltamente la iniciativa respecto del cambio del sistema electoral binominal, y que esta demanda, compartida por la mayoría del país, se haya impuesto en la agenda pública. Estamos ante un escenario en el que, en general, los dirigentes concertacionistas han actuado con acierto.
Cuando se difundió el acuerdo de la DC y RN sobre este punto y otras reformas políticas, pareció por un momento que los otros partidos concertacionistas iban a tomar distancia o a cuestionar el acuerdo.
Eso no ocurrió y, por el contrario, el conjunto de la coalición ha definido un discurso unitario de presión sobre La Moneda para que Piñera se atreva a cruzar el río aunque la UDI ponga mala cara. Hay que valorar que los senadores y diputados de la Concertación y del resto de la oposición se hayan decidido a dar la batalla por establecer un sistema proporcional corregido aunque peligren sus propios cargos.
La batalla por terminar con el binominal es absolutamente decisiva para elevar la calidad de la política. No hay razones valederas para mantener un sistema que se encuentra completamente desprestigiado.
Tanto es así, que los líderes de la UDI ya no tienen argumentos para defenderlo, y han optado por concentrar su alegato en lo que consideran “deslealtad” de RN, o decir que el cambio del binominal no estaba en el programa de Piñera, o aludir al peligro de quiebre de la coalición gobernante.
No se refieren a los principios que están en juego, en primer lugar la exigencia de asegurar una adecuada representación entre los votos obtenidos por cada partido y el número de parlamentarios que elige.
La UDI es el único partido que se opone al cambio hasta ahora, y sus motivaciones son estrictamente partidistas, lo que empieza ser percibido por no poca gente que votó por la coalición gobernante pero entiende que el cambio es necesario.
Lo más probable es que en las propias filas de la UDI exista inquietud por un escenario de aislamiento respecto de un sistema que se ha vuelto indefendible. Así quedó de manifiesto en las declaraciones del diputado Edmundo Eluchans, de la UDI, que sostuvo que es necesario abrirse a esta discusión.
Algunos líderes de la derecha han llegado a decir que volver a un sistema proporcional equivale a crear las condiciones que provocaron el derrumbe institucional de 1973. Es un argumento sin sustancia.
No fue el sistema electoral la causa de aquella crisis. Mucho más gravitantes fueron las profundas discrepancias sobre los ejes de funcionamiento de la economía y, especialmente, sobre el valor de la vida en democracia.
No fue la cantidad de partidos lo que socavó las instituciones, sino la falta de consensos básicos sobre la marcha del país, la extensión del odio y el miedo en la sociedad, el fracaso del diálogo entre el gobierno y la oposición y, cómo no, la opción por la vía armada de un sector de la derecha. Lo determinante fue que la democracia no tuvo entonces suficientes defensores.
Necesitamos aprender de la historia, por supuesto. Ello implica no asfixiar a las instituciones, no permitir que estas se distancien del sentir de los ciudadanos. Si no se modifica el sistema de elección de los parlamentarios, se crearán las condiciones para una grave crisis política.
Simplemente, no van a dar ganas de votar en noviembre del próximo año para elegir diputados y senadores en el marco de un sistema tramposo.
¿Qué autoridad tendría el Congreso Nacional elegido, una vez más, según sus normas?
¿A qué nivel llegaría la abstención?
¿No sería fácil llamar a protestar mediante la anulación del voto?
En este contexto, el Presidente Piñera no debería seguir dando señales confusas respecto de lo que pretende hacer. Si afirma que hay que “perfeccionar el sistema binominal”, desconcierta a medio mundo.
No se perfecciona aquello que no tiene arreglo. Lo que Chile requiere es otro sistema electoral. ¿Cuál es ese sistema? El mismo que está vigente para elegir concejales en los municipios. O sea, proporcionalidad, cifra repartidora, representación de las mayorías y las minorías.
No hay que aflojar la presión. Este no es un asunto que importe sólo a los partidos. Es necesario que se pronuncien todos los sectores.
No podemos permitir que un grupo minoritario, que sólo piensa en defender sus intereses, imponga su voluntad a la mayoría. No se puede desaprovechar esta oportunidad.
La Concertación tiene la responsabilidad de encarnar firmemente la voluntad de mejorar la democracia.