Las encuestas de final de año dan un cuadro revelador de lo que puede ser el inicio del período electoral en la administración Piñera. Lo que pretendió ser un gobierno fundacional termina siendo un gobierno que lucha por tener opciones electorales en los comicios electorales que se inician el 2012 y terminan en las parlamentarias y en las presidenciales.
En otras palabras, la conducción de Piñera ha sido un fracaso político, un fiasco como administración y un retroceso respecto al fortalecimiento y prestigio de nuestras instituciones democráticas.
Las buenas noticias respecto a una ampliación de libertad, equidad, respeto del pluralismo y regeneración de liderazgos han venido de los movimientos sociales.
Hay también en ciernes una reacción política de adaptación a los mayores cambios sociales acumulados en muchos años; pero estos solo serán visibles luego que se realicen las elecciones primarias y luego municipales.
Hay una demanda social por renovación política y un firme convencimiento mayoritario de que la derecha resultó ser una vía errada para conseguirlo.
Es un poco cansador constatar que, cada vez que las encuestas muestran un deterioro en el famélico prestigio presidencial y una evaluación ampliamente negativa de la actuación del ejecutivo, siempre se recurre al mito de la próxima recuperación. “Ahora sí la ciudadanía tendrá que entender que estamos gobernando bien”, parecieran decir ministros y dirigentes de derecha.
En el colmo de la desubicación, el diputado gremialista Iván Moreira las ha emprendido contra todo el país denunciando “la evaluación más injusta de una sociedad que evalúa con parámetros mezquinos y cortoplacistas”. En otras palabras, no es que el gobierno cometa errores: es que el país tiene un juicio erróneo e injusto. Somos unos desagradecidos que no alcanzan a comprender el bien que le hacen sus benefactores.
Nada nuevo bajo el sol, ya escuchamos eso luego de la derrota de Pinochet. Es el lenguaje del autoritario vencido en democracia. La derecha no aprende: se ofusca.
No esperaba críticas, quería cosechar aplausos. Partió con un presidente que, al país que iba le endilgaba las recetas que debían seguir para ser exitoso como él lo sería; ahora está al fondo de la tabla de posiciones presidenciales y se protege en el prestigio de Chile en vez de acrecentarlo con sus méritos.
En un panorama tan frustrante, no todo es malo para el oficialismo. La derecha ha tenido una derrota estratégica, pero quiere resarcirse con una victoria electoral. Ha fracasado en ser un aporte novedoso, original y reconocido en lo que se relaciona con el desarrollo del país. Pero eso no significa que no pueda ocupar las herramientas y recursos que tiene en su haber para intentar quedarse en el poder.
Para lograrlo necesita concentrarse en su electorado, hacer girar la gestión de su gobierno en la entrega de beneficios palpables por la mayoría, y, promover que sus adversarios cometan errores no forzados o, finalmente, no logren unirse en su contra.
Hay muchas formas de leer las encuestas. Una obvia es detener la mirada en lo que le importa a la mayoría. En este caso, está claro que hay problemas de primera prioridad para el ciudadano común: delincuencia, educación y salud. Sin logros en estos aspectos, la derecha no tiene posibilidad de continuidad en el poder.
Y lo cierto es que estas son áreas de desempeño mediocre. En seguridad los resultados son tan malos, que el objetivo diario del ministerio del Interior parece ser el buscar trasferir la responsabilidad hacia otros actores; Educación ha tenido tres ministros en un año y no pudo con el movimiento estudiantil; Salud se encuentra entre los peor evaluados siempre.
Por cierto hay un camino que la derecha puede seguir: en Interior, cambiar un escudero que atrae los ataques y que busca generar conflictos para mantenerse en su puesto, por un auténtico jefe de gabinete.
En Educación, se avanzaría bastante con un Presidente que avale a su ministro en vez de quitarle el piso en el momento menos indicado.
En Salud ya es hora de que los compromisos se cumplan en vez de que se adeuden; hay que centrarse en las atenciones antes que en las explicaciones.
Suponiendo que todo ello se consiguiera, el gobierno de Piñera tendrá que comprender que este no es un país que pueda administrar en base a la entrega de canastas.
Ocurre que se despertó el deseo de participar. Que mucha gente se moviliza por el respeto de su dignidad y de un país más justo. Es un país que respalda las demandas de los estudiantes aunque no siempre sus métodos de movilización.
Resulta que el binominal y su cambio sí importan.
Es decir que la derecha no puede ganar si insiste en tratar a los chilenos y chilenas como menores de edad y no como adultos responsables.
Es más, tal vez el dato más interesante de la encuesta CEP es el develar que este es un país en que los ciudadanos tienen tres actitudes predominantes: preocupación, enojo e indignación.
Lo que prima no es el miedo, el temor o el susto por lo que viene. Los ciudadanos no sienten que el futuro les traiga desafíos que no puedan superar. No creen que hoy la mayoría mande, pero saben que sin ellos no se puede gobernar de verdad.Sinceramente, no creo que la derecha llegue a comprender a cabalidad el profundo significado de tamaño cambio ciudadano.
En fin, tal vez si la esperanza mayor de la derecha sea la aparente debilidad de la oposición. Para ser sinceros, la duda sobre la capacidad de la oposición de hacerse cargo de los cambios sociales producidos es compartida por una mayoría.
Pero yo no entraría tan rápido en la desesperanza generalizada. Tal vez esa capacidad de reacción, tan esperada, se esté gestando ahora mismo.
Estimo que la mayor crítica que el ciudadano hace a la centroizquierda no es algo que hizo en sus gobiernos, sino la exasperación que produce en que parezca que no puede derrotar a la derecha.
Está en contra de quienes parecen no poder ganar, logrando ser un contrapeso efectivo a la arrogancia hecho forma de gobernar. Lo que se critica no es lo que los de la Concertación tienen de políticos sino lo que tienen de débiles.
Pero esto tiene una solución obvia. Estamos a punto de un proceso inédito de generación de liderazgos legitimados en elecciones sucesivas: primarias partidarias, primarias de Concertación, elección municipal propiamente tal. Va a haber participación y triunfos. Va a mostrarse la capacidad de unirse para ganar.
Se premiará el logro de alcanzar una oposición unida, se castigará la dispersión por inconducente.
¿Demasiado optimismo? Tal vez, pero antes de descartar la posibilidad sería recomendable esperar a ver lo que suceda en pocas semanas con el proceso de elecciones primarias. Obsérvelo. Quizá cambie de opinión.