Los símbolos son importantes, el edificio del Congreso en Valparaíso exuda por cada centímetro de hormigón el legado de la dictadura. Es la torre oscura de Isengard, el anfiteatro idóneo para el mercadeo entre derecha y Concertación.
Una de esas monedas transadas ahí han sido los DDHH.
Hoy los concertacionistas en el congreso, sector privado o en organismos internacionales, rasgan vestiduras porque Rubén Ballesteros fue elegido presidente de la Corte Suprema.
El arribo al cargo de quien formó parte de consejos de guerra luego del golpe, no es un evento de hoy, es posible pues en agosto de 2005 el Presidente Lagos lo nominó para ser nombrado como Ministro de la Corte Suprema.
La conformación de esa corte fue siempre turnando la candidatura de un afecto pinochetista a cambio de otro que no lo era, o no lo fuera tanto.
Las canalladas, al igual que las luciérnagas, sólo brillan en la oscuridad. Lagos propuso a Ballesteros para sesión secreta del Senado un 10 de agosto del 2005. Necesitaba 30 votos, pero el CV del candidato nefasto hizo tambalear la operación de Viera Gallo.
El nombramiento se logró al fin, en una nueva sesión secreta el 16 de ese mes. La labor de Viera Gallo fue brillante, Ballesteros consiguió 34 votos, 4 más de los necesitados. Cuenta la leyenda que los senadores socialistas se opusieron.
Sin embargo, un día esta rutina de negociaciones tórridas no funcionó. Fue en el caso del candidato Alfredo Pfeiffer, propuesto para esa instancia por el gobierno de la presidenta Bachellet.
Hermano de Franz Pfeiffer, uno de los líderes del nazismo chileno, Alfredo, según sus propios colegas, es un revisionista del Holocausto Judío.
Pfeiffer lucía como “meritos”, además, amnistiar los procesos Calle Conferencia y Operación Cóndor. En enero del año 2006 votó por la amnistía y prescripción en el caso de secuestro y desaparición de Jacqueline Ninfa, quien hoy sigue desaparecida. En el caso Jecar Nghgme, tuvo el caso 11 años sin inculpar a nadie y trató de cerrarlo 4 veces.
Ese día en el Senado iba a ser un día de transacción normal, estaba citada la sesión especial, esta vez no secreta, detalle clave para lo que sucedería.
Como no era deliberación escondida, los honorables de la Concertación se llevaron una sorpresa, pues mientras daban sus argumentos grises para justificar el apoyo, vieron entrar a tribunas a las mujeres de la AFDD, asistentes alertadas ante el nuevo descriterio del arco iris de hollín.
Ellas acudían tristes, a sabiendas de la operación política sellada. Pero su sola presencia hizo palidecer a muchos senadores socialistas y PPD, entregados esa tarde otra vez al fatalismo del cogobierno.
Repentinamente algo inesperado hizo tambalear el negocio, pues el senador Frei, hijo de un Presidente de la República asesinado por la dictadura, votó en contra de Pfeiffer. Los concertacionistas liberados de las cadenas, pero que ya habían aprobado, sin poder mirar a los ojos a las mujeres de la AFDD, solicitaron revertir su voto para rechazar al propuesto-impuesto.
Lo imposible se volvía milagro, la oscura torre de Isengard se desmoronaba y los acólitos de Pinochet en el hemiciclo vociferaban contra la Concertación por no tener “palabra ni honor”.
Célebres fueron las frecuencias de odio de la hoy flamante ministra del Trabajo, la cual incluso meses después dijo, en un día de sesión ordinaria, que la gente de los DDHH la tenían harta, pues no dejaban salir del país a su pobre padre.
Se le olvidó agregar que ese general del aire formó parte de una junta militar responsable política de miles de muertos en Chile y a quien la justicia internacional gustaría bastante de interrogar, si se le ocurre salir de paseo por Europa como lo hizo Pinochet.
Lástima, pues ésta nos es una historia con final feliz. Al año siguiente y en la plaza dejada por Pfeiffer, la Concertación apoyó a una jueza que rechazó desaforar a Pinochet por los crímenes de la Operación Cóndor (2004) y Colombo (2005), incluso fue la redactora del fallo.
No sólo eso, cuando se analizaba en segunda instancia las condenas en contra de los autores, cómplices y encubridores del crimen de Tucapel Jiménez, la ministra propuesta por Bachellet votó por reducir las penas y la absolución de algunos.
Sin embargo, el día del rechazo a Pfeiffer, la negociación triste de la Concertación y la derecha sufrió un revés gracias a un hijo que no olvidó a su padre asesinado, pero por sobre todo a la mirada serena de las madres, hijas y esposas de la AFDD, cuya sola presencia hizo recordar a varios cómo hasta el manoseo de los mercaderes del templo debe tener un límite moral.