Leyendo una información que se generó hace pocos días en la Universidad de Harvard EE.UU., encontré que un conocido colega de ese país se había enfrentado a una situación que al menos podemos calificar de insólita.
El afectado fue ni más ni menos que el famoso economista Gregory Mankiw, quien ha escrito varios textos, para muchas generaciones de estudiantes, y sobre todo para aquellos que recién inician sus estudios de teoría económica.
Yo mismo utilizo uno de sus libros en la cátedra de macroeconomía que dicto en la Universidad de Chile y tengo que reconocer que se trata de un texto sobresaliente de gran rigurosidad académica pero, por sobre todo, con una gran expresión pedagógica de las a veces sofisticadas materias que deben aprender los estudiantes de economía.
¿Qué le pasó al Profesor Mankiw? Fue abandonado por sus estudiantes de una manera muy dura: sus alumnos le dirigieron una carta donde le informan que dejan la cátedra como una manera de expresar su descontento por el sesgo, que a juicio de ellos, Mankiw expresa sus visiones afectando con ello a los estudiantes, la universidad y la sociedad en general; le achacan además que no presenta discusiones académicas alternativas que conduzcan a analizar las ventajas y desventajas de diferentes modelos económicos.
Como diríamos en Chile a Mankiw no lo quieren al menos sus alumnos.
Al profesor Mankiw, un ex asesor del presidente George W. Bush y miembro de la Facultad de una de las universidades más reputadas del mundo, no le debe haber hecho mucha gracia la carta.
Este hecho anecdótico me produjo, no sólo curiosidad sino también me hizo reflexionar profundamente a cerca del liderazgo que requiere un profesor. Al final un profesor sin liderazgo es un maestro sin credibilidad.
Y me hizo recordar una maravillosa película que vi hace unos años atrás, donde un profesor, John Keating, en la Sociedad de los Poetas Muertos, se transforma en un líder en una conservadora academia en Massachusetts, EE.UU.
Él cambió los métodos de enseñanza en un lugar que basaba sus planes de estudio, no sólo en tradición y excelencia educativa y con programas estrictamente estructurados, donde la base del aprendizaje era la memoria y otras características clásicas de la educación conservadora.
Paradójicamente, lo que buscaba dicho centro de estudio era promover nuevos líderes en la sociedad norteamericana.
El amor de Keating por la poesía conduce a sus alumnos no sólo a admirarlo, sino a remecer profundamente sus conciencias para adentrarse en un conflicto que es obvio que aparece detrás del pensamiento liberal, esto es el conflicto entre la libertad y el conformismo.
El notable recuerdo de aquella película todavía me emociona, cuando en una de sus clases, se sube en la mesa del profesor y les pide a sus alumnos que miren la vida desde otra perspectiva, pero también los saca a los antiguos pasillos, llenos de fotos de ex alumnos de la academia, todos muertos ciertamente y donde les susurra lo que las fotos transmitían: Carpe Diem (aprovecha el tiempo porque la vida es corta).
Obviamente, el profesor Keating choca con el establishment y finalmente es expulsado de la academia de una manera sumaria y rápida. Pero la escena más linda es al final, cuando va a buscar sus libros en presencia de otro profesor, ciertamente uno adusto y conservador quien comprueba con espanto que el último homenaje a Keating ocurre cuando sus alumnos, lentamente y uno por uno se empiezan a subir a sus escritorios.
Esa escena nunca la olvidaré porque al final el liderazgo de Keating transformó el pensamiento de aquellos jóvenes conservadores en uno basado en la libertad, lo que no habría ocurrido si el maestro no hubiera tenido el liderazgo que le permitió también impulsar esas ideas.