Alguna vez le escuché decir a Manns que la Música era la matemática transida por la emoción.
Hace pocos días escuché en la Universidad de Berkeley en California la ponencia del arquitecto Mark Sarkisian del famoso estudio SOM que nos hablaba de la arquitectura como la música congelada.
El filósofo Nitzsche nos dejó esta hermosa frase: sin la música la vida sería un error. Pero aterrizo en Chile y leo: listo el decreto que quita estudio y educación musical en las escuelas. Menos música en la educación básica.
Pero, ¿Qué nos pasa a los chilenos? ¿Cómo es posible tanta frivolidad y ligereza en nuestros gobernantes?
¿Quién puede dudar hoy por hoy de la primacía que ha ido adquiriendo esta disciplina artística entre las opciones de los jóvenes y no tanto?
Basta alzar la mirada en la vereda de cualquier ciudad del mundo para descubrir cómo la música se ha vuelto un claro y sonoro refugio ante la tempestad irritante de la vida.Ahí están los audífonos que nos defienden.
Pero también la música es una expresión plena del ser y nos habla con elocuencia de la condición humana aún con su enigmático e inefable lenguaje. Es a esto que debemos prestar más atención, sobre todo desde la educación pública, desde aquella que se imparte masivamente.
Hay que estudiar y desentrañar musicalmente a Violeta Parra en las aulas de los colegios. Por citar sólo a la más importante en la música chilena. Esto dicho sin chovinismo, pero consciente del retardo histórico con que nos abuenamos con lo verdaderamente nuestro.
Tenemos el deber de asumir nuestra condición para crecer más seguros y orgullosos.
Hay que saber qué y cómo es la ancestral música andina de una parte considerable de nuestro territorio nortino, que no solo tiene cobre y oro que luego otros comercian impúdicamente. Porque para eso sí que tenemos harta energía e inversión. Así con los chilotes, los rapa nui, etc.
Hay que darle tiempo y espacio a las artes en general, desde las Escuelas Básicas. Porque la diferencia no nos la dará dejar la música y aprender matemáticas o lenguaje.
Cuando se ignora la formación artística sobreviene cierta aridez en el espíritu.
Las artes son incomparables e insustituibles y muchas veces de lento aprendizaje.
Quitar una hora de educación musical es olvidarnos de revisar nuestra propia historia musical. No habrá tiempo, que ya hoy no existe con la seriedad y profundidad debida.
¡Error entonces!
La música es más importante que el idioma inglés. Todos cantamos las canciones de los Beatles pero pocos, muy pocos entendían las palabras. Casi no importaba lo que decían y a veces era mejor no saberlo. Así como es más importante también es más complejo. Debe por tanto ser una disciplina que comience desde muy temprano y tomarse muy en serio.
Quién estudia música, la teoría y el solfeo, la práctica de un instrumento, participa de un coro, de una banda o asiste a un concierto, vive momentos de fuerte emoción y trascendencia consigo mismo y hacia los demás. Por esto se dice que la música es una expresión plena.
Quien crece desde pequeño cerca de las melodías, armonías y ritmos podrá, si lo acompaña el talento, abrazar la carrera artística para toda la vida, carrera maravillosa.
Pero todos seremos mejores personas, en cualquier disciplina, si nos educamos desde niños sintiendo que la Escuela no fue indiferente y nos acercó a la Música.