La reciente jornada electoral vivida en España arroja unos resultados que podrían generar cierta confusión si no son analizados detenidamente y ello en función de diversas variables que no saltan a primera vista y que, al mismo tiempo, no son sencillas de deducir de la simple lectura del reparto de escaños que estaban en juego.
En primer lugar, la derecha, representada por el Partido Popular (PP) ha obtenido no solo la mayoría absoluta sino el mayor número de diputados de su historia; sin embargo no ha logrado conseguir su mayor número de votantes puesto que en esta ocasión ha conseguido menos votos que cuando Aznar ganó, con mayoría absoluta también, en el año 2000.
Tal vez la primera lectura es que el PP ganó porque el contrario perdió; es más, si tenemos en consideración los resultados del 2008 veremos que entonces el PP consiguió 10.237.000 votos y obtuvo 154 diputados y ahora logró 10.830.000 alcanzando los 186 diputados.
En segundo lugar, el hundimiento electoral del Partido Socialista (PSOE) le obliga a iniciar un proceso de reorientación que se construirá a partir del próximo congreso ordinario que, como dijo el candidato derrotado Rubalcaba, deberá convocarse a la brevedad posible.
El PSOE ha pasado de 11.259.000 votos en el 2008 (164 diputados) a 6.973.000 votos (110 diputados). Es una derrota abrumadora que les obliga a reconducir su política, su discurso y su forma de afrontar el futuro.
Una segunda lectura que debe realizarse es que el PSOE, si no quiere terminar siendo un partido marginal, no podrá apoyar al PP en las reformas que este partido va a acometer ahora en el gobierno, dicho en otros términos no puede “prestarle ropa” al nuevo gobierno so riesgo de hundirse, aún más, en esa dinámica.
El PP, astutamente, tampoco ayudó al PSOE en esta legislatura y es difícil imaginar que espere algo distinto de su principal adversario.
Las causas de la derrota del PSOE son múltiples, la principal es que esta crisis económica es capaz de tragarse a cualquier partido y cualquier mayoría; la segunda es que el PSOE lleva cuatro años haciendo una política más propia del PP y eso ha desencantado a sus votantes.
En tercer lugar sería interesante analizar quiénes son los auténticos ganadores de estas elecciones y sus consecuencias para la gobernabilidad del país que va mucho más allá de tener mayoría absoluta; en España, con mayoría absoluta, se aprueban leyes, pero no se gobierna.
Principales vencedores de estas elecciones son Convergencia i Unió (Ciu – partido nacionalista catalán de corte democristiano); Izquierda Unida (IU – coalición de izquierdas), Amaiur (partido político de la izquierda independentista vasca) y Unión Progreso y Democracia (UPyD, partido populista de extrema derecha).
Cada uno de estos ganadores significará un problema distinto y diverso para la gobernabilidad de España.
Ciu utilizará su éxito electoral para gestionar la gobernabilidad de Cataluña y presionar al gobierno central de cara a la mejora de las condiciones de auto-gobierno de Cataluña, prestándole un caro apoyo en determinadas medidas de ámbito nacional a cambio de mayores dosis de auto-gobierno; esto generará una importante tensión interna en el seno del PP y del propio gobierno central.
IU, que formará grupo parlamentario propio, tensionará el debate hacia posiciones de izquierda y dará voz en las cámaras a amplios sectores del descontento social hoy existentes; esta dinámica consolidará la posición de IU y abrirá amplios marcos de debate en el parlamento. Su política en esta legislatura pasará por ser la de la voz de los sin voz y tratará de arrinconar al PSOE restándole más electores.
Amaiur, que desbanca al Partido Nacionalista Vasco (el segundo gran derrotado de estas elecciones después del PSOE) como primera fuerza política de Euskadi (País Vasco), viene a ser la voz de ETA en el parlamento, obligando al PP a finalizar el proceso de paz en la dirección y forma que los nacionalistas vascos han previsto.
De esta presencia parlamentaria no puede salir nada positivo para el próximo gobierno que se ve secuestrado por un proceso de paz cuyo gestor fue Rubalcaba y el PSOE y que al PP le genera amplia tensión interna y con su electorado más de derechas que, en estas elecciones, ha ido a votar a UPyD, como lo demuestra su gran éxito electoral.
A pesar de lo anterior, la presencia de Amaiur en el parlamento es la mejor garantía de que el proceso de paz en el País Vasco se consolidará y conducirá al fin definitivo de ETA.
UPyD, populismo de derechas, tendrá como principal objetivo en esta legislatura el que no se le confunda con el PP y para conseguirlo, sólo podrá hacerlo radicalizando su discurso y dirigiéndolo, cada vez de forma más clara, hacia la derecha de la derecha que es donde tiene su nicho de votos.
Recordemos que, hasta ahora, España era el único país de Europa sin ningún partido de extrema derecha presente en su parlamento; el motivo no es otro que ese sector del electorado se encontraba dentro del PP y, ahora, ha salido hacia UPyD.
No es gratuito decir que UPyD es un partido populista de derechas, surge de Rosa Díez y su separación del PSOE avanzando por derroteros nunca antes imaginados en ella pero captando votos en aquellas circunscripciones en las cuales el PP ha bajado su número de votantes, especialmente en Madrid y Valencia.
El problema del nuevo gobierno no será el gobernar en mayoría absoluta sino el asumir, en solitario, la responsabilidad de gobierno y ello, sin duda, conllevará que sus actos, gestiones y decisiones tengan que ser asumidas y sufridas en solitario. En otros términos, el gobierno que forme Rajoy será responsabilizado, en exclusiva, de todo y, en especial, de la frustración de las expectativas generadas.
Esta crisis que afecta a España, se la quiera calificar de cíclica o sistémica, es de tal intensidad que el nuevo gobierno sufrirá las mismas consecuencias que han sufrido otros gobiernos europeos que han asumido el poder hace escaso tiempo como fueron el de Papandreu en Grecia, Passos Cohelo en Portugal o Cameron en Reino Unido.
Rajoy ha vendido la ilusión del cambio pero, sobre todo, la ilusión de la salida de la crisis y, ahora, se ve enfrentado a la realidad de que ni habrá cambio ni se saldrá de la crisis; su crédito electoral es escaso, su margen de actuación cuasi nulo – las grandes decisiones políticas no se pueden tomar en Madrid sino en Bruselas – y la luna de miel se presenta como breve y, casi tan dura como si se hubiese llevado a su suegra a dicho viaje.
El gran problema del nuevo gobierno, que asumirá el 13 de diciembre como pronto, es gestionar el éxito y, como se pudo comprobar en los dos discursos que realizó ayer Rajoy, la situación es más bien de vértigo y circunstancias que de euforia.
Uno de los temas más preocupantes, desde la perspectiva de Chile o de los extranjeros, sería el de los cánticos que entonaban los seguidores del PP ayer al momento de celebrar la victoria “español, español, español … soy español, español, español” que es una clara representación del resurgir de un nacionalismo español expansivo, siempre latente en este país, pero que en momentos de crisis se exacerba al responsabilizarse al “extranjero” de la actual situación, de quitarle puestos de trabajo a los españoles, de abusar de los recursos de la seguridad social, etc.
Y ello, si no es debidamente controlado puede generar importantes focos de xenofobia que se trasladen a la calle en gestos de violencia hacia el “extranjero” o se demuestre en políticas restrictivas de derechos para el foráneo.
Este nacionalismo español chocará, también, con los nacionalismos excluyentes del País Vasco y Cataluña, lo que tensionará la situación hasta límites poco deseables y de difícil reconducción.
Al encontrarnos en una democracia parlamentaria no se puede perder de vista que no se ha elegido a un presidente por cuatro años sino a un grupo de parlamentarios por ese espacio de tiempo y, por tanto, el gobierno durará tanto como el tiempo en que cuente con la confianza de la cámara y, ante un retroceso amplio de Rajoy en las encuestas, una vez asumida y puesta en función su gestión, es muy factible que no logre gobernar toda la legislatura o que, de hacerlo, eso signifique un despeñamiento del PP tan importante como el que ha sufrido ahora el PSOE.
Rajoy vendió ilusión no soluciones y, en resumidas cuentas, esta victoria más parece un regalo envenenado que un auténtico éxito y, tal vez por eso, este domingo las caras de los principales espadas del PP eran más de circunstancias que de alegría.