Con mucho asombro, desilusión y desconcierto nos hemos enterado de las faltas disciplinarias de los seleccionados chilenos de fútbol.
En momentos que todos discuten si se miente o se omite información sobre problemas estructurales de nuestro fútbol –violencia en los estadios, encubrimiento de barras bravas, calidad de los arbitrajes, etc.- los duros hechos nos vuelven a demostrar que tenemos problemas estructurales endémicos que explican no sólo lo anterior y que ni siquiera las brillantes eliminatorias o triunfos mundialistas han podido solucionar.
En este caso, el problema es más humano que material. La situación de los seleccionados chilenos de fútbol, aún en medio de esta crisis, lo demuestra.
Nadie puede desconocer que detrás de cada uno de los jugadores –incluidos los sancionados- hay historias de esfuerzo y talento que son admirables. Es más, detrás del discutido sistema de conducción del entrenador de la selección, hay lecciones de liderazgo exitosas y dignas de ser replicadas.
La historia de nuestro fútbol y, en especial de nuestros futbolistas, puede ser vista como una leyenda negra. Hay argumentos y narradores de sobra para ello. Ni más ni menos negra que la leyenda que cualquiera podría escribir de la política, los negocios, la cultura y otras actividades si todo y a toda hora tuviera la visibilidad que tiene la vida del fútbol, sus dirigentes y sus futbolistas.
Pero la historia de nuestro fútbol, y en especial de nuestros futbolistas, puede ser una digna leyenda. Sí que hay argumentos. Si faltan relatores o públicos dispuestos a escucharla, el problema es nuestro, es del fútbol.
Así como sugeríamos a sus dirigentes y a sus líderes sindicales, estar en la discusión de la educación, porque el colegio y especialmente la universidad atentan contra el deportista, también sugerimos mirar lo que estamos haciendo en la formación de las personas que juegan al fútbol.
Al futbolista le animamos a que se dedique en cuerpo y alma a practicar, a mejorar física y técnicamente, a ganar, a rendir y a generar ingresos.
Le ilusionamos con un gran futuro, le invitamos a subir a un “supercoche” que le llevará al mejor club, a la liga extranjera, a la fama, a la riqueza, a la buena vida, al lugar jamás soñado.
Y quien lo logra es digno de elogio. En el viaje de Vidal, Carmona y los otros, hay esfuerzo y transpiración, mucha transpiración. Con nobleza y solidaridad consiguen pan, techo, abrigo y enderezan una vida de marginalidad para toda una familia. Cargan a sus espaldas, aún a costa de voltearse, a todos los que compartieron con ellos la indigencia.
Buscamos las mejores tecnologías, los mejores recursos, la mejor infraestructura para que nuestros jóvenes futbolistas se suban al “supercoche”.
Sólo una gran omisión: ni un minuto, para enseñarles a manejar el “supercoche” y recordarle, como al César su “ad later”, que es humano.
Ni un segundo para aplaudir y para enseñar, junto con el regate, las buenas costumbres, un gesto educado, el digno fair play. La moral.
Todo se lo traga el gol, sólo el gol y el oropel. Aunque entrenes duro, te comportes dignamente, si la pelota pega en el palo, te traga el gol. Y se estrella el “supercoche”.