No es sólo un tema de fin de año, sino más bien un producto renovable.
Cada vez que el gobierno boliviano desea mitigar alguna impopular medida interna, escuchamos arengas sobre su salida al mar, en procura de la unidad nacional. O al menos eso intenta, esperando que la clase política dirigente también le siga y vocifere.
Tengo muy presente cuando en la víspera del centenario del Tratado de 1904 que fijó los límites territoriales entre Chile y Bolivia, lo anecdótico –por llamarlo de alguna manera– fue que un gobernante extraño a ambos países recurriera a una payasada para dar paso a que el Presidente boliviano se precipitara, sin mediar diplomacia, a llamar la atención internacional sobre un tema bilateral.
Fue el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien en un arranque demagógico estando de visita en Bolivia, expresó su deseo de “bañarme muy pronto en playas bolivianas”.
En octubre de 1904, Chile y Bolivia firmaron un Tratado de Paz y Amistad que puso definitivamente término a las diferencias territoriales que se arrastraban desde 1842 y que fueron causales de la Guerra del Pacífico.
No hubo presión. La guerra había terminado hacía más de 20 años.
Desde 1920 el tema marítimo lo agita cada cierto tiempo el gobernante de turno en Bolivia, según la ola de disconformidad interna, convirtiendo la mediterraneidad en una bandera de batalla usada como causa de todos los males sociales, culturales y económicos.
Nadie habla de ineficiencia en la clase política, de sus múltiples revueltas, de los continuos gobiernos de facto que hasta hace pocos años era lo cotidiano, del saqueo y la campante corrupción, o del afán separatista de sus departamentos olvidados por el poder central.
Hace ya varias décadas, siendo redactor de la vieja y prestigiada revista Ercilla que dirigía Emilio Filippi, cubrí una Semana del Mar (?) celebrada en La Paz, donde ultranacionalistas chorreaban aversión contra Chile.
Me entrevisté con el malogrado presidente René Barrientos, en el Palacio Quemado y con su esposa, la primera dama Rosemarie Galindo.
Conversé con el embajador, y posterior canciller, Walter Guevara Arze. Me recibió en su cuartel militar, el almirante Alberto Albarracín Crespo, comandante de la marina. Todos hablaron de la necesidad de un litoral propio para salir de la postración, asunto que “debe conversarse entre gobiernos”, decían.
Albarracín era un locuaz personaje auto declarado “gran amigo de Chile”. Había sido oficial de caballería del ejército, pero tras un curso de submarinista en Argentina, lucía galones dorados del almirantazgo.
Sobre su escritorio, una bandera boliviana mostraba por reverso la chilena, ratificando así su cariño y respeto por Chile. Me aseguró que en sus filas no se inculcaba odio hacia el vecino.
No sé qué pensaría Albarracín si hubiese escuchado, como yo escuché años después, a sus cadetes navales en cánticos contra Chile y al entonces extraviado Contralmirante-Director de la Escuela Naval de La Paz, quejarse ante la televisión peruana –retransmitido por canal Sur, en Miami– de ser “Bolivia el único país enclaustrado en América”(?).
Partiendo del hecho de que los tratados son intangibles, es decir, no se cambian, ¿qué dice en lo sustancial el Tratado de 1904, además de demarcar límites?
1. Antofagasta queda a perpetuidad en poder de Chile.
2. Chile construirá un ferrocarril para unir Arica y La Paz, para uso boliviano y sin costo para ellos (art. 3*).
3. Compensaciones económicas de Chile a Bolivia, consistentes en la entrega de 300.000 libras esterlinas (art. 4*).
4. Bolivia tiene libre tránsito de productos y personas desde los puertos chilenos al territorio boliviano (art. 6*).
Chile ha cumplido a cabalidad los compromisos. Construyó y puso en marcha el ferrocarril en 1906. El 60 por ciento de los productos exportables de Bolivia, salen por esa vía hacia Arica, donde gozan de facilidades portuarias como no tiene ningún otro país mediterráneo en el mundo.
No existen gravámenes para los bienes y mercaderías bolivianas. En Arica como en Antofagasta la carga boliviana goza de gratuidad por un año en el almacenamiento de las importaciones, aún tratándose de armas, y de 60 días en las exportaciones.
Hoy el presidente de Bolivia, Evo Morales, hizo un llamado a sus marinos a estar preparados para cuando en fecha muy próxima recuperen el mar, al tiempo que anunció que se levantará una nueva Escuela Naval en una franquicia que le otorga Perú en el puerto de Ilo.
Tengo la impresión de que la reclamación, que es un tema de temporada, involucra un sospechoso deseo de causar desestabilidad en la reconocida internacionalmente nación más exitosa de América del Sur, aunque con problemas internos que todos esperamos se superen.
Hablar de una salida al mar es despreciar la soberanía de un país que la ejerce en forma incuestionable en todo su territorio.
Si la idea fuese regalar a Bolivia un corredor por el extremo norte, el vecino Perú se opone, alegando otro tratado (1929). Y si fuese una alternativa más al sur ¿acaso podría Chile partirse en dos?
El pedido, el anuncio, los aprontes son, por ende, impracticables, jurídicamente improcedentes y sin respaldo en derecho.
Si Bolivia quisiera invalidar el Tratado de 1904, le correspondería moralmente, por lo menos, renunciar a todos los beneficios que ha recibido desde hace más de un siglo gracias a ese acuerdo y devolverle a Chile lo que ha invertido en su cumplimiento. Para empezar a conversar.