Al igual que casi el 90% de la sociedad chilena, he sido conmovida por el movimiento estudiantil, su lucha y su exigencia de un sistema educacional equitativo, público y gratuito y por ende, integrador y enriquecido en el encuentro de niños y jóvenes de diversos sectores económicos, sociales y culturales.
Como una persona adulta que estudió en escuela, liceo y universidad pública, me siento responsable de no haber contribuido decididamente a cambiar de manera sustancial un modelo educacional que entiende la educación como un negocio y la enseñanza de calidad como un privilegio.
Como un pequeño aporte a este extraordinario movimiento, como tantos miles de compatriotas he participado en algunas de sus marchas y he paralizado en mis actividades laborales cuando así lo han convocado.
Sin embargo, estoy profundamente impactada por las imágenes de masiva destrucción de salas y equipamiento educacional en muchos de los establecimientos que han estado en “Toma” como parte de este movimiento tan legítimo y justo.
Compartiendo las demandas del movimiento estudiantil, me resulta muy difícil no decir nada, guardar silencio y con ello avalar tanta violencia de un grupo no menor de estudiantes, en sus propios colegios, liceos y universidades.
Aun cuando es posible explicarse estas conductas violentas en la rabia que genera en los jóvenes tanta injusticia social, la acción desproporcionadamente violenta con que Carabineros les ha impedido y castigado la protesta pública y la justa ira ante la decisión del Gobierno de no acoger sus legítimas demandas, no es menos cierto que son graves y preocupantes estas acciones destructivas de los espacios y materiales básicos e indispensables para ejercer el derecho a la educación.
Decir esto no es muy popular. Pero, creo que los dirigentes y líderes estudiantiles deben decirlo.
Como también deben decirlo los líderes y dirigentes de otros ámbitos de la sociedad.
Los niños y jóvenes, al igual que nosotros los adultos, deben recordar o aprender que las causas nobles también tienen límites éticos en su lucha.
Los niños y jóvenes deben recordar y aprender, al igual que nosotros los adultos, que difícilmente seremos creíbles si destruimos aquello que decimos amar, valorar y que incluso queremos mejorar.
Cada escuela , liceo y universidad destruida por los jóvenes participantes de las tomas, será una estocada al corazón de la noble causa del movimiento estudiantil, causa que no es otra que lograr un sistema educacional público gratuito, con una educación de calidad que integre y no segregue a la diversidad de niños y jóvenes de nuestra patria.
Es cierto. El Gobierno, el Parlamento y el conjunto de la sociedad estamos obligados a debatir y construir nuevos modelos educacionales que sean capaces de responder a la exigencia de una educación pública gratuita y de calidad, instalando la educación como un bien común y no como una mercancía.
Pero los estudiantes también deben asumir que su camino no puede ni debe ser destruir sus propias escuelas, liceos y universidades.