He pasado un fin de semana inconfortable.
La expedición a Valparaíso para participar en la marcha contra HidroAysén -les recuerdo que no fui a protestar, solo asistí con la misión de proteger y ayudar a mi abuela y sus amigas- resultó muy desgastadora. Algunos manifestantes empezaron a tirar piedras y los carabineros desataron una lluvia de agua con elementos tóxicos (inofensivos según Hinzpeter), y luego una tormenta de gases lacrimógenos. Salimos como pudimos del lugar; mi hija menor (bisnieta de mi abuela), sufrió las consecuencias de los gases. Ella es una pacifista argumentativa.
Debo contarles que -como si esto fuese poco- recibí varios correos de mis amigos, también llamados de mis hijas, mensajes de texto de lo más osados, todos reprochándome el contenido de la respuesta que he dado a mi abuela.
El reclamo no es sobre mi posición en torno a HidroAysén, sino respecto a que no argumenté suficientemente mi decisión. De hecho muchos, si no es la mayoría de ellos, están contra el mencionado proyecto.
En la cena familiar esgrimí mis argumentos y seguí sintiendo una sensación de “poco entusiasmo”. Más tarde decidí acudir a mi “confesor (a).Con los problemas que ha tenido la iglesia y que se han transparentado en los últimos años, y dada mi condición de “agnóstico pasivo”, he decidido que la persona idónea para ejercer esta tan noble y difícil misión de confesor es mi esposa (pensé inicialmente en mi abuela, pero recapacité; en otra oportunidad les puedo indicar los motivos).
Le conté la desazón que me producía la reacción que sentía cuando relataba los resultados de mi investigación. Ella me dijo que los elementos que consideraba para estar a favor de los proyectos hidroeléctricos eran muy contundentes y, frente a éstos, los que establecía para oponerme a HidroAysén eran, a juicio de quienes me escuchaban, débiles.
Les relataré los principales argumentos que he tenido en consideración en mi análisis:
• En la normativa existente en Chile para el desarrollo de nuevas plantas de generación eléctrica, la iniciativa está entregada a los privados. Una alternativa diferente es la utilizada en otros países de mayor nivel de desarrollo (porque con esos debemos compararnos en este ámbito, países que están preocupados, desde hace ya años, de la contaminación asociada a la generación de energía). La diferencia básica es que en países desarrollados, el Estado es un actor fundamental en la “orientación” del tipo de generación, la ubicación geográfica, tamaño o potencia y tiempo en que se requiere esté disponible. Luego de esta definición, los privados compiten, ofreciendo soluciones que cumplen las condiciones que la autoridad, mediante un organismo de expertos que es quien planifica, ha solicitado. En Chile, dadas las condiciones de la normativa, se produce un “desnatamiento” de proyectos desde el más al menos rentable. Las empresas interesadas eligen aquellos proyectos más rentables que puedan ser aceptados por las instancias de regulación medio ambiental. Por esta razón, en los últimos años, y sólo luego de una norma que obliga a las empresas eléctricas a generar una parte de la energía con tecnologías renovables, es que han aparecido pequeñas centrales eólicas y han ingresado otras, incluso solares, al proceso de evaluación ambiental. Lo que ha ocurrido es que el Estado, a través de esta norma, ha “orientado” respecto a lo que quiere para los próximos años.
• Es causa de esta normativa por lo que en los últimos años la mayoría de las plantas generadoras son de origen termo eléctrico (son más rentables). Son mayoritariamente a carbón, es decir, de uno de los combustibles más contaminantes. Están ubicadas, o tratándose de ubicar, en el “límite de lo aceptable”. Un caso que ha tenido bastante prensa en los últimos meses es la termoeléctrica a carbón que se planifica en la híper contaminada zona de Puchuncaví, cerca de las ciudades de Ventanas y Quintero. Nuestro país, debido a lo anterior, ha incrementado notablemente su nivel de generación de CO2 per cápita (me ha llamado tremendamente la atención que ningún organismo ambientalista, donde existen muchos “expertos” que hoy aparecen activamente oponiéndose al proyecto HidroAysén, no reclamen contra las numerosas generadoras a carbón que se han construido en los últimos años). No es un error de transcripción: se han aprobado más de 100 centrales térmicas en los últimos años (también es cierto que muchas, en su origen, eran termoeléctricas a gas).
• La discusión respecto a si necesitamos o no más energía eléctrica, si se realiza con objetividad, tiene una sola respuesta: sí necesitamos más energía eléctrica. La discusión de cuánta más necesitamos podemos obviarla para nuestro objetivo (si debemos duplicar nuestra potencia actual en 10, 15, 17, 20 o más años, es un tema opinable). Un ingeniero me indicaba que si la energía eléctrica se empieza a usar masivamente, tal como parece que empezará a ocurrir en la impulsión de automóviles, estaremos en un escenario de requerimientos muy distinto al actual.
• La discusión respecto a que no construir el proyecto HidroAysén nos significará quedar sin energía y sufrir un apagón, es artificial. Si no se construye este proyecto se deberá suplir por una serie de otros tipos de generación. Me temo que serán de termo electricidad y que seguirán generando contaminación, poniendo en circulación mucho CO2 y otros gases inmundos, (en función del carbón que se utilice).
• Personalmente, me gusta la hidroelectricidad y, si se toman medidas adecuadas, los impactos ambientales -en mi opinión- son menores y más aceptables que el contaminar nuestra atmósfera con elementos tóxicos. Hoy, las áreas a ser inundadas en los proyectos nuevos son muy razonables. Las 6.000 hectáreas que propone HidroAysén, es un área de poca significancia comparándola con las inundaciones que se han requerido en otras obras de este tipo (tanto de generación eléctrica como de riego). Las líneas de transmisión necesarias para llevar la energía desde el punto de generación al punto de consumo es un problema -que dada la geografía del país- no creo posible evitar. Claro que una planificación adecuada nos podría permitir tener líneas razonablemente instaladas y no una proliferación irracional de éstas.
• Las centrales eólicas, foto voltaicas, térmicas solares, geotérmicas, nucleares y otras que puedan estar en estudio o desarrollo, generan impactos ambientales, se puede argumentar que menores, por ejemplo las eólicas producen contaminación similares a una torre de transmisión y, adicionalmente, son agentes contaminantes acústicos; hoy los países que cuentan con abundantes plantas de energía eólica han limitado los permisos para su construcción. Todas ellas requieren que la energía que se genera deba transmitirse y, por consiguiente, requieren líneas de transmisión.
Por eso me gusta la hidroelectricidad.
Hasta aquí, mi familia está de acuerdo y sonríe pensando que mi posición sobre HidroAysén, sin perjuicio de que ellos estén en otra vereda, debe ser de apoyo al proyecto.
Por eso se sorprenden de mi conclusión de oponerme a HidroAysén.
Pido disculpas por la extensión de este artículo, no me es posible explicar los motivos sin extenderme.
Quiero describir el escenario en que se presenta el proyecto HidroAysén.
• Unos empresarios privados presentan al mecanismo evaluador de impacto ambiental un proyecto denominado HidroAysén.
• Ellos están convencidos de que será un muy buen negocio (¿o acaso alguien piensa que el motivo por el cual ellos plantean esta opción es porque piensan que es “lo mejor para el país”?).
• El gobierno, por los motivos que sean, incluso por estimar que la energía hidroeléctrica es menos contaminante que la de las termo eléctricas, decide apoyar con fuerza esta iniciativa. Es rara esta situación, ya que generalmente el estado se mantiene “neutro” frente a la generación térmica y sólo a través de la ley que obliga a una cuota en determinados tipos de generación, ha orientado en estas materias.
• Un grupo de “ambientalistas”, desde hace muchos meses, y con bastantes recursos de desconocido origen, han trabajado fuertemente con el objetivo de evitar su construcción. Lo han hecho bien, han utilizado herramientas de comunicación adecuadas y válidas (aún cuando en lo personal, me molesta el uso de información a medias o con financiamiento que, dados sus montos, deberían ser transparentes).
La descripción entonces es: unos empresarios que han desarrollado el proyecto y el gobierno tratando de que éste llegue a buen término; unos ambientalistas en contra y la ciudadanía conociendo lo que estos actores comunican al respecto.
Poco a poco la ciudadanía, escuchando los argumentos de las partes involucradas, fue tomando una posición respecto al proyecto. Hoy, la inmensa mayoría del país se opone.
La campaña comunicacional de los que se oponen fue más clara, más emotiva. En definitiva, fue mejor.
El gobierno, si pensaba que esta central era buena y necesaria debió arriesgar, en los plazos adecuados, algo de capital político.
Las empresas que propician el proyecto y el gobierno que quiere llevarlo adelante, han hecho mal su trabajo y, desde el punto de vista de la ciudadanía, han perdido la batalla por obtener el beneplácito del proyecto.
¿Y qué importancia tiene esto?
¿Se puede hacer una central hidroeléctrica cuando el 75% de la ciudadanía se opone?
Hago la pregunta desde otra óptica: ¿Quién es el soberano del país? ¿Son las empresas? ¿Es el gobierno? ¿Son las minorías iluminadas?
Porque Chile, ¿es de los chilenos?
El día que una minoría piense que puede pasar por sobre lo que opina la ciudadanía, basados en que son más informados, han estudiado más, tienen más dinero, por último, tienen las armas, o cualquier otra condición de este tipo, estamos frente a un problema grave.
El día que el gobierno de un país piense que, por haber recibido de parte de la ciudadanía, el encargo de dirigir la nación por un periodo determinado (siempre estos mandatos son a “plazo fijo”), puede hacer lo que quiere y desafiar lo que la mayoría desea, entonces está firmando el decreto de “término” de su gestión. En democracia, estos decretos se “cobran” o ejecutan en la próxima elección.
Entonces estamos con que la mayoría de los ciudadanos chilenos se oponen a que en su país se construya el proyecto HidroAysén. Esto, según dos encuestas que me merecen confianza (la del diario la Tercera y la de Radio Cooperativa junto a Imaginacción y la Universidad Técnica Federico Santa María).
Por eso, una vez conocido el veredicto popular y democrático que indica que la mayoría de los ciudadanos no quiere aceptar este proyecto en su querido país, las minorías –consecuentemente- aún cuando estimen que este proyecto es bueno o, por último, mejor que otros de los que se aprueban con tanta facilidad por los organismos competentes, deben indicar pública y claramente que el proyecto no debe materializarse.
Si hasta los progresistas alcaldes de las comunas de Vitacura, Las Condes y Providencia han realizado consultas a los ciudadanos para definir modificaciones en los planos reguladores que implicaban cambios en la forma de vida de los vecinos.
Bueno, mal que mal, mi abuela me enseñó de pequeño que Chile es de los chilenos, y yo siempre escucho con atención lo que me ella me dice.
Último minuto: El Ministro Goldborne regresó de sus vacaciones y asistió a la cuenta del 21 de Mayo (aprovechó de declarar que “no se puede gobernar haciendo caso a todos los que protestan”). El presidente Piñera anunció algo así como “reforzar la reciente designada comisión de expertos con personas de otras sensibilidades” (el pasado 3 de mayo el presidente creó una comisión asesora en materias de energía que está conformada por 10 expertos entre los que se encuentran 3 ex ministros de los gobiernos de la concertación). ¿Qué será esto?, ¿tendrá como objetivo escuchar la voz del pueblo?
Me temo que mientras las empresas piensen que la institucionalidad energética los protege y el gobierno intente intervenir haciendo declaraciones sobre su neutralidad, las centrales hidroeléctricas en Aysén pueden esperar tranquilas.