Con la lamentable muerte de Felipe Cubillos, varios oportunistas y otros no tanto, comenzaron a declararse unos “indignados”, tal como se describió él en su última columna. Pero Felipe era un indignado que hablaba con uso de razón y que sabía actuar para salir de la indignación, nunca se conformó y siempre se preocupó de ayudar a los más desvalidos.
Ayer en la tarde, me senté a leer el diario y me encontré con una foto que llegó a lo más profundo de mi corazón y creo haber sentido lo que algunos sienten cuando se dicen indignados. La imagen mostraba a un niño, cuya edad no pude calcular debido a su impresionante estado de desnutrición… Se trataba de la hambruna en Somalia.
Entonces me puse a pensar ¿qué hacemos por estos niños que podrían ser nuestros hijos, sobrinos o nietos?… Nada, absolutamente nada, y la indignación se queda en eso, sólo indignación pero cero acción.
Pareciera que estamos cegados, es como hacían los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, todos sabían lo que pasaba en los campos de concentración con los judíos y nadie hacía nada.
Hoy vamos al cine, vemos películas, documentales, asistimos a muestras fotográficas, leemos libros y reportajes acerca de la terrible obra de Hitler, y nos espantamos.
Sin embargo, en pleno siglo XXI hay niños luchando por vivir y pasando por torturas similares a los campos de concentración, batiéndose contra el hambre y las enfermedades, niños que no conocen un chocolate, un juguete, ni menos educación digna, mientras nosotros nos hacemos los sordos, ciegos y mudos.
Últimamente escuchamos a Somalia en los medios de comunicación producto de los asaltos en altamar.
Actuamos cuando los piratas somalíes atacan barcos de las transnacionales, pero reaccionamos sólo porque se tocan nuestros intereses. No pensamos en los motivos que los llevan a actuar así.
¿Por qué tan poca empatía con seres humanos que son iguales a nosotros?
¿Será que su realidad es muy lejana a la nuestra?
Hay gente que se esmera por ayudar y no se quedan sólo en indignación.
Los programas de Naciones Unidas, por ejemplo, intentan de alguna forma paliar esta trágica situación, pero los esfuerzos son insuficientes.
El padre Felipe Berríos es otro ejemplo de esto, con su campaña “una cabra para Burundi” ha logrado repartir más de 30 mil cabras a familias africanas, de personas desnutridas, otorgándoles la posibilidad de convertirse en agricultores y sacándolos de su círculo de miseria, a través del trabajo.
Tal vez si fuéramos capaces de ponernos en el lugar del otro y sentir el hambre que sienten estos niños, al menos por un día, todo sería distinto por el resto de los días de la humanidad.
Quizás si los líderes de las mayores potencias económicas, que cada tanto se reúnen bajo el poderoso G8 hicieran el intento de debatir soluciones para estos países más débiles, tendiéndoles una mano, avanzaríamos mucho más como especie.
Ojalá que la indignación que varios sentimos no sea de la boca para afuera y que comience a funcionar como un verdadero motor para terminar con estas injusticias.