Alguien dijo en estos días que “lo verdaderamente valioso ha sido toda su vida”. Lo comparto en plenitud. Desde los días de mi infancia cuando lo conocí como un gran señor, de imponente figura y estilo.
Pasó el tiempo y crecí en la vida pública al amparo de su sombra notable y de su sentido estético para enfrentar los avatares de la existencia.
Muchos como yo hemos sentido a lo largo de los años la esperanza de acercarnos a su temple, su calidad humana y serena solidez para recorrer los senderos de la política, la vida internacional, la integración de nuestros pueblos y, particularmente, su dedicación discreta y sincera a favor de los humildes y de la gente sencilla. Podríamos dar testimonio de ello interminablemente.
Recuerdo al director de La Libertad, al insigne Canciller, orgullo de todos los chilenos, a aquel hombre público “que más ha hecho por la integración latinoamericana”, como expresara alguna vez Enrique Iglesias.
Mantengo viva en la memoria su década de brillante gestión a la cabeza del trabajo de Naciones Unidas para nuestro Continente, el regreso a Chile para crear nuevas ideas en el inolvidable Centro de Estudios del Desarrollo, el CED, y luchar por la democracia y la libertad en el período más oscuro de nuestra historia patria.
Lo veo asumiendo el papel protagónico en la Democracia Cristiana y su convicción de que la unidad de los adversarios de ayer era el factor fundamental para terminar con la opresión y la arbitrariedad.
Culminó usted este período en su mejor estilo, participando incansablemente en la movilización social y pacífica que le significó la cárcel para después protagonizar la nueva democracia desde la testera del Senado de la República al cual le infundió dignidad, respeto y una contribución decisiva a la estabilidad y desarrollo de Chile.
Más tarde, finalizando la parte activa de su vida pública regresó al mundo de las relaciones exteriores y asumió su antigua y secreta aspiración de volver a la Roma de su infancia convertido en el embajador de Chile.
Francamente, una trayectoria pública bella e irreprochable, con el colofón de su dirección del Consejo Chileno de Relaciones Exteriores.
Pero más allá de ello, yendo a aspectos más íntimos de la profunda huella que usted deja, es imposible no recordar su legado espiritual y moral.
Desde luego su elegancia intelectual y apertura a las nuevas ideas, su devoción por la creación y los creadores, su natural vinculación con el arte y la cultura, justamente su visión siempre cultural de la política y la vida pública.
A esa misma vertiente de calidad personal perteneció su respeto por el adversario y su confianza casi ingenua en las personas. Como también su desconocimiento de la pequeñez y la vulgaridad.
Encarnó usted estos valores, sin matices y con profunda humanidad y compromiso. Su admiración limpia y sin dobleces por los seres humanos como el Padre Hurtado, Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton, el cardenal Raúl Silva Henríquez, nuestro querido maestro Jaime Castillo Velasco, son parte de su patrimonio, puesto que nunca flaqueó en esas sus apreciaciones.
Quizás menos conozcan de cerca su estrecha relación y admiración recíproca que mantuvo con figuras mundiales como la familia Kennedy, Amintore Fanfani, el Rey Juan Carlos, el insigne filósofo Norberto Bobbio, a quien vi rendirle a usted un homenaje público conmovedor, Francois Mitterrand y tantos otros que sería imposible completar la lista.
Con todos ellos sostuvo usted una relación con la misma sencillez y cordialidad que con sus electores de la amada Valdivia de su juventud.
Pero más allá aún, su paso sólido y su acción humanista cristiana caracterizan indeleblemente su personalidad y eso ha hecho que el día de su partida haya conmovido a todo Chile. Me parece que es un homenaje franco y admirativo.
Por mi parte, y se lo expreso también a su familia, señora Sylvia, Juan Gabriel, María Gracia, Max, amigos, seguidores y fieles admiradores, pienso que nuestro mejor homenaje es continuar su obra, recordando que la grandeza y generosidad que usted imprimió a su larga trayectoria de servicio público a esta Patria que tanto amó, se caracterizaron por esos sentimientos que se resumen en estos entrañables versos de Juan Guzmán Cruchaga:
Doy por ganado todo lo perdido/ y por ya recibido todo lo esperado/ y por vivido todo lo soñado / y por soñado todo lo vivido
Querido don Gabriel, que el Señor lo reciba con el amor y la ternura que usted se merece.