Hace unos años, treinta o más, vino a Madrid un amigo chileno, entonces residente en Canadá, para pasar las fiestas de fin de año.
Le pedí que me acompañara al mercado más próximo para comprar lo imprescindible para esos días.
En aquellos tiempos eran muy pocos los supermercados y perduraban los mercados tradicionales, de barrio, donde nos abastecíamos de carne, pescado, verduras y de buen humor si era necesario.
Para sorpresa de mi amigo, que ya estaba moldeado al frío y distante modo de vida gringo, el bullicio, las conversaciones en voz alta, los saludos amistosos le pusieron en alerta de que España seguía siendo diferente al modus vivendi anglosajón.
La espera para ser atendido por mi casera habitual se extendía más de lo prudente. A las prisas por comprar a última hora se añadía la conversación que mantenía una mujer mayor con la tendera sobre asuntos de salud, las malas relaciones con parte de la familia y lo mucho que había que trabajar en estas fiestas para dar una buena cena a la parentela.
Mi amigo no se contuvo ante tan amena charla y dijo en voz alta: “¿Aquí se viene a comprar o a contar los problemas de cada uno?” El silencio y el asombro de los que allí estábamos fue fulminante.
Para arreglar el entuerto yo le repliqué a mi acompañante, medio en broma, medio en serio: “En España nos ahorramos dinero en siquiatras, psicólogos y pastillas para los nervios precisamente de esta manera. No como ustedes…” Dicho esto, la tensión de un primer momento se disipó y dio paso a las sonrisas.
Traigo a colación esta anécdota tras escuchar, incrédulo, una noticia en la radio y que posteriormente confirmé en la prensa. “El suicidio es la primera causa de muerte violenta en España”.
Las cifras oficiales son contundentes, estremecedoras. Según el informe más reciente del Instituto español de Estadísticas y correspondiente al año 2009 (cuando la crisis no había alcanzado los extremos de ahora) cada día se suicidan en España nueve personas.
Los datos confirman que este promedio se ha mantenido en los últimos cinco años. Lo que no ha ocurrido por ejemplo en lo referente a accidentes de tráfico donde las campañas de prevención han dado esperanzadores resultados.
En 2009, por ejemplo, año de la última estadística oficial de suicidios los fallecimientos en accidentes de carretera experimentaron una reducción de casi el 15 por ciento en relación al año anterior.
¿Qué ocurre entonces con la muerte voluntaria?
Se apunta como causas de ella a la depresión, la esquizofrenia y al alcoholismo, principalmente.
Reconocidos por tanto el embrión del problema, los expertos han apretado el botón de alarma y solicitan que España desarrolle políticas preventivas, tal como lo recomiendan Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud.
Los que conocen el problema por su trabajo permanente con la salud de los españoles afirman que no se está haciendo nada por remediar la situación.
Apuntan como primordial una campaña de prevención. A ello habría que añadir la ampliación de la cobertura en la salud mental por parte de la Seguridad Social que conlleve un control permanente de los enfermos psíquicos propensos al suicidio.
La atención personalizada, que ya se aplica en países europeos y en algunas instituciones de España, Cataluña, por ejemplo, ha dado frutos. Pero la falta de recursos agudizada por la actual crisis económica, que también implica capacitación de profesionales, pinta un panorama muy oscuro para enfrentar el problema.
España, con 7,6 por ciento, – unas 3 mil 500 personas al año- figura en la parte intermedia del mapa europeo que se refiere a muertes por propia voluntad. Grecia e Irlanda y Letonia, en serias dificultades económicas, doblan la tasa española.
La Unión Europea no ignora el tema y apunta a la necesidad de promover medidas de protección social, políticas activas de mercado y fortalecer redes de apoyo social para mitigar en lo que sea posible que las personas con tendencias suicidas no logren su objetivo.
Se dice que lo que necesita un suicida es ser escuchado, ser amado. Aquellos que lo han intentado lo saben mejor que nadie.
En España ya quedan pocos mercados en los barrios. Se están vaciando porque las impersonales cadenas de super los suplantan. Yo tengo uno cerca de casa. Se llama Mercado Pacífico. Bonito nombre. Voy de vez en cuando.
Cuando me ven, los tenderos que conozco me preguntan qué me ha pasado, porqué me he perdido. Yo les cuento los motivos o me los invento. Y regreso a casa tan a gusto…