El Chile de hoy es una pareja con problemas matrimoniales desde su fundación.
Los padres de Chile se separaron en 1973 y criaron hijos con rencor y sospecha.
Les dio lo mismo hacer volar platos, tirarse ollas, sillas. Quemaron su casa y en ella a todos sus parientes.
Esos hijos veleidosos y furiosos fueron la juventud de esos años, egoístas, sin padres, que creían que el mundo estaba en sus manos. Y en ellas el destino del verdadero Chile.
Porque “el Chile de hoy” es un impostor.
Porque el Chile de hoy no es el verdadero Chile.
Un espejismo editorial.
Un spot del retail.
El verdadero Chile es un Chile huacho, primero negado por sus padres y también abusado, y que ha tenido que rascarse con sus propias uñas.
La señora Elite históricamente ha detestado lo popular, la calle, la fiesta. Le da miedo el desbande. Quiere imponer su punto de vista, su orden, como todo mal padre que no escucha.
La elite no ha reconocido a sus hijos. No sabe cómo se llaman, no sabe quiénes son.
Los tuvo y dejo de mirar. Los vio en gráficos, les puso clasificaciones como ABC1 C2 y C3.
Los puso en cajoncitos. Los examinó en focus group. Los encuestó para saber si les gustó el jabón pepito o el programa nocturno con las piluchas.
La señora Elite vive en la izquierda y en la derecha, es vieja incluso cuando es joven.
Es una señora mal genio que dicta lo que hay que hacer desde su cocina.
Es avara y miedosa. La señora elite es sorda y ciega, pero no muda.
Le encanta escribir en los diarios, hablar en las radios, meterle a todo porcentajes, los estudios que le cuentan quién y en qué anda su hijo huacho y dictar su visión de realidad desde noticiarios.
Por cierto, le encanta decir cuánto gana sin darse cuenta que lo hace frente a quienes no les da mesada.
Al mismo tiempo, el Chile huacho se ha cargado de rabia pero también de orgullo y ha aprendido cosas.
Fue despedido por necesidades de la empresa. Sufrió pobreza crónica. Estuvo encarcelado en Dicom.
Fue rechazado en trabajos por su foto carnet. Descendió a los infiernos del crédito con letra chica. Pero aprendió en el camino que la unión hace la fuerza, que la solidaridad es el banco de los pobres, que por separado nadie te escucha pero que juntos son un grito que remece.
Y resucitó. Y puede demostrar que no es lo que dicen es.
Y decirlo tan bien y claro que descoloca a la señora elite que se había creído el cuento que ella misma imaginó: que estaba todo bien y ordenadito bajo reglas que nunca fueron consultadas sino impuestas por sí mismas. Mala madre. Cariño malo, que le llaman.
Claro. No todo ha sido tan malo para el Chile huacho: ha tenido hijos mejor alimentados que él mismo.
Hijos que no sólo han visto TV, sino que se han pasado información en las redes sociales, información que antes escondía la señora Elite en su velador por miedo a que sus hijos se pusieran rebeldes y llegaran tarde de las fiestas. Son primera generación en la universidad.
Son más educados, compenetrados y con un lenguaje propio.
El Chile real prefiere la acción al discurso.
El Chile real vive en el mundo real que se revolucionó hace seis años con la red social. Un mundo nuevo de intercambio que genera un poder enorme, una energía vigorosa, una demanda bien presentada y articulada.
El Chile real se parece demasiado a la España real, al Egipto real, a la Francia real.
El Chile real vive en el mundo real.
El Chile real quiere conversar. Como lo hacen todos en el mundo real.
El Chile real no es vertical, es horizontal. Como son hoy las cosas en el mundo real.
Así las cosas, no estamos para ver volar la casa y tirarle palos a la hoguera.
No quiere el miedo a ver quemarse de nuevo. Los tiempos ya no dan para eso (nunca debió serlo, digámoslo).
No quiere ver oportunismo político, ni analistas con pomadas de seminario y menos demócratas de plástico que no escuchan al que piensa distinto y que no comparten su mesa con el diferente.
El Chile de la sospecha se enterró el 10 de diciembre del año 2006.
El Chile huacho quiere una sociedad de confianza porque no quiere ser abusado por nadie.
Comenzar una Sociedad de Confianza exige un Estado atento, justo y regulador, aunque la Sra. Elite piense que en Harvard eso sería repetir el curso.
El Chile real quiere volver a confiar porque lo aplasta la sensación de ser abusado día tras día. Necesita volver a creer. Necesita descansar.
El Chile real ha encontrado su familia en la calle, donde sucede el mundo real. Y la respeta y cuida. Se autodenomina clase media.
El Chile real no define sus acciones por derecha o izquierda sino por lo que es justo.
Al Chile real le gustan las personas que dicen lo que hacen.
El Chile real quiere un pacto social nuevo, refundado en bases limpias de ese odio y sangre de tiempos pasadosy pasados hace ya demasiado rato. Limpias de un triste abandono.
Quiere justicia social y que se deje de lucrar cuando la Ley dice NO.
No quiere más política cínica y lobby entre cuatro paredes en barrios pro, ni la mugre debajo de la alfombra, ni la promesa incumplida, la pillería “tan propia del shileno”. Eso está allá lejos en el siglo XX. Habita en libros. Ya es historia.
Llegó la hora de escuchar la voz de los hijos y ponerse de acuerdo para llevar a cabo el mundo que imaginan y exigen de manera justa.
Si Papá y Mamá han olvidado ética, moral, sueños e ideas, no es culpa del Chile huacho. Es hora de remendar por el bien común de la familia. Es hora de reconocer al hijo. Partir el chanchito. Escuchar en la mesa. Y empezar vivir en un país emocionalmente desarrollado y equilibrado.
Porque a los padres se les perdona cuando asumen sus errores.
Y empieza un nuevo pacto donde sea imperdible almorzar todos juntos los días domingo.
Y guitarrear.
Y descorchar otra botella de vino.
Y quizás terminar la visita con un abrazo. Como toda buena familia que se precia de tal.