Comienza el mes de la patria y parece que todos comenzamos a sentir los olores característicos de septiembre, principalmente el del asado, las empanadas, la chicha…
¿Será que nos gusta tanto este mes porque es una especie de “aro, aro” que nos tomamos al menos una vez al año, para recordar de dónde venimos y nuestras tradiciones?
Para mi existe un lugar que rememora septiembre todo el año, esa idiosincrasia del chileno que tanto me gusta y que resalta nuestro ingenio, nuestra picardía, nuestra risa infaltable y nuestras costumbres tal cual son, sin disfraces siúticos… Me refiero al barrio Franklin.
Y es que al menos dos veces al mes, me hago el tiempo de ir a pasear al persa Bío-Bío, un lugar lleno de historias y recuerdos.
Pareciera que cada uno de los pasillos de estos ajetreados galpones estuvieran ansiosos por contarme las tantas generaciones que han pasado por ahí y las muchas vivencias que guardan, y me encanta impregnarme de ello.
Mi rutina, por lo general contempla el típico vitrineo de antigüedades, uno que otro partidito de damas, y por supuesto, el infaltable tentempié.
Me confieso un fanático de las antigüedades, yo creo que esto se debe a la atracción que me provoca conocer la memoria de los objetos.
Es curioso, pero parece que guardan por años mágicas historias, que intento descubrir en las conversaciones con los anticuarios, fascinantes personajes que con el oficio han aprendido más de lo que podrían haber aprendido en cualquier aula.
En el viejo mundo los anticuarios suelen ser expertos y sabios, por lo general arrogantes – saben que saben –, pero los “autóctonos del persa Bío-Bío” son adorables, su conocimiento es muy valioso ya que todo lo han conocido a través de la observación, y lo que es mejor, ¡¡Tienen precios buenísimos!!
Luego de vitrineo y la conversación, por lo general me encuentro con los jugadores de dama, que me desafían a probar suerte.
Estos experimentados hombres se sientan a jugar con una paz increíble, que ya me quisiera yo, y con una concentración como si fuera el último partido de damas de su vida.
Por lo general me dan “capote”, me ganan por lejos, pero no me desanimo y siempre vuelvo a repetir esta entretenida experiencia.
Finalmente, tengo que pasar por el sector gastronómico… Es inevitable detenerme a comer algo. Los olores me llaman y por muchos prejuicios que existan, debo decir que la calidad de los alimentos es bastante buena y la limpieza es un aspecto cuidadosamente tratado, ya que cocinan a la vista de uno.
Si bien a veces nos dejamos llevar por prejuicios de los medios de comunicación, acerca de la delincuencia en el barrio, o por la fama de algunos comerciantes no muy honorables que falsifican marcas o son timadores, lo cierto es que la mayoría de ellos son gente honesta y trabajadora, que reflejan tan bien el empuje, el coraje y la simpatía del chileno, que se merecen ser reconocidos…
Al menos en unas cuantas líneas escritas por este humilde amante de la cultura y de las tradiciones chilenas.