“Quien controla el presente controla el pasado”. (George Orwell)
Este reciente 18 de julio pasó sin pena ni gloria en la mayor parte de la población española, como casi todos los de cada año en verdad.
Se trata de la fecha en que se recuerda el Golpe de Estado que terminó con la sin igual experiencia de la II República. Y a pesar de que en esta oportunidad se conmemoraba el 75 aniversario del alzamiento militar liderado por “El Caudillo” (de la irrisoria figura) que encendió la mecha de la cruenta Guerra Civil española, el mito fundacional de la España contemporánea.
En realidad, son muy pocos los españoles que saben cuándo y cómo y por qué empezó todo esto.
Acaso por culpa de la torpeza de este alzamiento militar, que lo terminó condenando al fracaso inicial, haciendo que este feroz fratricidio se fuera cocinando lentamente. Casi, sin que nadie se diera cuenta, España entera ardía por los cuatro costados hacia mediados del ’36 y se incorporaba a la cotidianidad española.
Un cuadro esquizo prodigando los mitos, la distorsión y las falsificaciones históricas del tardo franquismo, una claudicante transición pactada (muy mal pactada y mal calificada de ejemplar), que tendieron en última instancia el manto del olvido y la desmemoria, para cubrir por entero todo el horroroso holocausto español.
Prueba de ello es que no existe conciencia alguna de que España tiene impresentable record de ser el país con más desaparecidos del mundo después de la Camboya de Pol Pot.
Son miles las víctimas que permanecen en fosas comunes y cunetas clamando por justicia.
Y, si esto fuera poco, el único juez que ha intentado investigar los crímenes del franquismo será sentado próximamente en el banquillo de los acusados.
¡Un verdadero oprobio! ¡Vergüenza nacional!
Entre tales víctimas se cuenta, quien tiene el honor de ser el desaparecido/ejecutado político más (tristemente) célebre de la humanidad: Lorca, el inmortal poeta granadino. “El Víctor Jara español”. Que de tanto en cuando vuelve ante nuestras conciencias, cual fantasma de Elsinor, para enrostrarle a España y al mundo entero que la intolerancia y el odio concluyeron en el exterminio de varios millares de “hermanos/as”.
Es que por más que le pese a la actual descendencia del malogrado vate granadino, éste contó entre sus celadores, ni más ni menos, que a una parte importante de su aristocratizada y terrateniente parentela, la parte impúdica de su linaje, del pueblo de Asquerosa (hoy Valderrubio); insultados y ofendidos, supuestamente, en una de sus in-estrenada obras, La casa de Bernarda Alba. ¡Lorca encarna el pretérito (in)perfecto del cainismo español!
Pero si son muchos los que no saben cómo y cuándo empezó todo aquello, muchos más son los que no sabemos, con la que está cayendo hoy por hoy, cómo y cuándo acabará todo esto otro.
No por nada ya se habla de la necesidad urgente de una segunda (o tercera) transición que acabe definitivamente con las taras de la “democracia” española, advenida de las entrañas mismas del franquismo y de la mano del “Borbón”, su pecado original.
Ahora bien, y como se viene en Chile el llamada “Mes de la Patria”, y esta conmemoración de julio vino de la mano de una nutrida y excelente producción de libros, ensayos, documentales, películas, etcétera, resulta imposible, ante una somera re-visión de los temas, no reparar en las enormes similitudes entre ambos procesos/experiencias: “La UP” de Salvador Allende por un lado, y la “II República Española”, por otro.
Es evidente que en los dos casos se dejan demasiadas cuestiones sueltas/pendientes.
Y tal vez, la primera de ellas se refiere a la manera de contar todo lo sucedido, de narrar los hechos y sus protagonistas, en donde se advierte una irrefrenable tentación al deslinde de responsabilidades a partir de la “visión de los vencedores” en lugar de buscar la verdad de lo que efectivamente ocurrió, pese a todo el tiempo transcurrido.
No puede haber otra manera de enfrentar acontecimientos como los semejantes, sino con total valentía y honradez. No existe otra manera de entender lo que realmente ocurrió.
Así se derriban, primeramente, los mitos, luego la mentira y la distorsión levantada por los vencedores y la “historietografía” oficiosa y sus lacayos, que tanto daño hacen a la verdad histórica, especialmente de cara al futuro y las nuevas generaciones.
Lamentablemente, en ambos casos, partimos, cobarde, interesada y deshonestamente, comulgando con ruedas de carreta. Y luego, lo seguimos haciendo por mucho tiempo más en verdad, por extravíos, claudicaciones o simple cálculo político. Aquí, en temas como estos, siempre habrá caldo de cultivo para los “olfatillos” de siempre.
En segundo lugar, algunas obvias generalidades, se trata de experiencias efímeras (la II República no sobrepasó los 6 años y “la UP” no llegó a la mitad de eso, no superó los mil días) y universales que luego de la vuelta de los años se siguen convocando por los pueblos libres del mundo en sus diferentes luchas.
No existe protesta o revuelta en donde no salga a flote, por ejemplo, la inmortal consigna allendista: “El pueblo unido jamás será vencido”, como asimismo las canciones del Víctor Jara, de “Los Quila” y “Los Inti” y las de las “Guerra Civil Española”.
En tercer término, la “II República” y la “UP” fueron también sendas empresas realizadoras y se impusieron titánicas transformaciones en muchos campos de actuación y en poco tiempo.
Empezaron muy bien con inusitado entusiasmo y alegría despertaron la esperanza de un pueblo entero que fue decayendo a manos de la violencia retórica y social; granjeándose, al mismo tiempo, no pocos y menos poderosos enemigos.
Los gobiernos de la II República y de la “UP” se defendieron solos, con gran eficiencia y originalidad (la performance de la UP llenó de asombro al mundo entero), pero solos, por más que lo nieguen los “equivalentistas”.
Seguidamente, ambos “experimentos” terminaron mal o muy mal, rompiéndose, primeramente, la cadena de mando de las FF.AA. (en ambos casos las primeras víctimas fueron los propios compañeros de armas de los complotadores, los efectivos leales y constitucionalistas que fueron apresados, torturados y asesinados en las primeras horas del golpe)a manos de una truopé sediciosa y traidora compuesta por generales y autoridades auto-designadas y un anti-líder que se sube al carro a última hora y a posteriori “montarse en el macho”, y hacerse con el poder absoluto por largos años.
En cuarto lugar, la estrategia golpista para derribar por la fuerza a gobiernos dotados de legitimidad y popularidad fue idéntica: crear un clima de violencia e inestabilidad y de caos, manipular a la población e infundirle miedo, contando con amplios recursos suministrados por poderosos aliados.
Sabemos que los golpes de estados y las guerras civiles no provienen, necesariamente, como efectos de atmósferas de inestabilidad y caos.
Prueba al canto los tres grandes mitos y leyendas levantados por ambos fascismos: la existencia de una grave crisis (sin reparar en sus verdaderas causas) y de un gobierno desbordado por las masas que estaba poniendo en grave riesgo la democracia (las guerras civiles y los golpes de estado no surgen de las situaciones de caos).
La patria se iba al precipicio impulsada por los malvados comunistas, “vende patria” y “asesinos” apoyados desde Moscú. El ejército y un importante sector “sano” de la ciudadanía no tuvieron más remedio que levantarse en armas (“Pronunciamiento militar”).
¡El “abc” de la ignominia y la traición!.
O sea, se culpó por décadas a la izquierda de todo lo ocurrido como una piedra de tope para dar legitimidad al golpe militar.
No faltó la torpeza izquierdista (papista) y extraviada que se lo creyó y hasta llegó a pedir perdón por lo ocurrido. Seguramente, aún existen, algunos bien intencionados (y otros desgraciados) que siguen creyendo en la inevitabilidad del golpe.
Por último, señalar que ambas experiencias resultan inexplicables aisladas de sus respectivos contextos y son indudablemente fruto de su tiempo.
La II República, inmersa en el contexto de inestabilidad de la Europa de los ’30 que sustituía las monarquías hereditarias en medio de una grave crisis económica como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
“La UP” de Chile, en el contexto marcado por la Guerra Fría y la fuerte expansión del más poderoso y grande imperialismo que ha conocido la humanidad.
No obstante, la más de las ostensibles diferencias está en la eficacia del golpe y la repartición de armas a sus partidarios por parte de la II República. Está claro que no solo hubo voluntad de resistir en España sino que objetivamente se pudo hacer.
¿Será que en el escenario español no se contó con la pavorosa ayuda y monitoreo que hubo en Chile por parte de los Estados Unidos?
Ambos factores, que marcan ostensibles diferencias de ambos procesos, fueron determinantes en el modo en que se presentó el descalabro final, con o sin guerra civil.
A pesar de lo cual, y persistiendo en la semblanza, en ambos casos las vidas (sociales y políticas) paralelas/mortalmente parecidas y atormentadas de la II República y de la UP, fueron sustituidas por la degradación y el crimen que dieron origen a la paz (y la conformidad) del terror y el absoluto menosprecio por la vida humana.
Luego vendría lo que todos conocemos, en España luego de 30 años, en Chile, después de 20: sendos períodos de entrecomilladas democracias garantes del oprobioso statu quo, lejos, muy lejos del gran sueño de Allende y de lo que nos merecíamos como pueblo y en verdad queríamos como ciudadanía.