24 mar 2015

Corrupción, una hipótesis

En la sociedad chilena se estaba hablando poco de religión y de política.  Últimamente los hechos nos llevan a conversar y discutir diariamente sobre lo que pasa con el Obispo de Osorno o los múltiples hechos que están afectando gravemente la convivencia política y el valor de las instituciones republicanas. Antes de estos hechos las conversaciones versaban sobre deporte,  farándula y en general otras materias.

Desgraciadamente de lo que se habla hoy día es de un aspecto negativo de la religión y de la política y se habla de corrupción y a veces con algo de sorna  de errores involuntarios o administrativos o simple mala suerte por haber sido descubierto.

Corromper tiene muchas significaciones en el diccionario, pero todas ellas son negativas, significan echar a perder, depravar, dañar, pudrir o trastocar la forma de algo o sobornar a alguien o pervertir, en fin viciar alguna cosa.

De la definición concluimos que lo que está pasando en Chile es efectivamente corrupción y es el momento de indagar cuáles son sus causas y lo primero sería advertir que lo que se ha develado hasta  ahora son los signos de la enfermedad no su origen.

En efecto,  Chile en general y sus servidores públicos en particular no son normalmente corruptos y por regla  general las personas que viven en el país, no siendo santas, cumplen con sus deberes con dosis aceptables de responsabilidad. Lo que vemos  hoy a primera vista es micro corrupción generalizada con lo que quiero decir que hay más corrupción y se visualiza de forma más masiva por obvias razones, los medios de comunicación y el morbo.

Conviene hacerse la pregunta qué puede haber cambiado tanto en Chile para llegar al estado actual. Vemos grandes y poderosas  empresas y grupos económicos que requieren comprar conciencias o capturar parte del Estado en cualquiera de sus formas y se llega a la conclusión, más o menos rápido, que ello resulta casi consustancial a la enorme concentración  económica en los mercados y en la sociedad.

Esos cuerpos gigantescos llenos de meandros necesitan seguros de vida para muchas de sus operaciones, a veces simplemente para poder seguir controlando los mercados o a veces para aumentar su poder en otras áreas de la economía con el fin de transformarse cada vez más en conglomerados más poderosos y más temidos.

Podrán decir quienes lean este artículo que la respuesta es un poco simple, pero muchas veces las cuestiones complejas tiene respuestas simples y éste puede ser un caso en el que podamos descubrir que el poder excesivo privado, como en otras latitudes y épocas fue el público, corrompe la sociedad poco a poco.

Sin duda que esto no explica directamente la forma en que se dejan corromper los ciudadanos comunes y corrientes, y algunas autoridades pero ello resulta explicable como se ha leído en algunas opiniones de psiquiatras, psicólogos y sociólogos, que nos dicen que al final se trata de adquirir estatus de vida a cualquier precio. La apariencia sería el sustrato sicológico social.

El aparato político chileno está desacreditado, pero siempre ocurre que mientras algunos pierden credibilidad otros lo adquieren y en este caso serán los que actuando prontamente pongan orden como el Ministerio Público, la Contraloría, el Poder Judicial y alguna Superintendencia.

El problema  es  sistémico y una corrupción micro tan grande  obedece a que se ha corrompido en forma macro el modelo competitivo de libertad económica con alto contenido social que pudo estar en el origen o en la cabeza de algún ideólogo, pero hace mucho rato que se perdió la ruta de navegación  y el problema se escapó completamente.

Este riesgo de la concentración económica  lo hemos venido advirtiendo sistemáticamente y lo hemos denominado un cáncer y a estas alturas habrá que aplicarse mucho para extirpar un mal cuya metástasis  ya afectó al gobierno central y al poder legislativo cuestión demasiado grave y extremadamente urgente que atacar.

Debo decir, sin embargo, que estoy pesimista. Hace 20 años escribí un artículo en el desaparecido diario La Época (1), devorado por no poder competir en el negocio de la publicidad, titulado Enfrentar la concentración económica. En consecuencia, hace ya mucho tiempo que existía el problema y nadie hizo nada y lo que estamos viendo no afectará el poder económico en los mercados, a lo sumo cambiarán los dueños, a menos que ocurra un milagro.

 (1)  La Época, 12 de noviembre de 1995.

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