Seguramente el titular llevará al lector a recordar la leyenda de Ovidio, una de las versiones en que la literatura ha plasmado la idea del hombre enamorado de su propia imagen en el amplio sentido en que debe entenderse la imagen literaria.
Se equivocan porque hablaré de quien fue la antítesis de ese Narciso de leyenda. Me refiero a Narciso Irureta Aburto, a quien deseo recordar públicamente hoy día, a punto de cumplirse 10 años de su muerte.
No sólo quiero hacer un recuerdo de un gran amigo, ejemplar camarada de partido y formador de mi propia personalidad, sino que atendidas ciertas circunstancias del avatar político que nos preocupa hoy, parece útil hacer una breve remembranza.
El vasco, como lo conocían sus cercanos, ha ido quedando en el olvido, incluso en la propia Democracia Cristiana, a pesar que, con poco más de 30 años ya presidía el Partido y se incorporaba al Congreso. Su labor no fue nunca muy difundida, no fue escritor aunque era extraordinariamente culto y expresamente no quiso escribir su autobiografía porque me dijo en cierta medida siempre eran un poco auto referentes.
Hoy es bueno recordar su apasionada defensa por los cambios y reformas profundas que se hicieron en el primer Gobierno presidido por un demócrata cristiano. La vehemencia con que defendió nuestras riquezas naturales, especialmente el Cobre y el Litio, y la mesura con que condujo siempre su accionar político.
En efecto, en momentos muy difíciles intentó convencer a Salvador Allende, siendo presidente del PDC, que si accedía a incorporar a la Democracia Cristiana al Gobierno se podía encauzar el conflicto social e institucional que ya se veía venir en 1971. Sabemos que no fue escuchado. Producido el Golpe de Estado conservó su independencia política dentro de la Democracia Cristiana buscando aunar esfuerzos para configurar una oposición realista y democrática. Fue abogado de personas de izquierda y se ganó el respeto de todos los sectores políticos como se recordó en el homenaje que le rindió el Senado después de su muerte.
Fue clave en la decisión de apoyar a Patricio Aylwin como Presidente del partido en 1987 y fue decisivo en la hora de convencer a Manuel Almeyda para que se incorporara al Comando por el NO en 1988. Soy testigo privilegiado de esos esfuerzos, que plasmaron luego en la Concertación.
Hoy recuerdo que trabajó intensamente por la unidad de las fuerzas que querían cambiar Chile y nos acompañó siempre en la lucha contra la Dictadura coordinando el trabajo de abogados que llevaron importantes acciones que fueron dejando una impronta de los medios que debíamos utilizar para ganar la democracia. Nos acompañó en las denuncias contra la excesiva concentración económica.
En un día como hoy hablamos por última vez. Lo llamé al celular y me contestó entrando al quirófano donde iba a ser operado del corazón y le deseé buena suerte y él me dijo que estaba optimista. Las cosas no salieron como él pensaba y la operación no fue un éxito, un masivo derrame cerebral el día 24 de diciembre de 2005 dio inicio a una agonía que duraría dos días.
Así partió en silencio un hombre extremadamente sencillo y de una vocación democrática inclaudicable, que buscó siempre que su partido no perdiera el carácter de ser el gran armonizador en la política chilena.
No participaba de los dimes y diretes, menos por la prensa, obraba en silencio incansablemente para ir aunando voluntades. Me confesó que le temía al poder y que la DC perdiera en su ejercicio su carácter romántico y amor por los cambios.
Era un reformista nato, y un enamorado de los valores cristianos y decía que ese era el bagaje que nunca debía perder la Democracia Cristiana. Un testamento claro, simple y contundente.
Su partida comenzó el día en que el mundo celebra Nochebuena y su agonía fue Navidad, todo un símbolo de que con su muerte podíamos esperar algo nuevo. Aún esperamos que germine en Chile lo que sembró.