El escritor inglés George Orwell en su novela “1984” describía una sociedad totalitaria donde todos los actos y emociones humanas iban a estar supervigiladas por “El Gran Hermano”, un líder que nos iba a ver en todo momento para controlarnos y reprimir cualquier asomo de disidencia o duda respecto al sistema social imperante.
En la década de 1990 se comenzaron a popularizar las cámaras de vigilancia en edificios, supermercados, ascensores… y el comentario generalizado era “¡el Gran Hermano está aquí!”, lo cual era cierto pero sólo hasta cierto punto. Las cámaras eran pocas, notorias, era fácil encontrar puntos ciegos y su calidad bastante baja. El elemento en común con la novela de Orwell era que estos sistemas se utilizaban para seguridad, lo que se podía entender como un uso represivo de esta tecnología.
Actualmente vivimos rodeados de cámaras; las de vigilancia son comunes y discretas, no sólo las vemos en bancos o tiendas, las hay en ascensores, colegios, edificios públicos y muchos otros sitios. Y no sólo eso, todos andamos al menos con una cámara en el bolsillo (del varón) o la cartera (de la dama): la cámara del celular.
Basta que haya un accidente o evento importante en la vía pública para que, antes de socorrer a las víctimas, muchos saquen sus camaritas y empiecen a grabar.
Esta proliferación de cámaras (y generación de imágenes) ha sido trascendente en al menos dos hechos de esta Copa América.
El primero es el famoso choque de Arturo Vidal. Él fue grabado por la televisión al salir de la concentración (y muy probablemente por las cámaras de seguridad vial). Dentro del casino fue registrado con su teléfono al menos por un particular, así como por el circuito del propio Monticello. Es probable que haya registros de su paso por la autopista, lo desconozco, pero sí vimos videos de él pocos momentos después del accidente, su detención y fotografías durante la constatación de lesiones, así como otro de su propia autoría. Es decir, el futbolista estuvo siendo grabado permanentemente.
Claro, hablamos de una figura pública pero también pudimos haber sido nosotros, en menor medida. El Gran Hermano siempre estuvo vigilando.
El collage de imágenes permitió reconstruir los hechos, descartar hipótesis y desmentir declaraciones.
El segundo hecho fue el affaire Cavani-Jara. Como muchos, me quedé con las imágenes de la televisión (agresión del uruguayo). Pero al revisar mi tuiter, vi que se posteaban fotografías y videos del momento previo (provocación del chileno).
Pero no sólo de cámaras vive el Gran Hermano. Le podemos sumar transacciones por internet, el uso de tarjetas bancarias o de crédito y el famoso “¿Acumula puntos? deme su RUT” para que sepamos qué hicimos, dónde y a qué hora.
Y no solo eso, sabemos que muchas instituciones entregan información personal de manera legal o ilegal a terceros. Hace unos años mi esposa fue atendida de urgencia en un hospital público. Un par de días después del alta, la llamaron de un banco para ofrecerle un seguro de vida. A mi teléfono celular llegan ofertas de crédito cada vez que me depositan el sueldo.
La distopía de Orwell está aquí pero no como la mirada penetrante del líder sino como un monstruo de millones de ojos, muchos de Grandes Hermanos que no sólo siguen a celebridades sino a gente común como nosotros. Si bien esto tiene su lado positivo (denunciar delitos, desenmascarar malandrines, crear conciencia), también reduce nuestra libertad. No es difícil saber dónde estamos, qué hicimos. Y estamos en sus manos.