Para gran parte de nuestra sociedad chilena, más allá incluso de profesar o no la fe cristiana, la Celebración de Navidad está cargada de sentido: un sentido transgeneracional, proveniente de nuestros ancestros, quienes fueron hilando una serie de ritos y pequeñas ceremonias transmitidos de generación en generación y que de uno u otro modo nos conectan con la familia, nuestro clan, la identidad colectiva de quienes nos dieron la vida. ¿Qué ceremonias y ritos familiares, de abuelas, tatas, nonos, opas, tías …perduran en tus recuerdos? Y ¿cuáles de éstas has mantenido en tu familia actual?
Un segundo nivel es el sentido biográfico, que fuimos construyendo en nuestra infancia y niñez, año tras año, desde que tenemos conciencia de la existencia de la Navidad. De hecho es muy probable que si le preguntásemos a una muestra representativa de chilenas y chilenos acerca de qué época o fecha del año era más esperada por ellos/as siendo niños/as y que recuerden con más emoción positiva, la mayoría respondería “Navidad”.Esto incluso permeando distintos niveles socio-educacionales y económicos.
Desde mi experiencia por ejemplo, aun recuerdo vívidamente como esperábamos ansiosos que los bomberos de la 1ª y 4ª Compañía de Rancagua (vivíamos al frente de estas “bombas”) tocasen nuestro timbre y nos invitasen a su tradicional paseo en el reluciente y engalanado “Carro Bomba” de la calurosa tarde del 25 de Diciembre.
Ambos sentidos, el transgeneracional y el biográfico, dejan huellas en nuestra mente acerca de lo que se hace, cómo se vive y qué emociones gatilla la época navideña, diciembre, y particularmente la celebración de la Navidad, desde la “Noche Buena” hasta el 25.
Hoy por hoy, y cada vez con mayor fuerza, la publicidad y las empresas comerciales parecen haberse apoderado de la Navidad, siendo muy difícil marginarse de este bombardeo, que adornado de buenos deseos de amor y paz, niños, imágenes de padres y abuelos cariñosos, villancicos, árboles y viejos pascueros, pretende que cada familia compre más regalos, y ojalá los productos más exclusivos y caros. Nada más lejano al ancestral espíritu navideño cristiano.
En nuestro contexto país, como en toda sociedad sustentada en un modelo económico neo liberal, resulta difícil que niños y niñas logren abstraerse de la seducción publicitaria y que sus expectativas no alberguen el deseo inoculado de recibir tal o cuales “productos”. Así, grandes y chicos quedamos atrapados o al menos presionados en la máquina de ir de compras, gastar, y estresarnos en el corre corre de diciembre.
Cada familia es responsable de co construir y actualizar cada año un sentido navideño acorde a sus principios, valores e idiosincrasia. Así también habrá familias para las que la navidad no tenga importancia e incluso para quienes esté vedada por profesar otra determinada religión.
No obstante, si pensamos en la población chilena de hoy, la mayoría entra en la rueda de las compras, de los regalos y compromisos. Padres atrapados por el consumo sin duda tienen muchas más posibilidades de criar hijos e hijas consumistas. El problema entonces, no es de los niños si no de lo que les transmitimos, directa e indirectamente a éstos.
Niños que ven varias horas de TV al día, niños que pasan en el “mall” cada fin de semana, no pueden estar inmunes al bombardeo de marketing.
Regalar y recibir obsequios es maravilloso, pero cuando estas interacciones humanas están supeditadas a comprar compulsivamente y endeudarse, nada muy saludable puede brotar de ellas. ¿Qué regalo quieres hacer y desearías recibir esta Navidad que no sea comprado en una tienda?
¿Cuál es el sentido de la Navidad, – más allá de profesar o no la fe católica?, para todas y todos quienes nos desarrollamos en culturas y subculturas permeadas por la religiosidad católica y en general para sociedades occidentales, hay un sentido navideño que nos conecta con necesidades humanas: venerar la vida, la esperanza de un sistema más justo para todas las personas, en especial para las sencillas y humildes y el nacer y renacer de las relaciones más íntimas basadas en el amor, la acogida incondicional y el compartir, cada persona, lo que tiene de más valioso.
Valor no es sinónimo de costo material y menos monetario.
Un sistema basado en el consumo, un sujeto entendido o definido como consumidor, se deshumaniza.
Difícil resulta abstraerse del contexto, en que desde noviembre supermercados y grandes tiendas ya “exhiben y promocionan la Navidad”; ni adultos ni niños/as somos impermeables a este sistema, pero aún así las madres y los padres podemos hacer mucho.
Ahora bien, la coherencia que mostremos o no durante el año es más importante que lo que transmitamos en un par de semanas al finalizar el año. Teniendo esto presente podemos guiarnos con algunas ideas orientadoras.
Ritualizar la navidad en base a nuestros valores y creencias, en el marco de un ideal ético y relacional compartido, el cual es compartir el hogar con nuestros significativos, honrar la vida, proteger lo más vulnerable y adorarlo, ofreciendo lo mejor de sí mismos.
Intercambiar obsequios sí, pero ojalá hechos por nosotros mismos y si son comprados que sean sencillos, que no nos signifiquen “pesadillas” (las cuotas, las deudas).
Establecer el día 24 (al menos desde la tarde) y el 25 como un espacio de encuentro, como un momento de “estar con”, nuestros hijos/as, parejas, padres, amigos, más conscientes y menos apurados.
Que sea una fiesta gozosa, y esto en relación a nuestros niños/as implica necesariamente tiempo y tiempo de calidad.
Retomo lo que ya dijera en el punto anterior,ritualizar la navidad en base a nuestros valores y creencias, en el marco de un ideal ético y relacional compartido. Cada familia posee su sello relacional e idiosincrático, que se ilumine lo mejor de cada una en la Navidad.
Aquellas que gozan de la naturaleza, regálense un buen paseo; aquellas que cocinan juntas, bienvenido el menú de navidad; las que gustan de cantar, ensayos de villancicos y acordes navideños; las católicas practicantes, misa del gallo en familia; las cinéfilas, su buena peli. Lo importante es gozar y regocijarse en un encuentro que encienda corazones y mentes en la maravilla del compartir.
Cuenten historias, la historia de la propia familia relatada por sus propios miembros, por las fotos que se tienen de los que están vivos y de los antepasados, las anécdotas, los secretos…es el más valioso tesoro que les podemos dar a nuestros hijos porque al conocer nuestra historia nos hacemos más libres y seguros de quienes somos y de lo que queremos ser.
De regalo va un acróstico de NAVIDAD, …haz tú el tuyo y regálalo también.
Nunca es tarde para intentar reparar un lazo herido o roto.
Active su yo juguetón, deje salir a su niño/a interior.
Vista sus mejores ropas y colores: alegría, esperanza, confianza, autoaceptación.
Irradie amor y respeto en cada gesto cotidiano.
Diga mensajes positivos, para los demás y hacia usted mismo.
Acuérdese de todo lo bueno que ha recibido en la vida y agradézcalo.
De algo de lo bueno que Ud. ha recibido a alguien que sepa o intuya no ha tenido esa experiencia.