Hace no mucho tiempo atrás escribí en Facebook que “quien no ama a los animales no es capaz de amar a los humanos”. Esa frase, dicha desde la experiencia personal, me resulta cada vez más estimada, en la medida que observo, con una cierta inquietud la polémica que se desata con una simple afirmación de la Presidenta de la República de que es preciso cuidar, amar y proteger a nuestras mascotas.
Y ella lo decía a partir de la experiencia de los Cerros de Valparaíso, ennegrecidos por el humo y el calor de los incendios, que destruyeron no solo las habitaciones y enseres de los pobladores, sino que desarticularon momentáneamente, por decirlo de alguna manera, los núcleos familiares. Y para sorpresa, en esos núcleos no podía faltar un miembro más de la familia: un perro, un gato, una tortuga, unos pájaros, o sencillamente, un animal al cual se amaba y cuidaba. Se reclamaba por ellos como miembros pleno de la familia, elemento esencial y base de la vida social y cultural de cualquier país.
Ese compañero o compañera que son las mascotas, son acompañantes de nosotros cada día, los disfrutamos y nos hacen guardia de día y de noche, provocando sentimientos que están muy lejos del mercado y del lucro. Ellos son gratuidad, son canales de expresión y de comunicación, muchas veces suspendida por la naturaleza de quienes se trata, pero siempre instigadores de deseos de entrega y donación.
Me imagino un mundo donde los niños y las niñas, además de tener sus propias herramientas tecnológicas, que les sirven para conocer e informarse (bien o mal), tienen su mascota, pues a través de las mismas aprenderán a ser respetuosos de otros seres distintos a nosotros, los humanos.
De ahí que no se trata de animalizar el mundo, sino de humanizar nuestra mirada hacia el mundo, donde juegan un rol importante los animales y nuestras mascotas. Qué triste es darse cuenta que hay hombres que los maltratan como seres despreciables y sin valor.
“Los trato como brutos” diría otro bruto-persona, un cuidador de hace más de 5 décadas de la Plaza Brasil, que recuerdo con plena claridad, cuando perseguía a los perros que se metían al pasto enrejado en esos años.
Hermosos los animales mascotas, pues tienen una capacidad de darnos o despertar en nosotros lo mejor que hay en nuestro interior. Me imagino que ellos nos miran y esperan que seamos seres bondadosos, amorosos en nuestro estar en la existencia, de paso por la vida. Yo creo que por eso ellos viven menos que nosotros (especialmente gatos y perros), para demostrarnos con su muerte, lo finito que somos.
Por eso rememoro de Internet algo que me parece pertinente sobre el amor de las mascotas y que dice así.
El mas altruista de los amigos que un hombre puede tener en este mundo egoísta, aquel que nunca lo abandona y nunca muestra ingratitud o deslealtad, es el perro.
Señores del Jurado, el perro permanece con su dueño en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.
Él dormirá en el frío suelo, donde los vientos invernales soplan y la nieve se lanza impetuosamente.
Cuando solo él éste al lado de su dueño, le besará la mano que no tiene alimento para ofrecerle; él lamerá las heridas y los dolores que surjan de los encuentros con la violencia del mundo. El velará el sueño de su pobre dueño como si fuera un príncipe.
Cuando la riqueza desaparece y la reputación se despedaza, él será constante en su amor como el sol en su jornada a través del firmamento.
Si el destino arrastra a su dueño al exilio, al desamparo o al desabrigo, el fiel perro pide el privilegio mayor de acompañarlo, para protegerlo contra el peligro y luchar contra sus enemigos. Cuando llegue la última cena y la muerte lo lleve en sus brazos, y su cuerpo sea dejado bajo la tierra fría, no importa que todos sus amigos sigan sus caminos; al lado de su sepultura se encontrará su noble perro, la cabeza entre las patas, ojos tristes pero siempre en alerta, con fe y confianza en la misma muerte.
Este tributo fue presentado al jurado por el ex -senador Georga G.Uest (entonces abogado), que representó al dueño de un perro que fue muerto a tiros, deliberadamente, por un vecino.
El hecho ocurrió hace un siglo, en la ciudad de Warrensburg, Missouri, en los EEUU. El senador ganó el caso y hoy hay una estatua del perro en la ciudad y su discurso está inscripto en la entrada del tribunal de Justicia, que aun existe (Internet: http://letrasdefe.espacioblog.com).
Por eso el amar y respetar a las mascotas no es un dilema que permita contraponer el amor humano al amor por los animales. Ambos son posibles de un bien convivir y no se topan ni se niegan.
Por eso comparar ambos amores es tener una baja estima del verdadero amor, que es siempre grande, expansivo y generoso. Hoy, en medio de la deshumanización, la cercanía con lo que representan las mascotas siempre será una lección de solidaridad y respeto a las cuales debemos orientar nuestros quehaceres cotidianos.
¡Bienvenidos los humanos, bienvenidas las mascotas! hijos de un mismo mundo, hijos de un mismo Dios.