Y la pobreza apareció retratada en las imágenes junto al dolor humano.Las cifras sobre la inclusión del país en el mundo desarrollado quedaron estremecidas por la realidad que, de modo tozudo, insistió en que los números no coincidían con el ingreso per cápita cercano a los 20.000 dólares.Por el contrario, las necesidades se vieron reflejadas en toda su dimensión.
Y la razón tiene que ver con los dos modelos que se confrontan en el mundo y su forma de definir a los pobres.
Uno, que vincula el ingreso a la modernidad a través del consumo de neveras, televisores, celulares, empleo de cualquier tipo, casas con techo, luz aunque sea impagable, cuentas de ahorro convertidas en supuestas pensiones, identificados todos con la categoría de cliente; si se compra permanentemente es que ya no es parte de ese sector marginado. Comparten esta visión los cuatro países del Pacto del Pacífico como son Colombia, Chile, México y Perú.
Por otro, aquel que establece los derechos sociales como la fuente del desarrollo, es decir, el acceso a salud y educación gratuitas con carácter universal, pensiones de jubilación dignas, acceso laboral en condiciones de respeto, además de poseer elementos básicos para hacer la vida más cómoda.
Aquí no son la tarjeta plástica ni la fidelización del cliente las categorías esenciales sino el respeto a la persona y el ciudadano para construir un país solidario realmente.
El primero se ha privilegiado en las naciones anotadas, demostrando que ante una tragedia natural o un incendio es el pueblo quien inmediatamente reacciona poniendo su inmenso grano de arena en dinero, ropa, alimentos, recreación, espectáculos, trabajo, voluntad de servicio, generosidad, mientras el Estado aporta una parte de lo fundamental para lograr que el conflicto no se desborde, situación positiva en la medida que logra apoyar a los pobladores, aunque es insuficiente puesto que el modelo no tiene la categoría de respeto-dignidad como sus pilares.
Realmente la reflexión es profunda pues desde esa concepción superficial de lo humano existe una radiografía certera.
Como siempre, las élites se desmarcan de las tragedias y ofrecen su aporte “desinteresado” que equivale a la más insignificante cifra de sus riquezas, la cual contribuye mínimamente aunque ratifica que la desigualdad continúa.
El Estado orientado desde una política neoliberal no se atreve a exigir a las mega familias que entreguen un porcentaje sustantivo de sus ganancias y, por tanto, las reformas tributarias siempre afectan a los de menores ingresos.Nuevamente los trabajadores soportando las tragedias y siendo compañeros de infortunio.
Estas circunstancias sirven para confirmar que la caridad es la herramienta a la cual se acude usualmente y las políticas nacionales de dignidad ciudadana donde lo integral, devolver a la persona sus condiciones plenas de vida y, si existen carencias, resolverlas, no está dentro de los límites pensados.
Afortunadamente ante la tragedia siempre está presente la solidaridad de los pueblos quienes son los que verdaderamente sienten lo que les ocurre puesto que han sufrido las dificultades que la pobreza implica.
Esto debe hacer sentir a nuestra gente que la generosidad no se ha perdido y está presente en toda adversidad demostrando la grandeza que posee, pese a que los números impuestos por las élites intenten indicar que allí se encuentra la debilidad valórica en la sociedad. Mientras las cifras sean ocultadas, los fenómenos de crisis social seguirán en su proceso.
Sin embargo, tenemos la firme convicción que las mediaguas serán superadas por el aporte sustantivo en millones de dólares por parte de las iglesias existentes en el país, por las élites quienes se desprenderán de sus ganancias billonarias, por la banca que construirá miles de casas amplias bajo su presupuesto, por el desprendimiento inmenso de una mayoría de políticos sensibles, junto al establecimiento de una política nacional al servicio del país y sus ciudadanos.
Con toda seguridad ello es, posiblemente, tal vez y con discusión, una esperanza para el próximo milenio.