Podría escribir sobre dictadores “democráticos”, populistas, delirantes y de poca monta en países “amigos”, que sólo ven conspiraciones “facistas” con ejércitos de “sediciosos”, que dirigidos por añejos conspiradores norteamericanos, hay que destruir y encarcelar manejando todos los poderes del estado.
Podría escribir también, de algunos dirigentes estudiantiles, que aspirantes a dioses o diosas y ciegos por la ideología, son incapaces de ver y levantar la voz con fuerza frente a la violencia de Estado sobre los jóvenes y ciudadanos, mientras aquí levantan consignas sobre la libertad y participación del pueblo, renegando de lo que los hizo poderosos y admirados, como es llevar a la calle la lucha por las injusticias, ojalá siempre de forma pacífica.
Pero me da lata. Además no sé nada de dioses y diosas que por ser demasiado humanos, aspiran a una divinidad de pacotilla.
Podría escribir del AVP, y los matrimonios homosexuales, o del “derecho irrenunciable de la mujer a su cuerpo” y el aborto, pero como la reflexión desde la filosofía y la religión abandonaron ya hace mucho tiempo la ética y la política, para ser reemplazadas por el lenguaje de los hechos, la ciencia y la opinión emocional sumadas a los gustos de la mayoría, cada vez tiene menos sentido.
Quizás la razón de la aburrida muerte de la metafísica (“el ser”) acaecida una mañana de febrero, sea que lo dioses nos abandonaron, aburridos porque de los verdaderos dioses, ya no sabemos nada.
Pero hablando de poetas, los últimos “guardianes del ser”, me encontré con un verso de Novalis que dice: “Sólo pocos conocen lo misterioso del amor (…)”.
En silencio, me pregunto dolorosamente si a mi edad ya puedo o no incluirme entre los elegidos, y me responden un martilleo lejano,una persona que se suena ruidosamente en la calle, una alarma que grita de forma escandalosa, el grito jubiloso de un niño que en la calle corre ciego de alegría con el reto consecuente de su madre y también los cuchicheos permanentes de los pájaros del verano, diálogo que termina en una conversación interminable.
Mi nariz se llena de pronto con olores que inundan el pequeño jardín con la mesa de cristal y sillas metálicas con cojines amarillos. Monóxido de carbono de un auto que se niega a partir, cera recién extendida sobre el piso, y lo que probablemente corresponde a una sabrosa sopa de porotos con longaniza.
El perro del frente, para colaborar con la somnolienta atmósfera mañanera, emite un lúgubre quejido que anuncia su aburrimiento profundo y la necesidad de salir a recorrer las calles para poder orinar los árboles y ojalá encontrarse con alguna hermosa hembra callejera.
Olores y sonidos de una mañana de febrero, que temprano, ya agoniza.
Con razón febrero es el mes más cruel, (y no el abril de T. S. Eliot) porque engendra hojas muertas de los árboles de otoño.
¡Está listo el almuerzo! Me avisa por fin mi hija.
A almorzar como los dioses. Cierro el computador, no sin antes decirles con respeto a los bibliotecarios y a su elección de libros para las bibliotecas de Chile, que aunque es cierto que “todo es cultura”, por algo existe la llamada “alta” cultura, dirigida a resguardar “las ideas y valores más importantes, la responsabilidad de los clásicos, el significado de las palabras y la nobleza de nuestro espíritu”.(George Steiner)