Semanas atrás estuve en mi ciudad natal Osorno junto a mi familia. En una de las tantas insuperables conversaciones que periódicamente tengo con mi hermanita Antonia de 8 años, hubo una, que a pesar de ser obvio y sabido por todos, no dejó de atraparme profundamente: “Nicolás, ¿veamos ahora Los Simpsons por internet porque en la tele comienzan más tarde?” Inmediatamente respondí que sí y disfrutamos algunos capítulos.
Mientras miraba a Homero, pensé en las grandes diferencias de sólo 20 años atrás y en cómo desde niños todas las generaciones estamos cambiando nuestros hábitos. No hay que ser erudito para reconocer la revolución que ha significado la tecnología e internet, sus ventajas y beneficios saltan a la vista, pero resulta interesante reflexionar acerca de algunos cambios que parecen no tan positivos.
Gran parte de mi generación, durante o – los más inteligentes – después del desayuno debemos religiosamente revisar mails, facebook, twitter, diarios y algunos artículos interesantes de revistas… y así se nos pasa el día entre trabajo y mails, chat, información al minuto de lo que sucede en cualquier parte del mundo y leyendo mucha pero mucha información interesante en todo momento.
Si lo último que hacíamos antes de ir a dormir era lavarnos los dientes, ahora los más adictos antes de dormir revisamos los mails de la noche o alguna noticia que haya ocurrido por ahí, como si fueran tan importantes y no pudieran esperar 7 u 8 horas. El resultado del día es un exceso de información, con un bajísimo o casi nulo índice de reflexión, cuestionamiento o discusión.
Hoy en día el que no tiene un smartphone es prácticamente un mal educado, porque sólo es posible comunicarse con él mediante la voz y no mediante mensajes.
Antes si uno llamaba a la casa del sujeto y no estaba, simplemente no estaba y había que llamar más tarde, así de simple. Las citas se coordinaban verbalmente o con una simple llamada, y me parece que éramos más puntuales.
Ahora hay que avisar desde que uno sale, cuando está llegando, cuando llegó y cuando no ve a la persona (ya que no hay tiempo para buscarla con la vista). Una vez que te reúnes, normalmente las charlas son interrumpidas por el sonido de mensajes y correos.
Nunca tenemos tiempo, debemos estar disponibles en todo momento y en todo lugar para todos. Este exceso de información y falta de privacidad, ha influido en que muchos de los niños y jóvenes que abusamos de Internet y estamos online todo el día, usemos menos nuestra capacidad de reflexión y crítica, teniendo menos espacios individuales para pensar.
Me asusta que los infantes como mi hermanita no imaginen y sueñen tanto como lo hacíamos nosotros, quizás esté exagerando, pero ese pequeño diálogo con Antonia encendió una alarma.
Urge encontrar espacios individuales, salir a caminar o correr, escribir, apagar algunas horas al día los celulares, desconectarse de Internet y hacer las cosas que hacíamos cuando niños sin la tecnología que hoy tenemos.
Confieso que soy adicto y que he sido un abusador de Internet, pero ya he reconocido la patología, lo que es un pequeño paso adelante. Lo invito a desconectar para conectar.