A principios de los 90 en Chile hubo un fuerte impulso por incorporar la perspectiva de género, tanto en las políticas sociales, como en las mediciones sistemáticas que se realizaban en población. Costó muchísimo avanzar en una total comprensión de que mirar los fenómenos sociales con una óptica de género era algo más que disgregar a la población en hombres y mujeres y analizar sus diferencias numéricas.
Avanzar, por tanto, en la utilización de este enfoque, implicaba comprender las relaciones y características sociales y culturales que identifican el comportamiento de hombres y mujeres y la forma en que ellos interactúan.
Desde entonces, las políticas sociales comenzaron a implementarse con mayor éxito, debido a que atendían precisamente a los factores socio culturales que no permitían la real igualdad entre hombres y mujeres, reconociendo muchas veces la necesidad de realizar intervenciones diferentes para uno u otro grupo social.
Pero la utilización de este enfoque no ha culminado aún con un logro real, debido a que la diferenciación entre los hombres y mujeres es mucho más que tan solo esa distinción, ya que esta mera diferenciación deja de lado todas las posibilidades identitarias personales.
Si ahondamos un poco más en el uso correcto de este enfoque debiéramos, al menos, poder entrever aspectos relativos a la identidad de género e incluso a la orientación sexual, todas ellos factores claves en la definición social de un individuo.
Comprender este enfoque a cabalidad nos ayuda a desnaturalizar las relaciones de genero y por tanto movilizar muchas categorías conceptuales como la división de lo público y lo privado, lo natural y lo cultural, lo normal y lo anormal.
Esto nos ha permitido ver, entre otras tantas cosas por ejemplo, que hombres y mujeres no sufren la violencia doméstica ni social de la misma forma, lo que en ningún caso significa que no afecte a ambos, sino más bien a que sus manifestaciones, implicancias, orígenes e impactos son muy diferentes, por lo que requerirán estrategias distintas para combatirla.
Pero ¿sabemos algo con respecto si dentro de este mismo grupo de mujeres se presentan distinciones?, ¿sufre de igual manera una mujer lesbiana la violencia social que una mujer heterosexual?, ¿sufre de igual manera un niño gay la violencia escolar que un niño hetero?… la respuesta parece ser evidente; sin embargo, las cifras aún no nos dejan verlo.
Hace poco se dieron a conocer los resultados de la encuesta de “Agresión, prevención y acoso escolar SIMCE 2012”, publicada por el ministerio de Educación, la cual reveló que 8.059 estudiantes, que representan el 4,2%, declaraba que ha sido víctima de maltrato por lo menos un par de veces al mes y que se siente afectado por ello, siendo mayoritariamente las niñas las más vulneradas.Esta encuesta mostró también que el 45% de los estudiantes atacados declaran haber sido molestados por su personalidad y un 10% por “su orientación sexual”.
Esta distinción no parece dejar en claro ni dar cuenta que las situaciones por bullying homofóbico, no necesariamente afectan a las personas cuya orientación sexual es diferente a la heterosexual, sino más bien a todos aquellos que no cumplen con los patrones de género socialmente esperados, aceptados y normalizados, vale decir, a todos aquellos que no son en sus comportamientos, expresiones y manifestaciones lo suficientemente masculinos (para el caso de los niños) o lo suficientemente femenino (para el caso de las niñas), por tanto, cabe preguntarse ¿cuánto de ese 45% que es molestado por su “personalidad” no esconde más bien patrones de género homofóbicos culturalmente arraigados?
El no implementar mediciones que incorporen este tipo de cuestiones, significa que nunca podremos desarrollar estrategias preventivas efectivas para acabar con esta problemática.
El problema también de plantear preguntas de este estilo que pongan la responsabilidad en los niños/as y no en los patrones socioculturales de género perpetúa invisibilizando que en la base de toda agresión, siempre se suele esconder la intolerancia, la discriminación y el miedo hacia la diferencia.