“Alguien que debió nacer/se perdió”.“Sí mujer, esta lógica será la guía/para perdernos sin morir. O dices /lo que quieres decir, /cobarde…esta nena que soy sangra.”
Así escribió Anne Sexton, en su poema “Aborto”. Como mujer, desgarrada en su dolor de poeta. Se suicida a los 44 años, víctima de su depresión y adicción a las drogas.
Siempre escribió con el amor y, sobretodo, la muerte, que anidaba como un ave carroñera, en su hemisferio derecho.
Para ella, cuando besaba, su boca, florecía“como una herida”.
No dudó, en escribir un poema titulado “Deseando morir”, donde nos confiesa que ante la decisión radical del suicidio, “el amor, cualquiera que haya sido…”, es finalmente, “una infección”.
Hizo suya, de forma radical, la filosofía de los “poetas confesionales”, legándonos su angustia, en el lenguaje de la poesía.
Poesía religiosa, en, “una sociedad pagana”, que, a través de la “creatividad y tendencias destructivas”, aún, en los “estados de locura”, nos re-liga a “los dioses y nuestra naturaleza primitiva”, en una sociedad que “ha crucificado nuestro espíritu con la civilización”.
Con qué facilidad, otras mujeres, hablan sobre la muerte y, proclaman al viento,“debemos legalizar el aborto terapéutico, y el aborto en caso de violación”, relegándolo a un “sistema de planificación familiar que nunca ha sido, ni debiera ser”, sujeto a los “derechos reproductivos y sexuales de la mujer”.
A partir de una realidad social deshumanizadora, como es la presencia del aborto, y enarbolando un discurso pos moderno y liberal, de los necesarios derechos humanos igualitarios, pero, donde desaparece lo absoluto, se le otorga a una persona y a la sociedad, el derecho sobre la vida del otro, el primero de todos los derechos, anterior al de uno propio.
En el caso hipotético, del “aborto terapéutico”, debido a los avances de la medicina, la decisión está guiada por la posibilidad de generación de vida posterior potencial de la madre. Además, siempre ha existido, avalado por la ética médica.
Respecto al embarazo por una violación, considerando que el abismo doloroso, prácticamente intolerable, es finalmente inaccesible para otro, que no sea la propia mujer que lo sufre, aún en situaciones más allá del límite, como serían la corta edad de la futura madre, o que, el violador, sea su padre, el único argumento, quizás plausible, están reflejados en las palabras de la poeta.
La mujer al ser violada, muere. Es asesinada, por la violencia que destruye en un acto, donde no existen amor ni perdón, su dignidad y humanidad.
“Esta nena que soy sangra”, por primera vez.
Enfrentada al aborto, “esta nena que soy, sangra”, por segunda vez.
Finalmente, se han sacrificado, dos veces, dos espíritus.
La única manera para la futura madre, de escapar de la muerte y de volver a nacer, dejando de sangrar, es en el acto de permitir la vida. De perdonarle la vida, a quién fue engendrado sólo en el dolor y la violencia, pero que vive, desde el primer instante, abierto a la posibilidad futura del amor, con el derecho a, en algún momento, aunque sea, uno solo, a amar y ser amado.
Que el lenguaje del amor y, la vida, no sea sólo privilegio de los dioses y que el de la muerte y la violencia, no sea sólo, el oscuro lenguaje del hombre.
“Nacidos sin vida, no siempre mueren”, nos recuerda, la poeta del dolor.
La vida siempre está escrita, antes de una muerte, política, social, y culturalmente, “correcta”.